• La próxima película «Deliver Me from Nowhere» sobre Bruce Springsteen y su álbum «Nebraska» plantea serias dudas sobre la verdadera calidad artística de esta obra venerada por la crítica.
• El álbum «Nebraska», creado en solitario por Springsteen en su dormitorio, carece de la energía y alegría que define al músico, convirtiéndose en un ejercicio de austeridad más que en una obra maestra.
• La interpretación de Jeremy Allen White como Springsteen resulta imperfecta y no logra capturar la esencia del artista, reflejando los problemas inherentes del proyecto cinematográfico.
En el mundo del cine, pocas cosas resultan tan peligrosas como la mitificación desmedida de ciertos momentos creativos. Cuando Hollywood decide rendir homenaje a un proceso artístico, a menudo confunde la solemnidad con la profundidad, el sufrimiento con la genialidad.
Es precisamente lo que parece ocurrir con «Deliver Me from Nowhere», la película que pretende desentrañar los misterios detrás de «Nebraska», ese álbum de Bruce Springsteen que la crítica ha elevado a los altares sin cuestionamiento alguno.
¿Qué sucede cuando nos atrevemos a desafiar los dogmas establecidos? ¿Cuándo miramos más allá del velo de reverencia que envuelve ciertas obras y nos preguntamos si realmente merecen el pedestal en el que las hemos colocado?
La respuesta, como veremos, puede resultar tan incómoda como necesaria para entender los mecanismos que rigen tanto la industria musical como la cinematográfica.
El mito del artista solitario
La reciente película «Deliver Me from Nowhere», protagonizada por Jeremy Allen White en el papel de Bruce Springsteen, nos invita a reflexionar sobre uno de los fenómenos más curiosos de la cultura contemporánea: la canonización automática de obras que, bajo un examen más riguroso, revelan fisuras considerables en su supuesta grandeza.
El filme se centra en la creación del álbum «Nebraska», grabado por Springsteen en la soledad de su dormitorio de Nueva Jersey a principios de los años ochenta. La premisa, en sí misma, posee todos los ingredientes que Hollywood adora: el artista solitario, la creación íntima, el proceso doloroso que da lugar a una obra trascendental.
Sin embargo, como ocurre tantas veces en el cine biográfico, la realidad resulta considerablemente menos épica que el mito. Recuerdo vívidamente aquellas sesiones de los foros de cinéfilos de finales de los noventa, donde ya debatíamos sobre la tendencia del cine a romantizar el proceso creativo hasta convertirlo en algo irreconocible.
Una interpretación que no convence
White, conocido por su trabajo en «The Bear», se enfrenta al desafío de encarnar a una figura tan icónica como Springsteen. Lamentablemente, su interpretación no logra capturar la esencia vital que define al «Boss».
Hay algo en su actuación que resulta demasiado calculado, demasiado consciente de su propia importancia artística. Springsteen, en su mejor momento, irradia una energía espontánea, una conexión visceral con el rock and roll que White no consigue transmitir.
Es el mismo problema que aquejaba a Val Kilmer interpretando a Jim Morrison en «The Doors» de Oliver Stone: la técnica está ahí, pero falta esa chispa indefinible que convierte a un intérprete en el personaje.
La sobrevaloración de «Nebraska»
Pero el verdadero problema no reside únicamente en la interpretación, sino en el objeto mismo de veneración: el álbum «Nebraska». Durante décadas, la crítica musical ha tratado esta obra como una especie de texto sagrado, un momento de pureza artística en el que Springsteen despojó su música de toda ornamentación.
Esta narrativa, por seductora que resulte, ignora una verdad fundamental sobre el arte de Springsteen. El músico de Nueva Jersey ha construido su carrera sobre la celebración de la vida, sobre la capacidad del rock and roll para transformar el dolor en júbilo, la desesperación en esperanza.
«Nebraska», con su austeridad deliberada y su tono uniformemente sombrío, representa una anomalía en su catálogo, no su culminación. Es como si pretendiésemos que «La cuerda floja» representa la cumbre de Hitchcock simplemente por ser más austera que «Vértigo».
El arte como terapia: un error conceptual
La película sugiere que la creación del álbum fue un proceso terapéutico, una forma de exorcizar demonios personales. Esta interpretación, aunque comprensible, reduce el arte a mera catarsis psicológica.
Como si Hitchcock hubiera filmado «Vértigo» únicamente para superar su miedo a las alturas, o Bergman hubiera concebido «El séptimo sello» como simple terapia existencial. El arte trasciende las circunstancias personales de su creador; cuando no lo hace, deja de ser arte para convertirse en diario íntimo.
El crítico Greil Marcus, cuya influencia en la recepción del álbum resulta innegable, lo interpretó como una declaración política, un retrato descarnado de la América de Reagan. Sin embargo, esta lectura pasa por alto que Springsteen había logrado comentarios sociales mucho más efectivos en obras anteriores.
La influencia mal digerida de Malick
La inspiración del álbum en la película «Badlands» de Terrence Malick resulta reveladora. Malick, maestro indiscutible de la poesía visual, logró en su ópera prima un equilibrio perfecto entre belleza y violencia, entre lirismo y brutalidad.
Recordemos esa secuencia en la que Martin Sheen y Sissy Spacek bailan al atardecer mientras la cámara de Malick captura la fugacidad del momento. Hay una tensión constante entre la belleza de la imagen y la violencia de la historia que la sustenta.
«Nebraska», en cambio, se queda en la superficie de esa influencia, adoptando únicamente el tono melancólico sin alcanzar la profundidad emocional. Es la diferencia entre la inspiración genuina y la imitación superficial.
La intuición de la industria
Existe una anécdota reveladora que la película recoge: la reacción inicial de un ejecutivo de Columbia Records ante las grabaciones caseras de Springsteen. Su desinterés, lejos de demostrar la incomprensión de la industria ante el genio artístico, podría reflejar una intuición acertada sobre las limitaciones de la obra.
No toda resistencia de la industria es censura; a veces es simple reconocimiento de que algo no funciona. Como cuando los estudios rechazaron inicialmente «Ciudadano Kane» no por su audacia narrativa, sino por problemas comerciales legítimos.
La artificiosidad disfrazada de autenticidad
El problema fundamental de «Nebraska» reside en su artificiosidad. Springsteen, consciente de las expectativas críticas y quizás influido por su compleja relación con su padre, creó una obra que busca desesperadamente la respetabilidad artística.
Es el equivalente musical de esas películas que aspiran al Oscar mediante la solemnidad forzada y la importancia temática autoimpuesta. La monotonía que caracteriza al álbum no es una virtud estética, sino una limitación creativa.
La repetición de fórmulas, la uniformidad tonal y la ausencia de los contrastes dinámicos que enriquecen las mejores obras de Springsteen convierten la escucha en un ejercicio de resistencia más que de disfrute.
El cine biográfico y sus trampas
«Deliver Me from Nowhere» perpetúa estos problemas al tratar su material fuente con una reverencia acrítica. El filme asume que la importancia cultural del álbum justifica automáticamente su calidad artística.
Es la misma trampa que tantas biografías cinematográficas: confundir la fama del sujeto con la validez de la obra. Como «Bohemian Rhapsody», que convirtió la complejidad de Freddie Mercury en un melodrama convencional.
La película nos recuerda, involuntariamente, que no toda experimentación artística merece celebración. Que la desnudez estilística no equivale necesariamente a honestidad emocional.
La solemnidad mal entendida
En última instancia, tanto «Deliver Me from Nowhere» como «Nebraska» sufren del mismo mal: la solemnidad mal entendida. Ambas obras olvidan que el arte más perdurable no es necesariamente el más austero, sino aquel que logra conectar con la experiencia humana en toda su complejidad.
Springsteen lo sabía cuando creó «Born to Run» o «The River»; lamentablemente, parece haberlo olvidado temporalmente durante las sesiones que dieron lugar a «Nebraska».
El cine, como la música, alcanza su máxima expresión cuando abraza tanto la luz como la sombra, tanto el dolor como la alegría. «Deliver Me from Nowhere» y su objeto de veneración nos recuerdan, por contraste, por qué las obras maestras verdaderas trascienden las modas críticas.
Porque entienden que el arte, en su esencia más pura, debe ser ante todo una celebración de la vida, no un ejercicio de penitencia estética.

