• Christopher Nolan impulsa una revolución cinematográfica con La Odisea, llevando la proyección IMAX 70mm a doce nuevos cines en Estados Unidos y Sudamérica.
• La persistencia del director británico en defender el formato analógico demuestra que el verdadero cine trasciende las modas digitales y reside en la pureza de la imagen fotoquímica.
• Esta expansión tecnológica representa un triunfo del arte cinematográfico sobre la comodidad comercial, algo que los grandes maestros del séptimo arte siempre han defendido.
En una época donde la inmediatez digital amenaza con devorar la esencia misma del cinematógrafo, surge una figura que, cual Prometeo moderno, arrebata el fuego sagrado de la tradición para devolverlo a los templos del cine. Christopher Nolan, ese arquitecto de sueños que ya nos demostró con Origen e Interstellar su dominio absoluto del lenguaje visual, se erige nuevamente como guardián de una tradición que muchos daban por perdida.
Su próxima obra, La Odisea, no es simplemente una adaptación más del texto homérico. Es una declaración de principios, un manifiesto visual que desafía tanto a los dioses del Olimpo como a los ejecutivos de Hollywood que han relegado la proyección analógica al olvido.
Cuando un cineasta de la talla de Nolan elige el IMAX 70mm, no lo hace por capricho: lo hace por convicción artística. Como Kubrick con 2001 o David Lean con Lawrence de Arabia, comprende que ciertas visiones requieren la máxima pureza técnica posible.
El Renacimiento del Celuloide
La noticia de que Cinemark se asocia con IMAX para modernizar doce salas cinematográficas no es una simple actualización tecnológica. Es el reconocimiento de que Oppenheimer no fue un fenómeno aislado, sino el primer acto de una sinfonía que ahora encuentra su crescendo en La Odisea.
Recordemos que apenas treinta salas en todo el mundo pueden proyectar actualmente copias IMAX 70mm. Treinta. En un planeta con miles de multiplex, esta cifra resulta casi insultante para quienes comprendemos que el cine nació para ser contemplado en toda su magnificencia.
La estrategia de Nolan trasciende lo comercial para adentrarse en lo pedagógico. Al llevar estas proyecciones a ciudades como Woodridge, Colorado Springs y Rochester, el director británico democratiza una experiencia que durante demasiado tiempo ha permanecido confinada a las capitales cinematográficas.
En mis años escribiendo sobre cine, he defendido siempre que el formato determina la experiencia. No es lo mismo contemplar El Padrino en una televisión doméstica que en una sala preparada para ello. Nolan lo comprende perfectamente.
La Lección de Oppenheimer
Quien tuvo la fortuna de contemplar Oppenheimer en IMAX 70mm comprende perfectamente la cruzada nolaniana. Cada grano de la emulsión fotográfica contenía una información visual que ningún proyector digital, por avanzado que sea, puede reproducir fielmente.
La secuencia de la prueba Trinity, con esos primeros planos del rostro de Cillian Murphy bañado por la luz atómica, adquiría en 70mm una dimensión casi religiosa. Los poros de la piel, la textura del sudor, la dilatación de las pupilas: todo cobraba una presencia física que convertía la sala de cine en cámara de contemplación.
Esta no es nostalgia ciega. Es comprensión profunda de que el medio determina el mensaje, como bien sabían los grandes maestros. Kubrick no rodó 2001: Una Odisea del Espacio en Super Panavision 70mm por casualidad, sino porque entendía que su visión cósmica requería la máxima definición posible.
Más Allá de Nolan: Un Movimiento en Ciernes
La influencia del director de Dunkerque trasciende sus propias obras. Denis Villeneuve, ese otro poeta visual de nuestro tiempo, planea rodar Dune: Tercera Parte en IMAX 70mm. La antorcha se transmite entre cineastas que comprenden que el formato no es un capricho técnico, sino una herramienta narrativa.
Villeneuve demostró en Dune y La Llegada su maestría en la composición de encuadres monumentales. Imaginar los desiertos de Arrakis capturados en la gloria del 70mm resulta casi vertiginoso para quienes apreciamos la grandeza visual.
Esta cadena de influencias nos recuerda a los grandes movimientos cinematográficos del pasado. Como cuando Hitchcock perfeccionó el suspense visual, o cuando Kurosawa revolucionó la composición con sus teleobjetivos. Cada maestro encuentra su herramienta y la perfecciona hasta convertirla en lenguaje propio.
El Desafío a los Dioses Digitales
El eslogan de La Odisea, «Desafía a los dioses», adquiere resonancias meta-cinematográficas. Nolan no solo narra la historia de Ulises enfrentándose a las deidades olímpicas; él mismo desafía a los nuevos dioses del entretenimiento digital.
En una industria obsesionada con la comodidad de la distribución digital, apostar por el 70mm requiere una valentía que pocos directores poseen. Cada copia analógica cuesta miles de euros, su transporte es complejo, su proyección exige técnicos especializados.
Pero el resultado justifica cada euro invertido, cada complicación logística. Porque el cine, en su esencia más pura, no es comodidad: es experiencia transformadora.
La elección del texto homérico tampoco es casual. La Odisea representa el viaje arquetípico, la búsqueda del hogar, la lucha contra fuerzas superiores. Nolan, en su propia odisea cinematográfica, nos guía de vuelta a casa: al cine como experiencia colectiva y transformadora.
La Fecha Sagrada: 17 de Julio de 2026
Cuando llegue ese día señalado, los afortunados que puedan contemplar La Odisea en IMAX 70mm no asistirán simplemente a una proyección. Participarán en un ritual cinematográfico que conecta directamente con los pioneros del medio.
Cada fotograma de esa película habrá sido expuesto químicamente, revelado en laboratorio, copiado artesanalmente. En una época de algoritmos e inteligencia artificial, esta persistencia en lo analógico adquiere dimensiones casi heroicas.
Como los grandes maestros que le precedieron, Nolan comprende que el cine verdadero no reside en la comodidad de la distribución digital, sino en la magia irreproducible del celuloide proyectado.
La revolución silenciosa que Christopher Nolan ha iniciado trasciende lo meramente tecnológico para adentrarse en lo filosófico. Su insistencia en el IMAX 70mm no es capricho de autor, sino defensa apasionada de la esencia cinematográfica.
Cuando en julio de 2026 las luces se apaguen en esas doce salas renovadas y los primeros fotogramas de La Odisea iluminen la pantalla, no estaremos simplemente viendo una película. Estaremos siendo testigos de la resistencia del arte cinematográfico frente a la homogeneización digital, de la victoria de la visión autoral sobre las conveniencias comerciales.
Y quizás, solo quizás, estaremos presenciando el renacer de una forma de hacer y contemplar cine que creíamos perdida para siempre.

