• Michael B. Jordan negocia protagonizar la nueva adaptación de Miami Vice dirigida por Joseph Kosinski, con estreno previsto para 2027.
• Esta nueva incursión en el universo de Mann representa una oportunidad de redimir el fallido intento cinematográfico de 2006, siempre que se comprenda que la estética sin alma narrativa conduce al fracaso.
• El proyecto enfrenta el desafío eterno de Hollywood: transformar iconografía televisiva en auténtico lenguaje cinematográfico.
Existe algo magnético en la perspectiva de regresar a ese Miami de los ochenta que Michael Mann convirtió en pura mitología visual. Cuando evoco Miami Vice, no puedo sino recordar aquellas composiciones nocturnas donde los neones se reflejaban sobre el asfalto húmedo como pinceladas de Edward Hopper, esa geometría urbana que Mann orquestaba con la precisión de un sinfonista. Ahora Hollywood vuelve a este territorio, y la pregunta inevitable surge: ¿comprenderán esta vez que la superficie brillante sin sustancia narrativa es mero decorado?
La noticia de que Joseph Kosinski dirigirá una nueva adaptación cinematográfica, con Michael B. Jordan negociando el papel de Ricardo Tubbs, despierta tanto expectación como escepticismo. Porque si algo nos ha enseñado la historia del cine es que no basta recrear la iconografía de una época; es imprescindible comprender su pulso dramático, aquello que la convirtió en memorable.
El precedente de Mann y la lección no aprendida
Universal Pictures programa el estreno para agosto de 2027, con Eric Warren Singer y Dan Gilroy firmando el guión. Kosinski llega respaldado por Top Gun: Maverick, película que demostró su capacidad para revitalizar material clásico sin traicionarlo. Sin embargo, el fantasma de la adaptación de Mann en 2006 planea sobre el proyecto.
Aquella película de Mann con Colin Farrell y Jamie Foxx fue un ejercicio de puesta en escena impecable pero emocionalmente árido. Mann, obsesionado con la textura digital y la precisión técnica, olvidó que el corazón de Miami Vice residía en la química entre sus protagonistas, en esa exploración de la moralidad ambigua que convertía cada episodio en una pequeña tragedia moderna.
La lección es cristalina: la maestría técnica sin alma narrativa produce cine vacío, por muy deslumbrante que resulte visualmente.
Jordan y el desafío interpretativo
La elección de Michael B. Jordan resulta intrigante desde la perspectiva del casting. Jordan posee esa presencia física que el personaje de Tubbs requiere, pero más importante aún, ha demostrado en Fruitvale Station una capacidad para transmitir vulnerabilidad auténtica, cualidad indispensable para un personaje que debe navegar entre la ley y el crimen sin perder su humanidad.
El actor ha expresado estar «comprometido e interesado» tras los ajustes de calendario, lo que sugiere una implicación real en el proyecto. Sin embargo, el éxito dependerá crucialmente de quién interprete a Sonny Crockett. La dinámica entre ambos personajes fue el núcleo emocional de la serie original, y recrear esa química será fundamental.
La herencia visual de Mann
El Miami que Mann creó no era meramente decorativo; funcionaba como personaje dramático. Esa ciudad de contrastes extremos, donde el glamour y la decadencia convivían en cada encuadre, donde la banda sonora de Jan Hammer se convertía en elemento narrativo durante persecuciones que parecían ballets urbanos.
Kosinski deberá encontrar su propia interpretación visual de ese universo. Su trabajo en Top Gun: Maverick reveló una comprensión profunda de cómo actualizar material clásico respetando su identidad. La clave residió en construir una historia emocionalmente relevante para el presente sin renunciar a los códigos del original.
El riesgo de la nostalgia vacía
Hollywood atraviesa una fase de nostalgia compulsiva que raramente produce resultados artísticamente satisfactorios. La tentación de recrear la superficie brillante de los ochenta sin comprender su contexto cultural es enorme. Miami Vice funcionó porque capturó el espíritu de una época donde el exceso y la paranoia convivían, donde la guerra contra las drogas se convertía en metáfora de la corrupción sistémica.
Si Kosinski logra capturar no solo la estética sino también ese pulso narrativo más profundo, podríamos estar ante una adaptación memorable. Si se limita al ejercicio nostálgico, el resultado será otro producto más de la máquina de reciclaje hollywoodiense.
La promesa y la incertidumbre
Este nuevo Miami Vice representa una oportunidad única de demostrar que las adaptaciones pueden trascender el mero ejercicio comercial. Kosinski posee la sensibilidad técnica necesaria, Jordan aporta el carisma requerido, y el material original ofrece suficiente profundidad temática para construir auténtico cine.
La expectación está justificada, pero también la cautela. El tiempo dirá si esta incursión en las calles de Miami logra convertirse en algo más que brillante superficie. Mientras tanto, confiemos en que los responsables comprendan que el verdadero desafío no reside en recrear los neones y los trajes de lino, sino en capturar el alma de una historia que merece algo más que un simple ejercicio de estilo.

