Denzel Washington confiesa que YA NO VE PELÍCULAS tras 40 años de carrera

Denzel Washington, tras 40 años de carrera, admite cansancio del cine. Su honestidad realza su legado más allá de los Oscar, buscando recompensas divinas.

✍🏻 Por Tomas Velarde

agosto 28, 2025

• Denzel Washington confiesa que ya no ve películas tras más de cuatro décadas de carrera, revelando una fatiga artística que todo cinéfilo veterano comprende perfectamente.

• Su desinterés por los Oscar y su búsqueda de recompensas divinas por encima del reconocimiento humano demuestran una madurez artística que pocos intérpretes alcanzan en Hollywood.

• La honestidad brutal del actor nos recuerda que incluso los maestros pueden cansarse de su arte, una confesión que humaniza su legado sin disminuirlo.

¿Qué sucede cuando uno de los actores más respetados de nuestra época confiesa que ha perdido el amor por el cine? La declaración de Denzel Washington trasciende la simple anécdota de celebrity para convertirse en una reflexión profunda sobre la naturaleza del arte y el precio del profesionalismo.

Como espectadores, romantizamos la vida de quienes dedican su existencia al séptimo arte. Imaginamos que cada película es para ellos un descubrimiento, cada sala de cine un templo sagrado. Sin embargo, la confesión de Washington nos confronta con una realidad más compleja.

En una reciente entrevista para GQ junto al director Spike Lee, Washington sorprendió con una declaración que resuena especialmente en quienes hemos dedicado décadas al análisis cinematográfico: «Ya no veo películas, de verdad. Estoy cansado de las películas».

Esta revelación coincide con el estreno de «Highest 2 Lowest», su quinta colaboración con Lee. La relación entre ambos representa uno de esos matrimonios artísticos que el cine contemporáneo necesita desesperadamente, recordando los días en que John Ford trabajaba repetidamente con John Wayne, creando un lenguaje visual compartido que trascendía el mero entretenimiento.

Recuerdo vívidamente la primera vez que vi «Malcolm X» en 1992. La transformación física y espiritual de Washington en esa película representaba algo más que interpretación: era posesión artística. Cada gesto, cada inflexión vocal, cada mirada contenía décadas de estudio y comprensión. Que no obtuviera el Oscar por ese trabajo —perdió frente a Al Pacino por «Perfume de mujer»— sigue siendo una de esas injusticias académicas que evidencian las limitaciones de los jurados humanos.

La honestidad de Washington se extiende también a su relación con los premios cinematográficos. «No lo hago por los Oscar. No me importa ese tipo de cosas», declaró con una franqueza que resulta casi revolucionaria en una industria obsesionada con el reconocimiento inmediato.

Su filosofía sobre los galardones resulta particularmente reveladora: «He ganado premios que siento que no debería haber ganado, y he perdido premios que merecía. Al final, el hombre da el premio. Dios da la recompensa». Esta perspectiva trasciende la vanidad profesional y se adentra en territorio espiritual.

La fatiga cinematográfica que expresa Washington no es exclusiva de los profesionales del medio. Tras décadas analizando cada encuadre, cada decisión narrativa, cada interpretación, he experimentado momentos similares. La diferencia radica en que, para un actor de su calibre, cada película no es solo entretenimiento, sino trabajo, memoria y, en ocasiones, decepción artística.

Su desinterés actual por el cine como espectador podría interpretarse como una forma de preservar su integridad creativa. Cuando uno ha participado en el proceso durante más de cuatro décadas, la inocencia del espectador se pierde inevitablemente. Cada encuadre revela su artificio, cada interpretación se compara con experiencias propias.

Pienso en la escena del interrogatorio en «Training Day», donde Washington despliega una intensidad que roza lo demoníaco. Esa capacidad para habitar completamente un personaje, para encontrar verdad en la ficción, requiere un compromiso que pocos comprenden. Quizás su cansancio actual sea el precio natural de décadas entregándose completamente a su oficio.

La confesión de Washington nos confronta with una verdad incómoda pero necesaria: incluso los más grandes pueden cansarse de aquello que los define. Su honestidad resulta refrescante en una industria donde la diplomacia suele prevalecer sobre la sinceridad.

No se trata de cinefobia, sino de saturación profesional. Es el mismo fenómeno que experimentó Greta Garbo cuando decidió retirarse en la cúspide de su carrera, o que llevó a Kubrick a espaciar cada vez más sus películas. La diferencia es que Washington mantiene su compromiso profesional mientras reconoce honestamente su fatiga personal.

En una época donde la autenticidad escasea, su transparencia resulta casi subversiva. Washington nos enseña que es posible ser un maestro de tu oficio sin necesidad de mantener una pasión ciega por él. La grandeza artística no requiere adoración perpetua, sino integridad en el trabajo realizado.

Su legado permanece intacto: desde «Cry Freedom» hasta «Fences», pasando por «He Got Game» y «The Hurricane», Washington ha construido una filmografía que resistirá el paso del tiempo. Su cansancio actual no disminuye estas contribuciones; las humaniza.

Al final, como él mismo sugiere, la recompensa verdadera trasciende tanto la adoración como el cansancio. Reside en la integridad del camino recorrido y en la honestidad de reconocer cuándo el arte se ha convertido en oficio, sin que ello disminuya la maestría alcanzada.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

Document

Ediciones Especiales

AL MEJOR PRECIO

books

SOLO EN

Ediciones Especiales

AL MEJOR PRECIO

SOLO EN

{"email":"Email address invalid","url":"Website address invalid","required":"Required field missing"}
>