Crítico de cine que odiaba la TV confiesa: estos 11 finales superan a Kubrick

Descubre finales de series que cerraron eras doradas, rivalizando con el mejor cine, y redefinieron el lenguaje visual de la televisión.

✍🏻 Por Tomas Velarde

julio 27, 2025
Hombre descansando con mascarilla de oxígeno en cama hospitalaria.

• Once finales televisivos que no sólo cerraron series memorables, sino que marcaron el fin de épocas doradas en la historia de la televisión, demostrando que el medio había alcanzado la madurez artística del séptimo arte.

• Como crítico que durante décadas desdeñé la televisión considerándola inferior al cine, debo reconocer que estos desenlaces poseen la misma grandeza narrativa que los mejores finales cinematográficos de Kubrick o Bergman.

• Algunos de estos desenlaces, aunque controvertidos, siguen siendo hitos culturales que definieron generaciones enteras de espectadores, estableciendo un nuevo lenguaje visual que rivaliza con el cine de autor.

La televisión, como medio artístico, posee una cualidad única que la distingue del cine: su capacidad para acompañar al espectador durante años, creando vínculos emocionales profundos que trascienden la mera ficción. Durante décadas, como crítico cinematográfico, mantuve una postura elitista hacia este medio, considerándolo un pariente pobre del séptimo arte.

Sin embargo, la evolución de la narrativa televisiva me ha obligado a reconsiderar esta posición. Cuando una serie llega a su fin, no sólo se cierra una historia; se clausura una época, un ritual doméstico, una cita semanal que ha moldeado conversaciones, debates y, en definitiva, la cultura popular de su tiempo.

Existe una diferencia abismal entre el simple final de una serie y el verdadero cierre de una era televisiva. Los grandes finales no se limitan a resolver tramas pendientes; funcionan como puntos de inflexión que marcan el antes y el después en la evolución del medio. Son esos momentos en los que millones de espectadores comprenden, casi instintivamente, que algo importante ha llegado a su fin para siempre.

Buffy Cazavampiros: El ocaso del terror adolescente

Pocas series han logrado fusionar con tanta maestría la metáfora existencial con la estructura episódica del «monstruo de la semana». Joss Whedon construyó en Buffy un universo donde los horrores del instituto se materializaban literalmente en criaturas sobrenaturales.

La serie empleaba técnicas narrativas que recordaban al mejor cine de género de los años 50, pero con una sofisticación visual que hubiera envidiado el propio Hitchcock. Su final no sólo cerró la historia de la Cazadora; marcó el fin de una era en la que la televisión fantástica podía ser profundamente inteligente sin renunciar al entretenimiento.

La serie demostró que el género podía trascender sus propias limitaciones, creando personajes complejos dentro de estructuras aparentemente simples. La puesta en escena de Whedon, especialmente en episodios como «Hush» o «The Body», alcanzaba cotas de expresividad visual comparables a las mejores secuencias mudas del cine clásico.

The Wire: La despedida del realismo urbano

David Simon construyó en The Wire algo más que una serie policiaca; creó un retrato sociológico de una ciudad en decadencia que funcionaba como microcosmos de la América contemporánea. Su aproximación casi documental al crimen organizado, la política y las instituciones educativas estableció un nuevo estándar para el drama televisivo.

Como admirador del neorrealismo italiano, debo reconocer que Simon logró algo que pocos cineastas han conseguido: mantener la honestidad visual de De Sica o Rossellini durante cinco temporadas completas. Su uso de actores no profesionales y localizaciones reales creaba una autenticidad que rivalizaba con los mejores documentales sociales.

El final de la serie representó el cierre de una ventana única hacia la realidad urbana estadounidense. Simon demostró que la televisión podía ser tan rigurosa y comprometida como el mejor periodismo de investigación, sin sacrificar la complejidad narrativa que caracteriza al gran arte.

Breaking Bad: El epílogo del antihéroe televisivo

Vince Gilligan logró algo extraordinario con Walter White: crear un protagonista cuya transformación moral resultase tan fascinante como repulsiva. Breaking Bad llevó hasta sus últimas consecuencias la figura del antihéroe, ese personaje moralmente ambiguo que había dominado la televisión de calidad durante más de una década.

La construcción visual de la serie, con esos planos desérticos que evocaban el mejor western crepuscular, recordaba inevitablemente a la fotografía de Sed de mal de Orson Welles. Gilligan entendía que cada encuadre debía servir a la narrativa, una lección que muchos directores de cine contemporáneo han olvidado.

Su final, meticulosamente construido, funcionó como la culminación perfecta de una era televisiva obsesionada con la complejidad moral. La serie demostró que era posible mantener la coherencia narrativa hasta el último minuto, algo que muchas producciones posteriores han intentado emular sin éxito.

Seinfeld: El adiós a la inocencia cómica

Larry David y Jerry Seinfeld revolucionaron la comedia televisiva con una premisa aparentemente simple: una serie «sobre nada». Su final, deliberadamente anticlimático y moralmente ambiguo, rechazó todas las convenciones sentimentales del género sitcom tradicional.

La precisión cómica de David me recordaba inevitablemente a Billy Wilder en sus mejores momentos. Esa capacidad para encontrar humor en la mezquindad humana sin caer en el cinismo gratuito requiere una maestría técnica que pocos poseen.

La serie marcó el fin de una época en la que las comedias podían permitirse ser completamente amorales sin perder popularidad. Su influencia se extiende hasta nuestros días, aunque pocas producciones han conseguido igualar su precisión cómica y su valentía narrativa.

Juego de Tronos: El final controvertido de la fantasía épica

David Benioff y D.B. Weiss consiguieron algo impensable: llevar la fantasía épica al mainstream televisivo global. Durante ocho temporadas, Juego de Tronos demostró que las audiencias estaban preparadas para narrativas complejas, violentas y moralmente ambiguas en horario de máxima audiencia.

La serie alcanzó, en sus mejores momentos, una grandeza visual comparable a las superproducciones de David Lean. Secuencias como la Batalla de los Bastardos poseían una coreografía bélica que rivalizaba con las mejores escenas de acción del cine épico.

Su final, aunque ampliamente criticado por su precipitación narrativa, no puede negarse que marcó el cierre de un fenómeno cultural sin precedentes. La serie cambió para siempre las expectativas sobre lo que la televisión podía conseguir en términos de producción, alcance global e impacto cultural.

Lost: El misterio como motor narrativo

J.J. Abrams y Damon Lindelof construyeron en Lost un laberinto narrativo que mantuvo a millones de espectadores especulando durante seis temporadas. La serie demostró el poder del misterio como elemento estructural, creando una nueva forma de consumo televisivo basada en teorías, debates y análisis colectivos.

Su controvertido final dividió a la audiencia, pero nadie puede negar su impacto en la forma de contar historias en televisión. Lost estableció las bases para una nueva relación entre creadores y espectadores, mediada por internet y las redes sociales, algo que el cine tradicional aún lucha por comprender.

The Office: La culminación de la comedia de situación

La versión estadounidense de The Office, desarrollada por Greg Daniels, perfeccionó el formato de falso documental hasta convertirlo en algo genuinamente emotivo. Steve Carell creó en Michael Scott un personaje que trascendía la simple caricatura para convertirse en algo profundamente humano.

El uso de la cámara al hombro y los zooms incómodos creaban una intimidad que recordaba al mejor cinema verité francés. Daniels entendía que la técnica documental podía servir a la ficción sin traicionarla.

El final de la serie representó el cierre de una época dorada para la comedia televisiva en las cadenas generalistas. Su influencia se extiende mucho más allá del género, estableciendo nuevos estándares para el desarrollo de personajes y la construcción emocional.

The Walking Dead: El agotamiento del apocalipsis zombi

Robert Kirkman adaptó su cómic homónimo creando un fenómeno que dominó la televisión durante más de una década. The Walking Dead demostró que el horror podía funcionar en televisión abierta, estableciendo nuevos récords de audiencia y creando un universo transmedia sin precedentes.

La serie, en sus primeras temporadas, poseía una atmósfera opresiva que evocaba los mejores momentos del cine de terror de los años 70. Sin embargo, su extensión excesiva diluyó esa intensidad inicial, algo que jamás habría ocurrido en el formato cinematográfico.

Su final marcó el agotamiento de un subgénero que había saturado completamente el panorama audiovisual. La serie, en sus mejores momentos, funcionó como una reflexión sobre la naturaleza humana en situaciones extremas.

Mad Men: La elegancia del drama de época

Matthew Weiner construyó en Mad Men un retrato de la América de los años 60 que rivalizaba con las mejores películas de época de Hollywood. Su atención al detalle visual y su comprensión de la psicología masculina crearon un universo de una riqueza extraordinaria.

La serie empleaba técnicas narrativas que recordaban al mejor cine de autor europeo, con elipsis temporales y silencios cargados de significado que requerían una audiencia sofisticada.

Friends: El final de una era en la comedia televisiva

La despedida de Friends representó algo más que el fin de una serie; marcó el cierre de una época en la que las comedias de situación podían unir a audiencias masivas en torno a una experiencia compartida.

Su final, aunque predecible, poseía la calidez emocional de las mejores comedias clásicas de Hollywood. Los creadores entendieron que, a veces, dar al público exactamente lo que espera es la decisión más valiente.

Estos finales televisivos trascienden su condición de meros desenlaces narrativos para convertirse en verdaderos hitos culturales. Cada uno de ellos cerró no sólo una historia, sino una forma particular de entender y consumir la ficción televisiva.

Como crítico que ha presenciado la evolución de ambos medios, debo reconocer que estos finales poseen la misma capacidad de permanencia que los mejores desenlaces cinematográficos. Son testimonios de épocas irrepetibles, momentos en los que la televisión demostró su capacidad para crear arte genuino y duradero.

La grandeza de estos finales no reside únicamente en su calidad técnica o narrativa, sino en su capacidad para capturar el espíritu de su tiempo y, simultáneamente, clausurarlo para siempre. Son, en definitiva, los puntos y aparte de la historia de un medio que ha alcanzado la madurez artística, pero que jamás olvidará estos momentos de gracia televisiva.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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