Por qué TIBURÓN arruinó para siempre el cine (y nadie se atreve a decirlo)

Tiburón de Spielberg redefinió el cine comercial moderno y dejó una huella cultural duradera. Explora el fenómeno que transformó el séptimo arte para siempre.

✍🏻 Por Tomas Velarde

agosto 27, 2025

Tiburón de Spielberg no sólo revolucionó el cine de terror, sino que estableció las bases del blockbuster moderno y transformó para siempre las estrategias de marketing cinematográfico.

• La obra maestra de 1975 demuestra que la verdadera grandeza cinematográfica reside en la sugerencia y el montaje magistral, principios que el cine comercial actual ha olvidado lamentablemente.

• Más allá del fenómeno Spielberg, existe un corpus fascinante de películas de tiburones que merece ser analizado con la misma rigurosidad crítica que aplicamos a cualquier otro género cinematográfico.

Cuando contemplo el panorama del cine contemporáneo, resulta inevitable reconocer que existe un antes y un después de Tiburón. La obra de Steven Spielberg no fue simplemente una película; fue un acontecimiento cultural que redefinió los códigos del género y estableció las bases de lo que conocemos como cine comercial moderno.

Sin embargo, la sombra de esta obra maestra ha eclipsado durante décadas otras propuestas cinematográficas que han abordado el tema de los escualos con enfoques diversos y, en ocasiones, sorprendentemente sofisticados.

El fenómeno Tiburón nos recuerda que el cine posee esa capacidad única de transformar nuestras percepciones más profundas sobre el mundo natural. Como ya había demostrado Hitchcock con Los pájaros, Spielberg logró convertir un elemento de la naturaleza en una fuente de terror primordial.

La diferencia radica en que Hitchcock construía su terror desde la abstracción y el simbolismo, mientras que Spielberg optó por un realismo visceral que conectaba directamente con los miedos primarios del espectador.

El legado imperecedero de una obra maestra

Resulta difícil imaginar el panorama cinematográfico actual sin la influencia decisiva de Tiburón. Cuando Spielberg estrenó su obra en 1975, no sólo estaba creando una película; estaba forjando un nuevo lenguaje cinematográfico que perduraría durante décadas.

La cinta se convirtió en su momento en la película más taquillera de la historia, un récord que habla tanto de su calidad artística como de su impacto cultural.

La genialidad de Spielberg residió en comprender que el terror más efectivo es aquel que no se muestra completamente. Los problemas técnicos con el tiburón mecánico, que inicialmente parecían un obstáculo insalvable, se transformaron en la clave del éxito de la película.

Esta lección la había aprendido bien de los maestros del suspense. Hitchcock ya había demostrado en Psicosis que la sugerencia supera siempre a la mostración explícita.

La tensión se construye a través del montaje magistral y de una banda sonora que John Williams convirtió en pura angustia sonora. Esas dos notas repetitivas se han convertido en uno de los leitmotivs más reconocibles de la historia del cine.

Recuerdo vívidamente mi primera experiencia con Tiburón en una sala de cine a finales de los años setenta. La película modificó radicalmente la percepción pública sobre los escualos, generando una fobia colectiva hacia estos animales que perdura hasta nuestros días.

La transformación del panorama cinematográfico

La influencia de Tiburón en la industria cinematográfica resulta incalculable. La película no sólo redefinió las estrategias de marketing —introduciendo conceptos como el estreno masivo en múltiples salas—, sino que también estableció el modelo del blockbuster estival que domina Hollywood hasta la actualidad.

Desde una perspectiva puramente cinematográfica, Tiburón demostró que era posible combinar la sofisticación narrativa con el entretenimiento popular sin sacrificar la integridad artística.

La construcción de personajes, particularmente la memorable interpretación de Robert Shaw como Quint, alcanza momentos de auténtica grandeza dramática.

La secuencia del USS Indianapolis constituye una de las piezas de actuación más poderosas del cine de los años setenta. Shaw construye un monólogo que funciona como una pequeña obra teatral dentro del filme, recordándonos que el mejor cine siempre ha sabido combinar espectáculo y profundidad humana.

El reconocimiento de Tiburón como patrimonio cultural estadounidense, mediante su inclusión en el Registro Nacional de Películas en 2001, confirma su estatus como obra fundamental del cine americano.

No se trata únicamente de una película de terror exitosa, sino de una pieza clave para comprender la evolución del lenguaje cinematográfico contemporáneo.

Más allá del fenómeno Spielberg

Sin embargo, la hegemonía de Tiburón ha generado una percepción errónea: la idea de que no existen otras películas de tiburones dignas de consideración crítica.

Esta perspectiva resulta profundamente injusta con un subgénero que ha producido obras de notable interés, desde aproximaciones puramente comerciales hasta propuestas de autor que han explorado las posibilidades expresivas de estos depredadores marinos.

El cine de tiburones posterior a Spielberg ha transitado por senderos diversos. Algunos cineastas han optado por la vía del homenaje directo, tratando de replicar la fórmula del maestro con resultados variables.

Otros han preferido la deconstrucción paródica, convirtiendo el terror en comedia autoconsciente. Y unos pocos han logrado encontrar aproximaciones genuinamente originales al tema.

La riqueza de este corpus cinematográfico reside precisamente en su diversidad. Desde thrillers de supervivencia hasta comedias de serie B, pasando por experimentos de ciencia ficción, el tiburón se ha convertido en un elemento narrativo extraordinariamente versátil.

Es capaz de adaptarse a registros y géneros muy diversos, algo que sólo los grandes símbolos cinematográficos logran conseguir.

La dimensión científica y conservacionista

Uno de los aspectos más fascinantes del legado de Tiburón es su impacto contradictorio en la percepción científica de estos animales.

Si bien la película generó inicialmente una oleada de caza indiscriminada de escualos, también despertó un interés sin precedentes por la biología marina y la conservación oceánica.

Esta paradoja refleja el poder transformador del cine como medio de comunicación. Una sola película puede modificar actitudes colectivas, generar debates científicos y, en última instancia, influir en políticas de conservación.

El propio Spielberg ha participado activamente en campañas de protección de tiburones, tratando de compensar las consecuencias no deseadas de su obra maestra.

La evolución de la percepción pública sobre los tiburones en las últimas décadas demuestra cómo el cine puede ser tanto problema como solución.

Las películas posteriores han contribuido gradualmente a una comprensión más matizada de estos depredadores, presentándolos no sólo como amenazas, sino como elementos fundamentales del ecosistema marino.

El futuro del subgénero

El cine de tiburones contemporáneo se encuentra en una encrucijada fascinante. Por un lado, persiste la tentación de explotar la fórmula comercial establecida por Spielberg.

Por otro, existe una creciente conciencia sobre la responsabilidad ecológica del cine y su capacidad para influir en la opinión pública.

Los cineastas actuales que se aventuran en este territorio deben navegar entre el entretenimiento y la educación, entre el terror y el respeto hacia estos magníficos depredadores.

Se trata de un equilibrio delicado que requiere tanto habilidad técnica como sensibilidad artística. Algo que, lamentablemente, escasea en el cine comercial actual, más preocupado por los efectos digitales que por la construcción narrativa.

La exploración de alternativas cinematográficas a Tiburón no pretende disminuir la grandeza de la obra de Spielberg, sino enriquecer nuestra comprensión de un subgénero que ha demostrado poseer una vitalidad sorprendente.


Al contemplar el vasto océano del cine de tiburones, resulta evidente que Tiburón seguirá siendo el faro que guía a todas las demás embarcaciones.

Sin embargo, esto no debe impedirnos explorar las aguas menos transitadas de este fascinante subgénero. Cada película aporta su propia perspectiva, su particular visión de la relación entre el ser humano y estos antiguos depredadores.

Como cinéfilos, tenemos la responsabilidad de aproximarnos a estas obras con la misma seriedad crítica que aplicamos a cualquier otro género cinematográfico.

Porque, en última instancia, el cine de tiburones no habla únicamente de escualos: habla de nuestros miedos más profundos, de nuestra relación con la naturaleza y de nuestra capacidad para transformar el terror en arte.

Y eso, estimados lectores, merece toda nuestra atención y respeto.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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