Los Emmy ignoran a El Juego del Calamar… y revela algo oscuro

✍🏻 Por Alex Reyna

julio 18, 2025
Edificio con logotipo de Netflix grande

Hay momentos en los que el reconocimiento institucional y la relevancia cultural parecen habitar universos paralelos, como dos galaxias que jamás llegan a tocarse. En el mundo del entretenimiento, esto se vuelve especialmente evidente cuando una obra que ha redefinido nuestra comprensión de la desigualdad social es completamente ignorada por quienes supuestamente valoran la excelencia artística.

La reciente exclusión total de El Juego del Calamar de las nominaciones a los Emmy 2025 no es sólo una decisión de premios; es un síntoma de algo más profundo sobre cómo valoramos las narrativas que nos incomodan. Como alguien que se quedó días reflexionando sobre las implicaciones de cada juego infantil convertido en pesadilla capitalista, esta omisión me resulta tan reveladora como la propia serie.

El Juego del Calamar ha sido completamente excluida de las nominaciones a los Emmy 2025, a pesar de haber ganado seis premios en 2021 y ser considerada el thriller psicológico más popular del planeta.

• Esta decisión refleja una desconexión preocupante entre el impacto cultural real y el reconocimiento institucional en una industria que dice valorar la innovación narrativa.

• Netflix mantiene su posición como segunda plataforma con más nominaciones (120), pero la ausencia de su «joya de la corona» plantea interrogantes sobre los criterios de selección académica.

Cuando Bela Bajaria, directora de contenidos de Netflix, expresó su decepción por la ausencia total de nominaciones para El Juego del Calamar, sus palabras resonaron con una frustración que va más allá de lo corporativo. «El Juego del Calamar tuvo un impacto cultural increíble. El mayor espectáculo del mundo», declaró, y en esa frase se condensa una paradoja que define nuestro tiempo.

La serie de Hwang Dong-hyuk no fue sólo entretenimiento; fue un fenómeno sociológico que transformó juegos infantiles coreanos en metáforas universales sobre la desesperación económica. Me recuerda a esos momentos pausando Arrival para anotar reflexiones sobre el lenguaje como herramienta de percepción, pero aquí cada prueba revelaba capas de nuestra estructura social. Era distopía pura disfrazada de thriller, un futuro oscuro que no necesitaba naves espaciales para mostrarnos hacia dónde nos dirigimos.

El contraste resulta aún más llamativo cuando consideramos que la primera temporada arrasó en los Emmy 2021, llevándose seis premios de catorce nominaciones. Aquella noche, la Academia parecía reconocer que algo había cambiado en el panorama narrativo global.

Pero las segundas temporadas siempre cargan con el peso de las expectativas. Cuando una obra alcanza el estatus de fenómeno cultural, cada nuevo capítulo se mide no sólo contra sus propios méritos, sino contra el impacto sísmico de su predecesora. Es como si El Imperio Contraataca hubiera sido juzgada únicamente por no recrear la sorpresa original de Una Nueva Esperanza.

La declaración de Bajaria sobre sentirse «decepcionada por el director Hwang y el reparto» revela algo más profundo que la frustración empresarial. Habla de artistas que pusieron su visión al servicio de una narrativa incómoda, que eligieron mostrar la brutalidad del sistema económico global a través de la desesperación humana.

Netflix, por su parte, no ha salido mal parada en estas nominaciones. Con 120 menciones totales, sólo superada por HBO Max, la plataforma demuestra que sigue siendo una fuerza creativa relevante. Adolescence lidera sus nominaciones con trece menciones. Pero estos números no pueden ocultar la ausencia más notable.

Lo que me resulta fascinante de esta situación es cómo refleja las tensiones entre lo global y lo institucional, entre el impacto real y el reconocimiento formal. El Juego del Calamar funcionó porque habló un lenguaje universal sobre la desigualdad, pero quizás esa misma universalidad la convierte en algo incómodo para una institución que tradicionalmente ha premiado cierto tipo de narrativas.

En el universo de la ciencia ficción distópica, desde 1984 hasta Black Mirror, hemos visto cómo las obras más proféticas suelen ser las menos cómodas para las instituciones. El Juego del Calamar pertenece a esa tradición: espectáculo que envuelve ideas grandes e incómodas sobre nuestra sociedad.

Las críticas mixtas que ha recibido la tercera temporada añaden otra capa de complejidad. Como ocurre con muchas obras que alcanzan el estatus de fenómeno cultural, el peso de las expectativas puede ser tan aplastante como liberador. Cada nueva entrega se convierte en un campo de batalla entre la nostalgia por el impacto original y la necesidad de evolución narrativa.

Desde mi perspectiva, esta omisión dice más sobre los Emmy que sobre la serie misma. Revela una institución que quizás no sabe cómo lidiar con obras que trascienden las categorías tradicionales, que mezclan entretenimiento popular con crítica social profunda.

La consideración de Netflix de El Juego del Calamar como su «joya de la corona» no es sólo marketing corporativo; es el reconocimiento de que ciertas obras definen épocas. La serie no necesita Emmy para validar su importancia, pero su ausencia en las nominaciones sí necesita explicación.

Al final, esta controversia nos recuerda que los premios son construcciones humanas, sujetas a sesgos y limitaciones institucionales. El Juego del Calamar ya ha ganado el premio más importante: redefinir cómo una generación entiende la relación entre entretenimiento y crítica social.

La exclusión de El Juego del Calamar de las nominaciones Emmy 2025 es más que una decisión de premios; es un síntoma de cómo las instituciones tradicionales luchan por adaptarse a un panorama cultural que ha evolucionado más rápido que sus criterios de evaluación.

Como espectador que ha visto cómo la ciencia ficción anticipaba futuros que luego se volvían realidad, no puedo evitar pensar que El Juego del Calamar ya ha cumplido su misión más importante: obligarnos a confrontar las estructuras que sostienen nuestra sociedad. Los premios vendrán y se irán, pero las obras que realmente importan permanecen en nuestra memoria colectiva, transformando nuestra manera de ver el mundo mucho después de que se apaguen las cámaras.


Sobre Alex Reyna

Mi primer recuerdo de infancia es ver El Imperio Contraataca en VHS. Desde entonces, la ciencia ficción ha sido mi lenguaje. He montado Legos, he visto Interstellar más veces de las que debería, y siempre estoy buscando la próxima historia que me vuele la cabeza. Star Wars, Star Trek, Dune, Nolan… si tiene naves o viajes temporales, cuenta conmigo.

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