• «One Battle After Another» está siendo erróneamente catalogada como película de izquierdas cuando en realidad es una exploración visual compleja del autoritarismo que trasciende las etiquetas políticas baratas.
• Anderson demuestra una vez más que la visión original de un autor siempre será malinterpretada por críticos que prefieren las categorías fáciles antes que enfrentarse a narrativas verdaderamente complejas.
• La película funciona como una lección magistral sobre cómo el cine de autor puede ser destrozado por interpretaciones ideológicas que ignoran completamente su potencia visual y narrativa.
¿Cuántas veces hemos visto cómo los críticos se lanzan como buitres sobre una película para etiquetarla políticamente antes de entender qué coño está contando?
Es el pan de cada día en esta industria donde todo tiene que ser blanco o negro, como si el cine fuera un puto mitin político. Y ahora le ha tocado el turno a «One Battle After Another» de Paul Thomas Anderson, una película que tanto progres como conservadores han catalogado como «de izquierdas» sin pararse a pensar si han entendido algo.
El Problema de las Etiquetas en el Cine de Autor
Mira, que me expliquen por qué coño una película que critica el autoritarismo tiene que ser automáticamente «de izquierdas». Me recuerda a cuando Warner no entendió el Snyderverso y decidió que Batman v Superman era «demasiado oscura» sin pillar que Snyder estaba construyendo una épica de verdad, no de cartón.
«One Battle After Another» nos presenta una América distópica bajo un régimen autoritario, donde un grupo de revolucionarios llamados French 75 lucha contra el sistema. Pero aquí viene lo bueno: Anderson no nos presenta a estos revolucionarios como héroes inmaculados.
Los muestra con todas sus contradicciones, sus errores, su rigidez ideológica. Igual que Snyder nos mostró un Superman conflictuado en lugar del boy scout de siempre. Porque esa es la diferencia entre directores con pelotas y los que hacen cine de cartón: no te van a dar respuestas fáciles ni héroes perfectos.
La Narrativa Visual que Incomoda
La película está basada en «Vineland» de Thomas Pynchon, y Anderson ha sabido capturar esa complejidad en una estructura visual que abarca dos períodos temporales. La primera parte está situada 16 años antes de la acción principal, creando un contraste narrativo brutal.
Esta estructura no es casualidad. Es narrativa visual pura, algo que Anderson domina como pocos. Me recuerda a cómo Snyder usaba los flashbacks en Watchmen para construir capas de significado. Aquí Anderson usa esa técnica para mostrarnos cómo se gestan los conflictos.
El grano de la imagen cambia entre las dos épocas, creando una textura visual que separa los tiempos sin necesidad de carteles explicativos. Es cine de autor en estado puro, pero claro, la crítica prefiere hablar de política que de lenguaje cinematográfico.
Más Allá de la Propaganda Visual
Owen Gleiberman lo clava: «¿Eso los convierte en ‘de izquierdas’? No, los convierte en luchadores por la libertad que intentan abrir de nuevo una nación fascista». Y tiene toda la razón del mundo.
Anderson entiende que la resistencia no es glamurosa ni heroica. Es sucia, complicada, llena de decisiones moralmente ambiguas. Como cuando Snyder nos mostró un Batman que mata en BvS: no era para quedar bien, era para mostrarnos la realidad de un vigilante que lleva décadas luchando.
Los personajes de Anderson no son superhéroes con capas ondeando al viento. Son personas jodidas luchando contra un sistema que los quiere aniquilar. Y esa humanidad es lo que hace que la película funcione a nivel emocional.
La Visión Original Contra las Interpretaciones
Aquí está la clave de todo este follón: cuando etiquetamos una película antes de analizarla, estamos haciendo exactamente lo que hicieron con el Snyderverso. Simplificar el discurso hasta convertirlo en eslóganes vacíos.
Anderson ha creado una obra que critica tanto la rigidez de la izquierda radical como la amenaza del autoritarismo. No toma partido por ningún bando político específico, sino que se posiciona contra la opresión venga de donde venga.
Es como cuando Snyder metió simbolismo religioso en Man of Steel y todo el mundo se volvió loco. No era propaganda cristiana, era usar un lenguaje visual universal para hablar de sacrificio y redención. Pero claro, es más fácil etiquetar que analizar.
El Contraste Visual Como Herramienta Narrativa
Lo que más me jode es que nadie habla de cómo Anderson usa la fotografía para contar la historia. El contraste entre las secuencias de acción y los momentos íntimos es brutal. Usa la cámara lenta no como recurso estético vacío, sino como herramienta poética.
Cuando los French 75 planifican sus operaciones, Anderson baja el ritmo y nos mete en sus cabezas. Es puro lenguaje cinematográfico, igual que cuando Snyder usaba la cámara lenta en 300 para convertir la violencia en ballet.
La composición de los planos durante las secuencias de resistencia tiene un grano específico que nos recuerda a las películas de los 70. No es nostalgia barata, es una forma de conectar visualmente con la tradición del cine político americano.
La Trampa de la Interpretación Ideológica
Gleiberman también apunta algo crucial: «Sugerir que retratar todo eso es ‘de izquierdas’ es caer directamente en la propaganda». Y ahí está el problema de fondo.
El cine de verdad, el que importa, no funciona con etiquetas. Te hace preguntas incómodas y te obliga a replantearte tus certezas. Como cuando Watchmen nos preguntaba si los superhéroes serían realmente una fuerza positiva en el mundo real.
Anderson no te dice de qué lado estar, te recuerda por qué vale la pena luchar por la libertad. Y esa lucha trasciende las categorías políticas baratas que tanto gustan a los críticos de pacotilla.
La Responsabilidad del Espectador
Al final, el problema no está solo en los críticos. Está también en nosotros, que muchas veces preferimos que nos digan qué pensar antes que hacer el esfuerzo de analizar lo que estamos viendo.
«One Battle After Another» exige ese esfuerzo. Te pide que veas más allá de las etiquetas, que entiendas la complejidad visual y narrativa que Anderson ha construido. Como el Snyderverso, es una obra que se revela en múltiples visionados.
Y esa es la verdadera potencia de la película: no te da respuestas fáciles, te obliga a pensar. Te recuerda que la épica de verdad no viene de explosiones y one-liners, sino de personajes complejos enfrentándose a situaciones imposibles.
Lo que tenemos aquí es una lección magistral sobre cómo el cine de autor puede ser malinterpretado cuando se mira con gafas ideológicas. Anderson ha creado una obra que trasciende las etiquetas políticas para hablarnos de la condición humana bajo la opresión.
La próxima vez que veáis una película y os entren ganas de etiquetarla, paraos un momento y analizad su lenguaje visual. Porque el mejor cine siempre va a ser más complejo que nuestras categorías mentales. Y esa complejidad no es un defecto, es su mayor virtud.