Wachowski responde: cómo la extrema derecha tergiversó la píldora roja

Las Wachowski idearon Matrix como alegoría trans; la “píldora roja” fue capturada por la derecha. Analizamos la manipulación, el lenguaje visual y la responsabilidad del espectador.

✍🏻 Por Tomas Velarde

diciembre 1, 2025

• Las hermanas Wachowski concibieron Matrix como una alegoría transgénero que ha sido pervertida por movimientos de extrema derecha que han secuestrado la metáfora de la «píldora roja».

• La apropiación fascista de símbolos cinematográficos progresistas representa una degradación del arte que todo amante del cine debería combatir con rigor crítico.

• La reflexión sobre los límites interpretativos cobra especial relevancia cuando obras maestras del séptimo arte son tergiversadas por ideologías contrarias a su esencia creativa.

Pocas veces en la historia del cine una metáfora visual ha sido tan brutalmente malinterpretada como la célebre secuencia de las píldoras en Matrix. Lo que las hermanas Wachowski construyeron mediante una puesta en escena deliberadamente simbólica —ese plano medio de Morfeo extendiendo ambas manos, la iluminación contrastada, el ritmo pausado del montaje— ha sido secuestrado por movimientos reaccionarios que han convertido la «píldora roja» en estandarte de sus cruzadas ideológicas.

Esta apropiación indebida trasciende lo anecdótico. Representa un fenómeno preocupante sobre cómo el fascismo contemporáneo opera, pero también sobre la fragilidad interpretativa del lenguaje cinematográfico cuando se descontextualiza de su estructura narrativa original.

La reciente intervención de Lilly Wachowski sobre este tema nos sitúa ante uno de los dilemas más complejos del arte cinematográfico: ¿hasta qué punto puede un realizador controlar el destino interpretativo de su obra una vez que abandona la sala de montaje?

La muerte del autor en tiempos de apropiación ideológica

En una entrevista radiofónica, Lilly Wachowski ha abordado con notable lucidez esta problemática. Sus palabras destilan una resignación artística que evoca la célebre teoría de Barthes sobre la muerte del autor, pero adquieren matices particulares cuando se trata de una obra concebida como alegoría transgénero y pervertida por quienes combaten precisamente esos derechos.

«Hay que soltar la obra. La gente la va a interpretar como la interprete», reconoce la directora. Sin embargo, su análisis va más allá: «Se apropian de puntos de vista de izquierdas y los mutan para su propia propaganda. Esto es lo que hace el fascismo».

Esta observación resulta especialmente penetrante porque identifica un mecanismo sistemático de tergiversación que afecta directamente a la integridad del discurso cinematográfico.

El lenguaje visual traicionado

Matrix funcionaba en múltiples niveles narrativos gracias a la maestría técnica de las Wachowski. La secuencia de las píldoras, filmada con una precisión milimétrica, empleaba el primer plano de las manos de Morfeo como metáfora visual del libre albedrío. La elección cromática —rojo versus azul— no era casual: evocaba la tradición del cine de ciencia ficción mientras construía un simbolismo propio.

La transformación de Neo, desde Thomas Anderson hasta su verdadera identidad, se articulaba mediante una progresión visual cuidadosamente orquestada. Cada cambio de vestuario, cada modificación en la iluminación del personaje de Keanu Reeves, cada transición entre el mundo «real» y Matrix respondía a una lógica narrativa precisa.

Las directoras, que entonces aún no habían hecho pública su transición, volcaron en la película sus propias experiencias identitarias a través del lenguaje cinematográfico. La píldora roja representaba la decisión de abrazar la propia verdad, construida mediante una mise en scène que privilegiaba la introspección sobre la espectacularidad.

Cuando el espectáculo traiciona al mensaje

La apropiación de extrema derecha invierte completamente este significado original. Para estos grupos, la «píldora roja» simboliza un despertar hacia teorías conspirativas y rechazo a la diversidad. Es decir, exactamente lo contrario de lo que las Wachowski construyeron mediante su dirección: un llamamiento a la apertura mental.

Este fenómeno no es nuevo en la historia del cine. Recordemos cómo Taxi Driver de Scorsese fue malinterpretada por John Hinckley Jr., ignorando completamente la crítica social que Scorsese había tejido mediante la fotografía claustrofóbica de Michael Ballhaus y la interpretación controlada de De Niro.

O cómo El club de la lucha de Fincher ha sido adoptada por movimientos masculinistas que pasan por alto la ironía visual con la que el director construye la crítica al capitalismo y la masculinidad tóxica.

Sin embargo, el caso de Matrix presenta particularidades que lo hacen especialmente perverso desde una perspectiva cinéfila.

La responsabilidad del espectador consciente

Existe una diferencia fundamental entre la reinterpretación legítima y la apropiación malintencionada. Cuando un espectador encuentra en Matrix reflexiones sobre la realidad virtual o la alienación contemporánea, está ejerciendo su derecho interpretativo dentro de los márgenes que la propia estructura narrativa permite.

Cuando un movimiento político tergiversa conscientemente los símbolos de la película para promover ideologías contrarias a su esencia, estamos ante una perversión del lenguaje cinematográfico que todo cinéfilo debería rechazar.

Kubrick, maestro de la ambigüedad controlada, nunca quiso explicar completamente 2001: Una odisea del espacio, consciente de que la polisemia formaba parte de su poder. Pero incluso Kubrick establecía límites interpretativos mediante la precisión de su puesta en escena.

El cine como resistencia cultural

La reflexión de Wachowski sobre cómo «el fascismo» opera apropiándose de ideas progresistas resulta especialmente relevante para quienes defendemos la integridad del arte cinematográfico. Esta estrategia no se limita al cine, pero es en el séptimo arte donde adquiere particular gravedad por su capacidad de influencia cultural.

La honestidad intelectual de Lilly Wachowski al abordar esta problemática demuestra la madurez de una artista que comprende tanto las limitaciones como las responsabilidades de la creación cinematográfica. Su análisis trasciende lo anecdótico para ofrecernos una lección sobre cómo el arte interactúa con la política.

En última instancia, la apropiación reaccionaria de Matrix no logra empañar la grandeza de la obra original. Como ocurre con todos los clásicos, la película conserva su poder transformador para quienes se acercan a ella con la preparación cultural necesaria.

La «píldora roja» seguirá representando, para los espectadores conscientes, una invitación al despertar de la conciencia, por mucho que otros pretendan convertirla en símbolo de lo contrario. Al final, la verdadera Matrix es la que construyen quienes se niegan a ver el cine en toda su complejidad artística.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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