Rocky nació así: Stallone rechazó millones para protagonizarlo

Biopic “I Play Rocky”: la épica batalla de Stallone por escribir y protagonizar Rocky, rechazando ofertas millonarias para mantener su visión y cambiar Hollywood.

✍🏻 Por Tomas Velarde

octubre 21, 2025

‘I Play Rocky’ narra la extraordinaria lucha de Sylvester Stallone por crear y protagonizar una de las películas más icónicas del cine estadounidense.

La determinación artística de un actor de 29 años que rechazó ofertas millonarias para mantener el control creativo de su obra merece ser contada con la dignidad que requiere.

Peter Farrelly dirige este proyecto biográfico que promete revelar los entresijos de una de las historias de superación más fascinantes de Hollywood.

En el vasto panorama del cine contemporáneo, donde los biopics proliferan con desigual fortuna, surge ocasionalmente un proyecto que promete trascender la mera nostalgia comercial. La industria cinematográfica ha encontrado en las historias reales de sus propios artífices una veta inagotable de material dramático.

Pocas historias en Hollywood poseen la potencia mítica de la creación de «Rocky». Más allá del fenómeno cultural que representó la saga, existe una historia previa que encierra en sí misma todos los elementos del drama clásico: la adversidad, la determinación inquebrantable y, finalmente, el triunfo contra todo pronóstico.

El arte de la persistencia

«I Play Rocky» se presenta como el relato cinematográfico de una de las gestas más admirables del cine moderno. La historia de Sylvester Stallone, un actor de 29 años con parálisis facial parcial y problemas de dicción, que escribió el guión de «Rocky» y se negó rotundamente a venderlo a menos que pudiera interpretarlo él mismo, constituye un ejemplo paradigmático de integridad artística.

Esta determinación me recuerda inevitablemente a la de Orson Welles con «Ciudadano Kane», aunque en circunstancias radicalmente distintas. Mientras Welles luchaba contra el poder mediático de Hearst, Stallone se enfrentaba al escepticismo de unos estudios que no veían en él más que a un actor secundario con limitaciones evidentes.

La decisión de rechazar ofertas de seis cifras para mantener el control creativo revela una comprensión profunda de lo que significa ser autor en el sentido más pleno del término. En una industria donde el dinero suele dictar las decisiones creativas, la postura del joven Stallone adquiere dimensiones casi heroicas.

Peter Farrelly, conocido principalmente por sus comedias, asume la dirección de este proyecto biográfico. La elección resulta intrigante, pues sugiere un enfoque que podría alejarse del tono solemne habitual en este tipo de producciones. Sin embargo, la historia de Stallone requiere un tratamiento que honre tanto la lucha personal como el contexto cinematográfico de mediados de los años setenta.

La encarnación del mito

Anthony Ippolito ha sido elegido para dar vida al joven Stallone, una responsabilidad considerable que va más allá de la mera imitación física. Interpretar a una figura tan reconocible del cine estadounidense exige una comprensión profunda no sólo de sus gestos y maneras, sino de la psicología que impulsó sus decisiones más trascendentales.

La presencia de Stephan James interpretando a Carl Weathers (Apollo Creed) añade una capa adicional de complejidad narrativa. La relación entre Rocky y Apollo, tanto en la ficción como en la realidad del rodaje, representa uno de los elementos más ricos de la mitología de la saga.

El contexto de una época

La historia de «Rocky» no puede entenderse sin el contexto del Hollywood de mediados de los setenta. Era una época de transición, donde el sistema de estudios tradicional comenzaba a ceder espacio a nuevas voces y enfoques narrativos. Directores como Coppola, Scorsese y Spielberg estaban redefiniendo el lenguaje cinematográfico estadounidense.

En este panorama, la historia de Stallone adquiere resonancias particulares. Su insistencia en protagonizar su propia creación no era simplemente capricho de actor, sino una intuición profunda sobre la naturaleza de la interpretación y la autoría cinematográfica.

El hecho de que «Rocky» se rodase con un presupuesto inferior al millón de dólares y se convirtiese en el mayor éxito de taquilla del año, además de ganar el Oscar a la Mejor Película, constituye una de esas anomalías que sólo el cine puede producir. Es la demostración palpable de que, ocasionalmente, la visión personal puede imponerse a las consideraciones puramente comerciales.

La responsabilidad del retrato

«I Play Rocky» enfrenta el desafío de narrar una historia ya conocida sin caer en la hagiografía ni en la simplificación. La figura de Stallone, compleja y controvertida a lo largo de su carrera, merece un tratamiento que reconozca tanto sus logros como sus limitaciones.

Aquí reside mi principal inquietud respecto al proyecto. Los biopics contemporáneos tienden a la idealización, evitando las aristas más incómodas de sus protagonistas. La historia de Stallone trasciende la anécdota personal para convertirse en metáfora de la propia condición del artista en la industria cinematográfica.

La película debe encontrar el equilibrio entre el homenaje y el análisis crítico, entre la celebración del triunfo individual y la comprensión de las circunstancias que lo hicieron posible. En definitiva, debe ser fiel no sólo a los hechos, sino al espíritu de una época en la que el cine estadounidense se reinventaba a sí mismo.

En última instancia, «I Play Rocky» tiene la oportunidad de convertirse en algo más que un simple biopic. Puede ser una reflexión sobre la naturaleza de la creación artística, sobre la importancia de mantener la integridad creativa frente a las presiones comerciales.

El cine, cuando es fiel a sí mismo, posee esa capacidad única de transformar las historias personales en mitos universales. La historia de Stallone y «Rocky» es, sin duda, una de esas historias que merecen ser contadas con la dignidad y el respeto que requieren las grandes gestas del séptimo arte.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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