• La crítica cinematográfica funciona como el primer borrador de la historia del cine, donde los juicios iniciales pueden diferir radicalmente del veredicto de la posteridad.
• Las obras cinematográficas requieren al menos dos décadas de «maceración cultural» para revelar su verdadero valor artístico, transformándose de fracasos críticos en clásicos venerados.
• Esta reflexión sobre la naturaleza cambiante de la recepción crítica nos enseña que el auténtico valor artístico trasciende las primeras impresiones y se desvela únicamente con el paso del tiempo.
¿Cuántas veces hemos sido testigos de ese fenómeno fascinante donde una película despreciada por la crítica en su estreno se convierte, años después, en objeto de culto y estudio académico?
La historia del cine está plagada de estos casos que nos obligan a reflexionar sobre la naturaleza misma de la crítica cinematográfica y su relación con el tiempo. Como alguien que ha dedicado décadas a observar este arte en constante evolución, puedo afirmar que pocas cosas resultan tan reveladoras sobre nuestro oficio como analizar estos giros del destino crítico.
La paradoja es evidente: aquellas obras que inicialmente fueron recibidas con desdén por parte de la prensa especializada terminan ocupando lugares de honor en los anaqueles de la cinemateca universal.
Este fenómeno no es casual ni excepcional; responde a una lógica profunda que tiene que ver con la manera en que el arte cinematográfico dialoga con su época y, posteriormente, con la posteridad. La distancia temporal actúa como un filtro que permite separar lo verdaderamente valioso de lo meramente comercial o circunstancial.
La crítica como primer borrador de la historia
El periodismo, y por extensión la crítica cinematográfica, funciona como el primer borrador de la historia. Esta máxima, que he comprobado a lo largo de mis años escribiendo sobre cine, cobra especial relevancia cuando observamos cómo ciertas películas han experimentado una completa rehabilitación crítica décadas después de su estreno.
Los críticos, sometidos a la presión del deadline y a las expectativas de su momento histórico, emiten juicios que inevitablemente están condicionados por el contexto cultural inmediato. No es una falla profesional; es simplemente la naturaleza humana enfrentada a la inmediatez del presente.
Recuerdo vívidamente cómo en los años 80 y 90, cuando comenzaba a formarme como cinéfilo en las sesiones de la Filmoteca Española, muchas de las películas que hoy consideramos clásicos indiscutibles eran vistas con recelo o directa hostilidad por parte de la crítica establecida.
La perspectiva histórica nos ha enseñado que el verdadero valor artístico no siempre es evidente en el momento de su aparición. Como aquella memorable proyección de «Blow Out» de De Palma que presencié en 1981, donde la mitad del público abandonó la sala durante la secuencia del parque de atracciones, incapaz de comprender la maestría técnica que estaba desplegándose ante sus ojos.
El proceso de maceración cultural
Existe un proceso que podríamos denominar «maceración cultural» que requiere, como mínimo, dos décadas para que una obra cinematográfica pueda ser reevaluada con justicia. Durante este período, la película debe sobrevivir no sólo al olvido, sino también a los cambios de gusto y a las transformaciones sociales que inevitablemente alteran nuestra percepción del arte.
Este fenómeno me recuerda a los grandes vinos que necesitan tiempo para desarrollar su complejidad. Una película que en su momento pudo parecer pretenciosa, confusa o simplemente inadecuada, puede revelarse años después como una obra visionaria que se adelantó a su tiempo.
La televisión por cable y, posteriormente, las plataformas de streaming han jugado un papel fundamental en este proceso de redescubrimiento. Muchas obras han encontrado su audiencia natural no en las salas de cine, sino en la intimidad del hogar, donde el espectador puede aproximarse a ellas sin las expectativas y presiones del estreno comercial.
Sin embargo, debo señalar que este proceso de rehabilitación no debe confundirse con la mera nostalgia. No toda película incomprendida merece una segunda oportunidad. La verdadera rehabilitación crítica se produce cuando una obra demuestra poseer elementos de valor duradero que trascienden las modas pasajeras.
Casos paradigmáticos de rehabilitación crítica
La historia del cine está repleta de ejemplos que ilustran este fenómeno. Pensemos en «Vértigo» de Hitchcock, que en 1958 fue recibida con cierta frialdad por la crítica estadounidense, que la consideraba demasiado lenta y psicológicamente compleja.
Hoy es ampliamente reconocida como una de las obras maestras del maestro del suspense y del cine en general. La secuencia del sueño, con esa cámara que se adentra en la mente fragmentada de Scottie Ferguson, era demasiado audaz para los críticos de la época, acostumbrados a narrativas más lineales.
Similar destino corrió «El resplandor» de Kubrick, película que en 1980 fue duramente criticada por alejarse de los cánones tradicionales del género de terror. Los críticos de la época no supieron apreciar la complejidad visual y narrativa que Kubrick había construido.
Décadas después, la película es estudiada en escuelas de cine como ejemplo de virtuosismo técnico y profundidad psicológica. Esos planos imposibles del hotel Overlook, conseguidos mediante el revolucionario sistema Steadicam, eran incomprensibles para una crítica que aún no había asimilado las posibilidades técnicas del medio.
Podríamos añadir «Ciudadano Kane» de Welles, que perdió el Oscar ante «Qué verde era mi valle» de John Ford, o «Los paraguas de Cherburgo» de Demy, inicialmente tachada de artificiosa por su uso del color y la música. Estos casos no son anomalías; son la norma.
La evolución del gusto cinematográfico
El gusto cinematográfico, como cualquier manifestación cultural, está sujeto a ciclos y transformaciones. Lo que una generación rechaza, la siguiente puede abrazarlo con entusiasmo.
Este fenómeno se debe, en parte, a que cada nueva generación de espectadores y críticos se aproxima a las obras sin las expectativas y prejuicios de la época original.
Los jóvenes críticos y académicos que redescubren estas películas «fracasadas» lo hacen desde una perspectiva diferente, libre de las presiones comerciales y las expectativas inmediatas que condicionaron la recepción inicial. Pueden apreciar elementos que pasaron desapercibidos: innovaciones técnicas, propuestas narrativas audaces, o reflexiones temáticas que cobran nueva relevancia.
Este proceso de redescubrimiento no es automático ni garantizado. Requiere la intervención de cinéfilos, académicos y programadores de cinematecas que rescaten estas obras del olvido y las presenten a nuevas audiencias con el contexto adecuado.
He tenido la fortuna de participar en varias de estas «resurrecciones» cinematográficas, programando ciclos en cinematecas donde películas olvidadas encontraron nuevos públicos dispuestos a apreciar su valor.
La responsabilidad del crítico ante la posteridad
Como crítico, he aprendido a ser consciente de las limitaciones inherentes a nuestro oficio. Cada reseña que escribimos es, inevitablemente, un producto de nuestro tiempo y nuestras circunstancias personales.
La humildad debe acompañar siempre nuestros juicios, especialmente cuando nos enfrentamos a obras que desafían nuestras expectativas.
Esto no significa que debamos ser complacientes o que toda película merezca una segunda oportunidad. Significa, más bien, que debemos ser conscientes de que nuestras palabras forman parte de un diálogo más amplio que se extiende mucho más allá del momento de la publicación.
La verdadera prueba del tiempo separa lo genuinamente valioso de lo meramente moderno. Algunas películas que fueron aclamadas en su momento han caído en el olvido, mientras que otras, inicialmente despreciadas, han encontrado su lugar en el canon cinematográfico.
Recuerdo haber sido especialmente duro con ciertas propuestas experimentales de los años 90 que hoy reconozco como precursoras de lenguajes cinematográficos que tardaría años en comprender plenamente. La autocrítica forma parte esencial de la madurez profesional.
El papel de las nuevas generaciones
Las nuevas generaciones de espectadores y críticos juegan un papel fundamental en este proceso de rehabilitación. Libres de las expectativas originales y armados con una perspectiva histórica más amplia, pueden apreciar elementos que fueron invisibles para sus predecesores.
Este fenómeno se ha acelerado en la era digital, donde el acceso a películas de todas las épocas es más fácil que nunca. Los jóvenes cinéfilos pueden descubrir obras «olvidadas» y compartir sus hallazgos a través de redes sociales y plataformas especializadas, creando nuevas corrientes de opinión que pueden rehabilitar completamente la reputación de una película.
La democratización del acceso al cine ha permitido que voces antes marginales participen en este diálogo crítico, enriqueciendo nuestra comprensión de la historia cinematográfica y desafiando los consensos establecidos.
Sin embargo, también debo advertir sobre el peligro del revisionismo indiscriminado. No toda película incomprendida es una obra maestra esperando ser descubierta. La capacidad de discernimiento sigue siendo fundamental en este proceso de reevaluación.
Lecciones para el presente
Este fenómeno de rehabilitación crítica nos enseña varias lecciones importantes sobre la naturaleza del arte cinematográfico y la crítica. En primer lugar, nos recuerda que el valor artístico no siempre es evidente de manera inmediata.
Algunas obras requieren tiempo para revelar su verdadera naturaleza, como esas composiciones de Antonioni que inicialmente parecían vacías pero que con los años se revelan como estudios magistrales sobre el vacío existencial del hombre moderno.
En segundo lugar, nos muestra la importancia de mantener una mente abierta ante propuestas cinematográficas que desafían nuestras expectativas. Lo que hoy puede parecer pretencioso o incomprensible, mañana podría revelarse como visionario.
Finalmente, nos enseña que la crítica cinematográfica es un diálogo continuo entre diferentes generaciones de espectadores y críticos. Nuestras opiniones no son definitivas; son contribuciones a una conversación más amplia que se extiende a lo largo del tiempo.
La historia del cine nos demuestra una y otra vez que las primeras impresiones, por más fundamentadas que parezcan, no siempre capturan la esencia verdadera de una obra. Como espectadores y críticos, debemos mantener la humildad suficiente para reconocer que nuestro juicio, por más informado que sea, es sólo una voz en el coro de la posteridad.
El tiempo, ese crítico implacable y justo, tiene siempre la última palabra.
Quizás la lección más valiosa que podemos extraer de estos casos de rehabilitación crítica es la necesidad de cultivar la paciencia y la perspectiva histórica. En una época donde todo se juzga de manera inmediata y definitiva, recordar que el arte verdadero trasciende las modas y las primeras impresiones se convierte en un acto de resistencia cultural.
Al final, las películas que perduran no son necesariamente las que triunfan en su estreno, sino aquellas que logran establecer un diálogo genuino con el alma humana, un diálogo que puede tardar décadas en ser plenamente comprendido.