Cómo «Nobody 2» Destruye las Superproducciones con Solo $20 Millones

Descubre en ‘Nobody 2’ cómo Bob Odenkirk regresa como Hutch Mansell en una secuela que prioriza la narración sobre los excesos con genialidad.

✍🏻 Por Tomas Velarde

agosto 16, 2025

• Bob Odenkirk regresa como Hutch Mansell en una secuela que abraza sin complejos los códigos del cine de serie B, priorizando la eficacia narrativa sobre la grandilocuencia.

• Bajo la dirección de Timo Tjahjanto, «Nobody 2» demuestra que el verdadero espectáculo cinematográfico nace de la inventiva artesanal, no del despilfarro presupuestario.

• La película recupera esa honestidad brutal del cine de acción clásico, recordándonos por qué maestros como Don Siegel sabían que la efectividad residía en la economía narrativa.

En una época donde las secuelas parecen obligadas a superar constantemente los excesos de sus predecesoras, resulta refrescante encontrar una propuesta que comprende perfectamente sus limitaciones y las abraza con descaro.

El cine de acción ha perdido, en muchos casos, esa honestidad brutal que caracterizaba a los grandes exponentes del género en décadas pasadas. Directores como Don Siegel o Walter Hill sabían que la efectividad residía en la economía narrativa y la precisión en la puesta en escena.

«Nobody 2» se presenta como un ejercicio de nostalgia consciente, un regreso a esos códigos del cine de serie B que, paradójicamente, a menudo resultaban más memorables que las superproducciones de su tiempo.

Hay algo profundamente cinematográfico en la decisión de mantener la modestia presupuestaria como virtud. Nos recuerda que el verdadero espectáculo nace de la inventiva, no del despilfarro.

El regreso de un antihéroe doméstico

Cuatro años después de su primera incursión en el mundo de la violencia organizada, Hutch Mansell vuelve a nuestras pantallas cargando con el peso de una deuda de treinta millones de dólares con la mafia rusa.

Bob Odenkirk, cuya transformación física y actoral en la primera entrega ya resultaba sorprendente, consolida aquí un personaje que navega magistralmente entre la ternura paternal y la brutalidad más descarnada. Su evolución me recuerda a la de James Stewart en los westerns tardíos de Anthony Mann, donde la aparente fragilidad física se convertía en fortaleza dramática.

La premisa es deliberadamente sencilla: unas vacaciones familiares en Wild Bill’s Majestic Midway and Waterpark se convierten en el escenario de un nuevo enfrentamiento con el crimen organizado local.

Esta simplicidad argumental, lejos de ser una limitación, se convierte en la fortaleza de la propuesta. Como bien sabían los maestros del género, la efectividad de una película de acción reside en la claridad de sus objetivos y la precisión en su ejecución.

Timo Tjahjanto, director indonesio conocido por su trabajo en el cine de acción asiático, aporta una sensibilidad visual que recuerda a los mejores momentos del cine de género de los años ochenta.

Sus secuencias de acción poseen esa cualidad táctil que tanto echamos de menos en el cine contemporáneo, donde la sobreproducción digital ha esterilizado gran parte del impacto físico de la violencia cinematográfica.

La honestidad del cine de género

Lo que resulta más admirable de «Nobody 2» es su absoluta falta de pretensiones. En una industria obsesionada con justificar cada explosión mediante complejas tramas de venganza cósmica o dilemas morales grandilocuentes, esta secuela se limita a ofrecer noventa minutos de entretenimiento directo y sin disculpas.

El reparto de apoyo, encabezado por Connie Nielsen, RZA y Christopher Lloyd, funciona como un engranaje perfecto en esta maquinaria de precisión. Cada personaje cumple su función narrativa sin aspirar a profundidades psicológicas innecesarias.

Es cine funcional en el mejor sentido del término, donde cada elemento existe para servir al conjunto. Una lección que aprendieron bien los directores de la serie B clásica, desde Edgar G. Ulmer hasta Samuel Fuller.

Sharon Stone, en el papel de la villana principal, opta por un registro deliberadamente exagerado que, según las críticas, roza lo caricaturesco.

Sin embargo, esta elección interpretativa encaja perfectamente con el tono general de la película. En el contexto de un filme que abraza conscientemente los códigos del cine de serie B, la contención actoral resultaría fuera de lugar.

La violencia como coreografía

Las secuencias de acción, corazón de cualquier película del género, están ejecutadas con una precisión que recuerda a los mejores trabajos de John Woo en «The Killer» o Tsui Hark en «Peking Opera Blues».

Cada golpe, cada disparo, cada caída está coreografiada con la meticulosidad de un ballet, pero sin perder jamás el impacto visceral que define al buen cine de acción.

Odenkirk demuestra una vez más su capacidad para habitar físicamente un personaje que, sobre el papel, parecía alejado de su registro habitual. Su Hutch Mansell es creíble tanto en los momentos de intimidad familiar como en las secuencias de violencia más extrema.

Logra esa difícil síntesis entre vulnerabilidad humana y eficacia letal que caracterizaba a los mejores protagonistas del cine negro clásico.

La ambientación en un parque temático aporta un contraste visual fascinante, creando un choque entre la inocencia del entretenimiento familiar y la brutalidad del enfrentamiento criminal.

Es una elección de puesta en escena que recuerda a los mejores momentos del cine de Hitchcock, particularmente a la secuencia del carrusel en «Strangers on a Train», donde la tensión dramática se intensifica mediante el contraste con entornos aparentemente seguros.

El valor de la modestia cinematográfica

En un panorama dominado por franquicias multimillonarias que parecen competir únicamente en términos de espectacularidad visual, «Nobody 2» reivindica los valores del cine artesanal.

Su presupuesto modesto se convierte en una ventaja creativa, obligando a los realizadores a buscar soluciones ingeniosas en lugar de recurrir al facilismo de los efectos digitales.

Esta aproximación resulta especialmente refrescante en el contexto actual del cine de acción, donde la sobreproducción ha terminado por generar una extraña sensación de vacío emocional.

La película de Tjahjanto recupera esa inmediatez física que caracterizaba a los grandes filmes del género en décadas pasadas, cuando directores como William Friedkin sabían extraer tensión de una simple persecución en autobús.

El humor negro, elemento fundamental en el equilibrio tonal de la propuesta, funciona como contrapunto perfecto a la violencia explícita.

No se trata de chistes forzados o referencias culturales gratuitas, sino de un humor que nace orgánicamente de las situaciones extremas en las que se ve envuelto el protagonista. Una tradición que se remonta a los mejores momentos de Howard Hawks o Billy Wilder.

«Nobody 2» confirma que Bob Odenkirk ha encontrado en Hutch Mansell un personaje que trasciende la mera curiosidad de casting. Su interpretación posee la convicción necesaria para sostener una franquicia que, esperemos, mantenga esta honestidad creativa en futuras entregas.

En tiempos donde el cine de acción parece haber perdido el rumbo entre la grandilocuencia vacía y la corrección política, propuestas como esta nos recuerdan por qué nos enamoramos del género en primer lugar.

El cine, en su esencia más pura, debe emocionar, sorprender y entretener. «Nobody 2» cumple estos objetivos con una sencillez que resulta, paradójicamente, revolucionaria en el contexto actual.

Es una lección de humildad cinematográfica que muchas superproducciones harían bien en estudiar, un recordatorio de que la verdadera grandeza del cine reside en su capacidad para conectar con el espectador, no en el tamaño de su presupuesto.

Como bien sabía Jean Renoir, el cine es un arte de la precisión, no de la ostentación. «Nobody 2» honra esa tradición con cada plano.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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