• La tercera entrega de «Puñales por la espalda» traslada la acción a una parroquia rural de Nueva York, donde un crimen imposible desafía tanto la lógica como la fe.
• Johnson demuestra una vez más su maestría narrativa al equilibrar el misterio detectivesco con una profunda reflexión filosófica sobre la naturaleza humana.
• Esta nueva aventura de Benoit Blanc podría representar la cúspide artística de una franquicia que ha sabido reinventarse sin perder su esencia.
Existe algo profundamente reconfortante en el ritual del misterio bien construido. Como esos grandes maestros del suspense que supieron convertir el crimen en arte —pienso en Hitchcock diseccionando la psique humana o en Agatha Christie tejiendo sus laberintos narrativos—, Rian Johnson ha logrado crear en su saga de Benoit Blanc un universo donde el asesinato trasciende lo meramente criminal para convertirse en espejo de nuestras contradicciones más íntimas.
Cada nueva entrega es una promesa de retorno a esa infancia cinéfila donde el misterio nos mantenía en vilo hasta el último fotograma. Recuerdo aquellas tardes de los noventa, debatiendo en foros sobre los planos imposibles de «La ventana indiscreta» o desentrañando las pistas de «Asesinato en el Orient Express».
La tercera aventura del detective sureño nos lleva esta vez a terreno sagrado, literalmente. Y es que pocas localizaciones resultan tan cinematográficamente sugerentes como una iglesia rural donde la fe y la razón libran su eterna batalla.
Johnson, consciente del potencial dramático de este escenario, parece haber encontrado el equilibrio perfecto entre el entretenimiento puro y la reflexión trascendente que caracteriza al mejor cine de género.
El Crimen Imposible Como Metáfora Existencial
«Wake Up Dead Man: A Knives Out Mystery» nos sitúa en una pequeña parroquia del norte del estado de Nueva York. Allí, el carismático y controvertido Monseñor Jefferson Wicks —interpretado por Josh Brolin con esa intensidad que le caracteriza— ejerce su ministerio con métodos que rozan lo sectario.
La elección de Brolin no es casual. Su presencia física y su capacidad para transmitir autoridad moral ambigua lo convierten en el antagonista perfecto para una historia que cuestiona los límites entre fe y fanatismo.
El asesinato de Wicks durante un sermón de Viernes Santo constituye lo que en la tradición detectivesca clásica denominamos un «crimen imposible». Esos enigmas que desafían las leyes de la física y la lógica, tan caros a maestros como John Dickson Carr.
En el ámbito cinematográfico, me vienen a la mente las mejores adaptaciones de Hercule Poirot, especialmente aquella secuencia de «Muerte en el Nilo» donde la cámara de John Guillermin nos muestra la aparente imposibilidad del crimen desde múltiples ángulos.
Johnson comprende que el verdadero misterio no reside tanto en el «cómo» sino en el «por qué». Utiliza la aparente imposibilidad del crimen como trampolín hacia territorios más profundos.
Daniel Craig regresa como Benoit Blanc con esa mezcla de elegancia sureña y perspicacia detectivesca que ya ha convertido al personaje en un clásico contemporáneo. Su asociación con el Padre Jud Duplenticy —Josh O’Connor en un papel que promete matices inesperados— establece una dinámica fascinante entre razón y fe, entre método científico e intuición espiritual.
Un Reparto Coral al Servicio del Misterio
La galería de sospechosos que Johnson despliega responde a esa tradición del misterio clásico donde cada personaje porta sus secretos como estigmas. Un ex boxeador reconvertido en sacerdote, un escritor de ciencia ficción, un médico, una antigua violonchelista, una abogada y su hijastro adulto conforman un mosaico humano donde cada pieza esconde motivaciones que trascienden lo evidente.
Esta diversidad de perfiles no es mero artificio narrativo, sino reflejo de la complejidad moral que Johnson busca explorar. Cada sospechoso representa una faceta diferente de la condición humana enfrentada a la crisis espiritual.
Me recuerda a esas grandes obras corales del cine clásico donde el crimen servía como catalizador para revelar las verdades ocultas de una comunidad. Pienso en «La regla del juego» de Renoir, donde cada personaje esconde sus propias miserias bajo la máscara de la respetabilidad.
La habilidad de Johnson para manejar un reparto numeroso sin que ningún personaje se diluya en la trama demuestra una madurez narrativa que evoca a los mejores exponentes del género. Cada actor, por pequeño que sea su papel, contribuye a la construcción de un universo creíble donde el misterio surge de manera orgánica.
La Filosofía del Crimen
Lo que eleva «Wake Up Dead Man» por encima del mero entretenimiento es su capacidad para utilizar la estructura del whodunit como vehículo de reflexión filosófica. Los temas del pecado, la culpa, la fe y la racionalidad se entrelazan de manera natural con la investigación.
En ningún momento la película cae en la pedantería o el didactismo, algo que no siempre logran las producciones contemporáneas que aspiran a la profundidad.
Johnson entiende que el mejor cine de misterio siempre ha funcionado como metáfora de la búsqueda de la verdad en un sentido más amplio. Como observaba Raymond Chandler, el detective no es solo quien resuelve crímenes, sino quien restaura el orden moral en un mundo caótico.
Benoit Blanc encarna esta tradición con una particularidad: su fe reside en la observación casi mística del comportamiento humano.
El escenario religioso no es mero decorado, sino elemento estructural que permite a Johnson explorar las contradicciones inherentes a la naturaleza humana. La iglesia como espacio de redención y, simultáneamente, de hipocresía; la fe como refugio y como instrumento de manipulación.
Estas dualidades nutren una narrativa que funciona tanto en el nivel superficial del entretenimiento como en estratos más profundos de significado.
El Arte de la Revelación
Sin desvelar los secretos que la película guarda celosamente, puede afirmarse que Johnson ha perfeccionado su técnica de revelación gradual. Cada pista se dosifica con precisión quirúrgica, cada red herring cumple su función sin resultar gratuito, cada giro narrativo surge de la lógica interna de la historia.
La construcción del suspense responde a esa tradición clásica donde el placer del espectador reside tanto en intentar resolver el misterio como en admirar la elegancia de su resolución. Johnson no busca sorprender mediante artificios baratos, sino convencer a través de la coherencia narrativa y la profundidad psicológica de sus personajes.
Debo señalar, no obstante, que en ocasiones la película se demora quizás demasiado en ciertos diálogos expositivos. Aunque comprendo la necesidad de establecer las motivaciones de cada personaje, algunos intercambios resultan ligeramente forzados comparados con la fluidez natural que caracterizaba las primeras entregas.
La fotografía y la dirección artística contribuyen a crear una atmósfera que evoca tanto la solemnidad del espacio sagrado como la tensión del thriller psicológico. Cada encuadre parece meditado para reforzar los temas centrales de la película.
Particularmente efectivos resultan los planos cenitales durante las secuencias en el altar, que recuerdan a la geometría sagrada de los mejores trabajos de Kubrick en «El resplandor».
«Wake Up Dead Man» confirma que Rian Johnson ha logrado algo extraordinariamente difícil en el panorama cinematográfico actual: crear una franquicia que respeta tanto la inteligencia del espectador como las tradiciones del género que abraza.
En una época donde el cine comercial tiende a subestimar a su audiencia, estas películas funcionan como recordatorio de que entretenimiento y profundidad no son conceptos antagónicos, sino complementarios cuando se manejan con maestría.
La tercera aventura de Benoit Blanc no solo cumple las expectativas generadas por sus predecesoras, sino que las supera al encontrar en el terreno de lo sagrado un territorio fértil para la exploración de los misterios más profundos del alma humana.
Johnson demuestra su dominio de la puesta en escena mediante el uso magistral del espacio arquitectónico de la iglesia. Sus movimientos de cámara, pausados y deliberados, construyen la tensión sin recurrir a artificios digitales.
La edición, especialmente en las secuencias de flashback que revelan las pistas, mantiene ese ritmo pausado que permite al espectador procesar la información sin sentirse manipulado.
En tiempos donde el cine parece haber perdido la fe en su capacidad para sorprender y emocionar, «Wake Up Dead Man» surge como una pequeña revelación que restaura nuestra confianza en el poder transformador del séptimo arte.