• Martin Scorsese revela que fue expulsado del seminario en su juventud por «comportarse mal» cuando consideraba convertirse en sacerdote.
• Esta confesión explica la obsesión del director por los temas de culpa y redención que atraviesan toda su filmografía, desde «Taxi Driver» hasta «Silencio».
• El despertar del joven Scorsese al rock and roll marcó el final de su vocación religiosa y el nacimiento de uno de los cineastas más importantes de nuestro tiempo.
Hay algo profundamente revelador en conocer los caminos no tomados por los grandes maestros del cine. Cuando uno contempla la filmografía de Martin Scorsese, resulta inevitable preguntarse por las fuerzas que moldearon esa mirada tan particular hacia la culpa, la redención y la violencia urbana.
La respuesta se encuentra en una confesión reciente del director neoyorquino: su frustrada vocación sacerdotal. No se trata de una mera anécdota, sino de una clave fundamental para comprender la obra de quien ha sabido retratar la condición humana con la intensidad de un confesor.
Los primeros pasos hacia una vocación truncada
A los siete años, Martin Scorsese asistió a su primera misa en la catedral de San Patricio. Aquella experiencia marcó profundamente al pequeño Martin, quien comenzó a considerar seriamente el sacerdocio.
La solemnidad del ritual y la arquitectura gótica ejercieron sobre él una fascinación que le llevó a ingresar en un seminario preparatorio. Sin embargo, como él mismo reconoce con esa honestidad brutal que caracteriza su obra, «me di cuenta de que no pertenecía allí».
El joven Scorsese comenzó a experimentar un despertar sensorial incompatible con la vida monástica. «Empecé a darme cuenta de que el mundo estaba cambiando. Era el rock and roll temprano y el viejo mundo se estaba muriendo», recuerda.
Esta frase encierra toda la tensión de los años cincuenta, cuando Estados Unidos vivía una transformación cultural sin precedentes. Como en los mejores dramas de Elia Kazan, el protagonista se encontraba dividido entre dos mundos irreconciliables.
La expulsión que cambió el cine
Los administradores del seminario no tardaron en percibir que aquel muchacho inquieto no encajaba. Según relata Scorsese, le dijeron a su padre que «lo sacara de allí» porque «se comportaba mal».
Aunque no especifica la naturaleza exacta de su transgresión, uno puede imaginar que se trataba más de curiosidad irrefrenable que de verdaderas faltas morales. Era, en cierto modo, como el protagonista de «Los cuatrocientos golpes» de Truffaut: un espíritu rebelde incomprendido por las instituciones.
Esta expulsión, aparentemente traumática, se revelaría como providencial para el séptimo arte.
Del seminario a la cámara
Tras abandonar el seminario, Scorsese redirigió su sed de conocimiento hacia los estudios académicos. Se licenció en Filología Inglesa y obtuvo un máster en la Universidad de Nueva York, donde desarrolló esa mirada analítica que caracterizaría su obra.
Su debut llegó en 1967 con «Who’s That Knocking at My Door», que ya contenía los elementos definitorios de su estilo: la exploración de la culpa católica y los dilemas morales. Era como si toda aquella experiencia religiosa truncada hubiera encontrado su cauce natural en el cine.
Pensemos en la secuencia del espejo en «Taxi Driver», donde Travis Bickle se enfrenta a su propia imagen con la intensidad de un examen de conciencia. O en los primeros planos obsesivos de «Toro Salvaje», que diseccionan el alma atormentada de Jake LaMotta con precisión quirúrgica.
El legado de una vocación transformada
A lo largo de su carrera, Scorsese ha sido nominado al Oscar como Mejor Director en diez ocasiones, ganando finalmente por «The Departed». Pero su verdadero legado trasciende los reconocimientos.
En «Silencio», su película más explícitamente religiosa, Scorsese explora la crisis de fe con la misma intensidad que Bergman en «El silencio de Dios». La cámara se convierte en confesionario, y el espectador en testigo de una lucha espiritual descarnada.
La reciente serie documental «Mr. Scorsese» profundiza en estos aspectos biográficos que han moldeado su visión artística. Es fascinante observar cómo aquella vocación religiosa frustrada se transformó en una vocación cinematográfica que ha enriquecido el séptimo arte.
La verdadera vocación
Esta revelación nos recuerda que los grandes artistas se forjan en el crisol de experiencias contradictorias. El seminarista rebelde que fue expulsado por «comportarse mal» se convirtió en uno de los cineastas más respetados de nuestro tiempo.
Scorsese encontró su verdadera vocación: no salvar almas desde el púlpito, sino revelar verdades incómodas desde la sala de montaje. Como los grandes maestros que admiro —Hitchcock con su catolicismo reprimido, Buñuel con su anticlericalismo feroz—, supo transformar su conflicto religioso en combustible creativo.
Al final, el cine mundial debe gratitud eterna a aquellos administradores del seminario que tuvieron la sabiduría involuntaria de reconocer que aquel joven inquieto tenía un destino diferente. Un destino que nos ha regalado algunas de las obras más profundas y perturbadoras del cine contemporáneo.

