• El año 2015 nos regaló obras maestras reconocidas, pero también joyas cinematográficas que han caído injustamente en el olvido y merecen ser rescatadas.
• La memoria colectiva del cine tiende a ser caprichosa, privilegiando el éxito comercial sobre propuestas más arriesgadas que a menudo demuestran mayor valor artístico.
• Como cinéfilos, tenemos la responsabilidad de actuar como guardianes de este patrimonio olvidado, especialmente en la era del streaming donde los algoritmos perpetúan solo los títulos populares.
El tiempo, ese implacable editor de la memoria colectiva, ejerce sobre el cine una labor de selección tan despiadada como caprichosa. Mientras contemplo la distancia que nos separa ya de 2015 —una década completa—, no puedo evitar reflexionar sobre cómo ciertos filmes han logrado instalarse en el panteón de los clásicos contemporáneos.
Otros, igualmente meritorios, languidecen en los márgenes del recuerdo. Es el eterno dilema de la posteridad cinematográfica: ¿qué determina que una obra perdure y otra se desvanezca?
La paradoja resulta especialmente dolorosa cuando observamos cómo el ruido mediático y el éxito comercial suelen dictar las reglas de esta supervivencia. Películas que en su momento ofrecieron propuestas narrativas audaces, puestas en escena impecables o interpretaciones memorables, quedan sepultadas bajo el peso de producciones más ruidosas.
Como cinéfilo que ha presenciado este fenómeno durante décadas, desde mis primeros escritos en foros especializados a finales de los noventa, siento la responsabilidad de rescatar del olvido aquellas obras que merecen una segunda oportunidad.
El capricho de la memoria cinematográfica
Cuando evocamos 2015, inmediatamente acuden a nuestra mente títulos como Del revés, Mad Max: Furia en la carretera o El renacido. Estas películas, sin duda meritorias, han conseguido ese estatus privilegiado que las convierte en referencias ineludibles de su época.
Sin embargo, esta selección natural del recuerdo colectivo opera con una lógica que no siempre coincide con la excelencia artística. Me viene a la memoria lo que Hitchcock solía decir sobre la diferencia entre el suspense y la sorpresa: el verdadero arte cinematográfico no siempre coincide con lo más evidente.
El fenómeno no es nuevo. Durante mis años escribiendo críticas en los albores de internet, ya observaba cómo ciertas películas desaparecían del discurso cinéfilo con una rapidez alarmante. La diferencia radica en que ahora, con la saturación informativa y la velocidad de consumo actual, este proceso se ha acelerado exponencialmente.
La industria cinematográfica de 2015 nos ofreció un panorama extraordinariamente rico y diverso. Fue un año en el que convivieron grandes producciones hollywoodienses con propuestas independientes de notable calidad.
Directores consagrados alternaron con nuevas voces prometedoras. Sin embargo, la tiranía del algoritmo y la lógica del streaming han contribuido a crear una jerarquía artificial que no siempre refleja el verdadero valor artístico de las obras.
Joyas perdidas en el laberinto del tiempo
Entre las víctimas de este olvido selectivo encontramos películas como 45 Years de Andrew Haigh, una obra maestra de la sutileza narrativa que explora la fragilidad de las relaciones humanas con una precisión quirúrgica. La puesta en escena de Haigh, contenida pero profundamente expresiva, recuerda a los mejores momentos de Bergman en su capacidad para convertir lo cotidiano en trascendente.
The Assassin de Hou Hsiao-hsien representa otro caso flagrante de injusticia cinematográfica. Esta película, ganadora del premio a la mejor dirección en Cannes, ofrece una aproximación al género de artes marciales que trasciende cualquier convención.
Cada encuadre está compuesto con la meticulosidad de una pintura clásica china. La narrativa elíptica y la extraordinaria fotografía de Mark Lee Ping-bin crean un universo visual de una belleza hipnótica que merece compararse con las obras de Kurosawa.
Carol de Todd Haynes, aunque recibió reconocimiento crítico, no ha alcanzado el estatus que merece en la memoria colectiva. La dirección de fotografía de Edward Lachman, con esa paleta de colores desaturados y esa textura casi táctil, crea una atmósfera de melancolía contenida que eleva el material por encima del melodrama convencional.
El valor de la segunda oportunidad
La historia del cine está plagada de ejemplos de películas que encontraron su público años después de su estreno. Ciudadano Kane fue un fracaso comercial en su momento; Vértigo tardó décadas en ser reconocida como la obra maestra que es.
El cine de 2015 no es una excepción a esta regla. Sicario de Denis Villeneuve, por ejemplo, ha ganado reconocimiento con el tiempo, pero otras obras igualmente meritorias siguen esperando su momento de redención.
The Duke of Burgundy de Peter Strickland es un ejemplo perfecto de cine que se adelantó a su tiempo. Esta exploración de las dinámicas de poder en una relación lésbica está filmada con una sofisticación visual que recuerda al mejor Kubrick.
La banda sonora, los colores saturados y la estructura narrativa circular crean una experiencia cinematográfica única que trasciende cualquier categorización fácil.
Revisar estas películas con la perspectiva que otorga el tiempo permite apreciar matices que quizás pasaron desapercibidos en su momento. La distancia temporal actúa como un filtro que elimina el ruido circunstancial.
Permite concentrarse en los valores puramente cinematográficos: la coherencia del relato, la eficacia de la puesta en escena, la calidad de las interpretaciones.
La responsabilidad del cinéfilo
Como amantes del cine, tenemos la responsabilidad de actuar como guardianes de la memoria cinematográfica. No podemos permitir que la lógica puramente comercial determine qué películas merecen ser recordadas y cuáles deben caer en el olvido.
Nuestra labor consiste en mantener vivo el debate sobre la calidad artística, independientemente del éxito comercial o mediático. Es lo que Billy Wilder llamaba «la diferencia entre hacer películas y hacer cine».
Esta tarea resulta especialmente urgente en la era del streaming, donde los algoritmos tienden a perpetuar los éxitos conocidos en detrimento de propuestas menos populares pero igualmente valiosas. La democratización del acceso al cine que prometen estas plataformas se convierte en una falsa promesa.
Debe ir acompañada de una labor de curaduría que ponga en valor la diversidad cinematográfica. De lo contrario, corremos el riesgo de crear un canon empobrecido, dominado por la lógica del entretenimiento fácil.
El ejercicio de rescate que proponemos no pretende cuestionar el mérito de las películas consagradas de 2015. Se trata, más bien, de ampliar el canon, de enriquecer nuestra perspectiva sobre aquel año cinematográfico.
Un patrimonio por descubrir
Anomalisa de Charlie Kaufman y Duke Johnson representa quizás el caso más flagrante de olvido injustificado. Esta película de animación para adultos explora la soledad y la alienación contemporáneas con una profundidad psicológica que pocas obras han conseguido igualar.
La técnica de stop-motion, lejos de ser un mero artificio visual, se convierte en parte integral del discurso narrativo. Cada gesto, cada expresión facial está cargada de significado.
Brooklyn de John Crowley es otro ejemplo de cine que privilegia la sutileza sobre el efectismo. La interpretación de Saoirse Ronan, contenida pero profundamente emotiva, ancla una historia de inmigración que evita tanto el sentimentalismo fácil como la grandilocuencia.
La fotografía de Yves Bélanger captura la nostalgia sin caer en la postal turística.
La diversidad de propuestas que caracterizó a 2015 merece ser preservada en toda su extensión. Desde dramas intimistas hasta comedias arriesgadas, desde thrillers innovadores hasta documentales reveladores, aquel año ofreció un muestrario extraordinario de las posibilidades expresivas del cine contemporáneo.
What We Do in the Shadows de Taika Waititi y Jemaine Clement demuestra que la comedia puede ser tan sofisticada como cualquier otro género. Su aproximación al falso documental trasciende la parodia para convertirse en una reflexión sobre la amistad y el paso del tiempo.
La tarea de redescubrimiento requiere una aproximación activa por parte del espectador. No basta con lamentarse por el olvido; es necesario buscar, visionar y, sobre todo, compartir estas experiencias cinematográficas.
Solo así podremos garantizar que estas obras encuentren el público que merecen y ocupen el lugar que les corresponde en la historia del cine.
El cine, como toda forma de arte, necesita de la complicidad activa de su público para sobrevivir al paso del tiempo. Estas películas olvidadas de 2015 esperan pacientemente su momento de redención.
Su oportunidad de demostrar que el verdadero valor cinematográfico trasciende las modas y los éxitos efímeros. Depende de nosotros, como cinéfilos comprometidos, ofrecerles esa segunda oportunidad que tanto merecen.
La memoria cinematográfica no debería ser patrimonio exclusivo de los éxitos comerciales o mediáticos. En nuestras manos está la posibilidad de construir un relato más completo y justo sobre el cine de 2015.
Un relato que incluya todas las voces y todas las propuestas que contribuyeron a hacer de aquel año un momento especialmente fértil para el séptimo arte. El tiempo dirá si hemos sabido estar a la altura de esta responsabilidad.