• Dan Trachtenberg consigue lo impensable: convertir al Predator en protagonista de su propia odisea existencial, invirtiendo décadas de códigos narrativos establecidos.
• Esta audacia cinematográfica demuestra que el cine de género puede alcanzar la dignidad artística cuando se aborda con rigor y comprensión del lenguaje fílmico.
• La película confirma que las franquicias más comerciales aún pueden sorprender cuando un director posee verdadera visión autoral.
Pocas veces en la historia del cine de ciencia ficción hemos presenciado una reinvención tan audaz como la que Dan Trachtenberg propone con «Predator: Badlands». En una industria obsesionada con fórmulas repetitivas, este filme se erige como un ejercicio de valentía narrativa que evoca aquellos momentos en los que Ridley Scott transformó el terror espacial en «Alien».
La decisión de humanizar —si se me permite la paradoja— a la criatura que durante décadas ha encarnado la muerte implacable, no es meramente un giro argumental. Es una declaración de principios sobre lo que el cine puede lograr cuando desafía las expectativas del espectador.
Un cambio de perspectiva magistral
Trachtenberg, quien ya demostró su comprensión del universo Predator con «Prey», vuelve a sorprender invirtiendo completamente los códigos establecidos. En lugar del tradicional enfrentamiento entre humanos y cazador alienígena, nos presenta a Dek, un joven Predator enfrentándose a su propio rito de paso en un planeta hostil.
Esta inversión narrativa responde a una intención dramática precisa. Al convertir al Predator en protagonista, Trachtenberg nos obliga a replantearnos nuestras percepciones sobre el heroísmo y la supervivencia. La construcción del personaje de Dek evoca el trabajo de caracterización que Kurosawa realizaba con sus samuráis: seres aparentemente invencibles que luchan contra sus propias limitaciones.
Recuerdo vívidamente mi primera experiencia con el Predator original de McTiernan en 1987. Aquella criatura representaba lo desconocido absoluto, la muerte sin rostro. Trachtenberg comprende esta esencia pero la subvierte magistralmente, manteniendo el respeto hacia la mitología original.
Elle Fanning y la humanización del artificio
La presencia de Elle Fanning como Thia, un androide que se convierte en compañera de Dek, añade una dimensión emocional inesperada. Esta relación entre lo orgánico alienígena y lo artificial humano genera una tensión dramática que trasciende el mero espectáculo visual.
Fanning aporta esa cualidad etérea que requiere su personaje sintético. Su interpretación logra ese equilibrio delicado entre lo humano y lo artificial que ya vimos magistralmente ejecutado por Sean Young en «Blade Runner». La química entre ambos personajes se convierte en el verdadero motor emocional del filme.
Diseño visual y puesta en escena
Desde el punto de vista técnico, «Predator: Badlands» demuestra que el cine de género puede alcanzar cotas de excelencia visual sin sacrificar coherencia narrativa. La recreación del planeta alienígena evita el barroquismo digital que tanto daño ha hecho al cine contemporáneo.
Cada encuadre parece meditado, cada composición responde a una lógica visual que sirve a la historia. Es evidente que Trachtenberg ha estudiado a los maestros, desde el expresionismo alemán de «Metrópolis» hasta la precisión geométrica de Kubrick en «2001».
Las secuencias de acción mantienen esa claridad expositiva que caracteriza al buen cine de aventuras. Cada movimiento de cámara tiene un propósito, cada corte de montaje responde a una necesidad dramática. Aquí no encontramos el montaje frenético que tanto abunda en el cine de acción actual.
El riesgo de la innovación
«Predator: Badlands» dividirá a los seguidores más ortodoxos de la franquicia. Como ocurrió con «El Imperio contraataca» o «Aliens», las obras que expanden los límites de sus universos narrativos suelen generar controversia inicial.
Sin embargo, la historia del cine nos enseña que las mejores secuelas comprenden el espíritu de la obra original sin limitarse a repetir fórmulas. Trachtenberg demuestra conocer profundamente el ADN de la saga Predator, pero también posee la madurez artística necesaria para llevarlo hacia territorios inexplorados.
La película funciona tanto como entretenimiento puro como reflexión sobre la naturaleza del heroísmo. Esta dualidad sitúa la obra en una posición privilegiada dentro del panorama actual.
Un ejercicio de cine de autor dentro del sistema
Lo más admirable de «Predator: Badlands» es cómo mantiene una voz autoral distintiva dentro de los parámetros del cine de estudio. Trachtenberg logra ese equilibrio complejo entre visión personal y exigencias comerciales que caracteriza a los grandes directores del Hollywood clásico.
La película demuestra que el cine de género, cuando se aborda con rigor, puede alcanzar la misma dignidad artística que cualquier otra forma cinematográfica. No hay géneros menores, solo aproximaciones menores a los géneros.
En «Predator: Badlands» encontramos ecos de la mejor tradición del cine de aventuras, desde los seriales de los años treinta hasta las obras maestras de Spielberg. Pero también percibimos una sensibilidad contemporánea que actualiza estos códigos sin traicionarlos.
«Predator: Badlands» se presenta como una de esas raras ocasiones en las que la industria actual nos recuerda por qué nos enamoramos del cine. Trachtenberg ha conseguido algo que parecía imposible: revitalizar una franquicia mediante el simple pero revolucionario acto de contar una historia con honestidad y convicción.
Esta película confirma que el futuro del cine no reside en la acumulación de efectos digitales, sino en la capacidad de los cineastas para encontrar nuevas formas de emocionarnos. Como los grandes maestros del pasado, Trachtenberg demuestra que el verdadero espectáculo cinematográfico nace cuando la técnica se pone al servicio de una visión artística genuina.

