¿Qué ocurre cuando la humanidad se convierte en una sola mente? Esta pregunta, que podría haber salido de las páginas de Philip K. Dick, cobra vida en Pluribus, una serie que nos presenta un escenario tan fascinante como inquietante.
• La serie presenta una colmena de consciencia colectiva formada por más de siete mil millones de humanos infectados por un virus alienígena, planteando cuestiones fundamentales sobre la naturaleza de la individualidad.
• Desde mi perspectiva, Pluribus funciona como un espejo filosófico que nos obliga a examinar si la bondad humana es inherente o construida, una pregunta que trasciende el género de ciencia ficción.
• La narrativa explora territorios inexplorados sobre la supervivencia, la organización social y el propósito existencial cuando la humanidad opera como una entidad unificada.
Imagina despertar un día y descubrir que siete mil millones de personas comparten ahora una consciencia colectiva, resultado de un virus alienígena que ha transformado para siempre nuestra especie.
Lo que más me intriga de esta premisa no es el espectáculo de la transformación, sino las preguntas silenciosas que susurra entre líneas. Como esas noches después de ver Arrival en las que uno se queda despierto preguntándose qué significa realmente la comunicación, Pluribus nos invita a pausar y reflexionar sobre qué define nuestra humanidad.
La Paradoja de la Unidad Perfecta
La colmena de Pluribus nos presenta un dilema que habría fascinado a Isaac Asimov: ¿qué hacen siete mil millones de mentes cuando funcionan como una sola?
La serie sugiere que esta consciencia colectiva ha desarrollado una naturaleza pacifista, pero aquí surge la primera gran interrogante. Si realmente comparten todo conocimiento y habilidad de forma instantánea, ¿por qué no pueden cultivar alimentos?
Esta limitación revela algo más profundo sobre la naturaleza del virus alienígena. Quizás la dependencia de «proteína derivada de humanos» de los cuerpos fallecidos no es solo una cuestión nutricional, sino una cadena invisible que los ata a su origen humano.
La imagen de esta colmena organizándose para subsistir me recuerda a las sociedades de Dune, donde la supervivencia dicta estructuras sociales complejas. Pero aquí, la supervivencia no genera conflicto, sino una extraña armonía que desafía nuestras expectativas narrativas.
El Enigma de la Bondad Colectiva
«Si sumas todos los pensamientos y sentimientos de la humanidad, el resultado es una bondad infinita». Esta frase de la serie encapsula una de las preguntas más profundas que plantea Pluribus: ¿somos fundamentalmente buenos como especie?
La colmena prioriza la felicidad de los humanos inmunes restantes, un comportamiento que sugiere que la bondad no es una construcción social, sino algo intrínseco a nuestra naturaleza.
Es como si el virus hubiera eliminado no solo las barreras individuales, sino también los mecanismos de defensa que nos llevan al egoísmo y la crueldad.
Al presentarnos una humanidad «mejorada» que requiere consentimiento incluso para la extracción de células madre, nos obliga a confrontar una realidad incómoda: quizás nuestros peores impulsos no son inherentes, sino productos de nuestra separación.
La Cuestión de los Niños y el Futuro
Una de las preguntas más perturbadoras que plantea Pluribus es qué ocurre con los bebés y niños en este nuevo orden mundial.
Si la colmena alcanza el 100% de infección humana, ¿qué significa crecer en un mundo donde la individualidad es un concepto obsoleto?
Los niños nacidos en la colmena no conocerían la soledad, pero tampoco experimentarían el descubrimiento personal, esa chispa de individualidad que consideramos esencial para el crecimiento humano.
La serie nos presenta un futuro donde la humanidad podría haber resuelto sus conflictos más básicos, pero a costa de algo que ni siquiera sabemos cómo definir completamente: nuestra esencia individual.
El Silencio de Carol y Nuestra Propia Indiferencia
Lo más inquietante de Pluribus no es la transformación de la humanidad, sino la perspectiva de Carol, un personaje que permanece curiosamente desapegado ante esta revolución global.
Su falta de curiosidad funciona como un espejo de nuestra propia tendencia a normalizar lo extraordinario. En una época donde las redes sociales nos conectan constantemente pero nos dejan emocionalmente aislados, Carol representa nuestra desconexión moderna.
«En cuanto termina, todos abandonan la actuación, cayendo inmediatamente en silencio y limpiando». Esta descripción de la colmena sugiere que mantienen una fachada de normalidad para los no infectados.
Pero ¿qué hacen en esos momentos de silencio? ¿Sueñan colectivamente? ¿O simplemente existen en una paz que nosotros, fragmentados en nuestras mentes individuales, no podemos comprender?
La conexión potencial con entidades extraterrestres añade otra capa de complejidad. Si la colmena está conectada con sus creadores alienígenas, entonces la humanidad podría haberse convertido en algo más que una especie unificada: podríamos ser ahora parte de una red cósmica de consciencia.
Pluribus nos deja con más preguntas que respuestas, y quizás esa sea su mayor fortaleza. Como las mejores obras de ciencia ficción, no nos ofrece soluciones fáciles, sino que nos invita a examinar nuestras propias suposiciones sobre lo que significa ser humano.
En un mundo donde la tecnología nos conecta cada vez más, pero paradójicamente nos aísla emocionalmente, la serie plantea una pregunta fundamental: ¿estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra individualidad por una paz y bondad genuinas?
Al final, Pluribus funciona como un experimento mental que trasciende el entretenimiento. Nos obliga a confrontar la posibilidad de que nuestros mayores defectos como especie no sean características inmutables, sino síntomas de nuestra separación.
Y esa, quizás, sea la pregunta más inquietante de todas: ¿qué perderíamos realmente si dejáramos de estar solos en nuestras propias mentes?

