• The Martian representa el único filme de ciencia ficción perfecto de Ridley Scott en el siglo XXI, con un 91% en Rotten Tomatoes y más de 630 millones de dólares que recaudó mundialmente.
• La película logra equilibrar magistralmente rigor científico con humanidad, algo que las precuelas de Alien no consiguieron pese a su ambición visual.
• Scott demuestra que su capacidad visionaria sigue intacta cuando encuentra el material adecuado, recordándonos por qué transformó para siempre el género con Alien y Blade Runner.
Cuando pensamos en los grandes visionarios de la ciencia ficción cinematográfica, Ridley Scott emerge como una figura casi mítica.
El hombre que nos regaló el terror claustrofóbico de Alien y la melancolía urbana de Blade Runner ha navegado por las últimas décadas con resultados dispares, especialmente en sus intentos por revisitar universos que él mismo creó.
Entre promesas incumplidas y experimentos arriesgados, una película destaca como un faro de excelencia en su filmografía reciente.
The Martian no es sólo una historia de supervivencia en el espacio; es una declaración de principios sobre lo que significa ser humano cuando todo parece perdido. En un género que a menudo se pierde en espectáculo vacío o pesimismo distópico, Scott encontró algo diferente: la celebración de la ingenuidad humana, la ciencia como herramienta de esperanza, y la risa como mecanismo de resistencia ante lo imposible.
El peso de un legado
Hablar de Ridley Scott en ciencia ficción es hablar de revolución. Cuando Alien llegó a las pantallas en 1979, no sólo redefinió el terror espacial; estableció un nuevo lenguaje visual para todo lo que vendría después. La estética industrial, los diseños biomecánicos de H.R. Giger, esa sensación de que el futuro sería sucio, claustrofóbico y peligroso.
Un año después, Blade Runner completaría esta transformación con su visión noir del mañana. Dos películas que, como suelo decir, cambiaron mi forma de entender qué podía hacer el cine de ciencia ficción.
Pero el siglo XXI ha sido más complejo para Scott. Sus incursiones en otros géneros han demostrado su versatilidad, pero cuando regresó a la ciencia ficción, los resultados fueron… digamos, polarizadores. Prometheus y Alien: Covenant dividieron tanto a críticos como a fans, perdidas entre la ambición filosófica y la nostalgia por glorias pasadas.
Es en este contexto donde The Martian brilla con luz propia.
La ciencia como poesía
Basada en la novela de Andy Weir, The Martian cuenta la historia de Mark Watney, un astronauta que debe sobrevivir solo en Marte tras ser dado por muerto por su tripulación. Pero reducir la película a una simple historia de supervivencia sería injusto.
Lo que Drew Goddard logró con su guión es algo más sutil: convertir la resolución de problemas científicos en narrativa pura. Cada obstáculo que Watney enfrenta se convierte en una pequeña victoria de la mente humana sobre la adversidad.
No hay villanos tradicionales aquí, no hay explosiones espectaculares ni batallas épicas. El antagonista es Marte mismo: implacable, hermoso y mortal. Y la respuesta de Watney no es la violencia, sino la ciencia aplicada con una dosis saludable de humor negro.
Matt Damon encarna a un protagonista que podría haber sido insoportablemente heroico en otras manos, pero que aquí se siente genuinamente humano. Sus monólogos a cámara tienen la cadencia de alguien que habla consigo mismo para mantener la cordura. Es íntimo y universal a la vez.
El equilibrio perfecto
Lo que distingue a The Martian de otras películas de supervivencia espacial es su tono. Donde Gravity optó por la tensión constante e Interstellar por la grandilocuencia emocional, Scott encontró un equilibrio entre drama y comedia que se siente orgánico.
El humor no es forzado ni alivia artificialmente la tensión; surge naturalmente de la personalidad de Watney y de la absurdidad de su situación. Cuando se queja de tener que sobrevivir con la música disco de un compañero de tripulación, la película nos recuerda que mantener la humanidad es tan importante como mantener la vida.
Paralelamente, la narrativa terrestre evita caer en clichés burocráticos. Los científicos y administradores de la NASA se sienten como personas reales enfrentando un problema real, no como arquetipos de película.
Ciencia ficción optimista
En una época donde la ciencia ficción tiende hacia la distopía y el pesimismo, The Martian ofrece algo refrescante: optimismo fundamentado. No es ingenuidad; la película no ignora los peligros reales del espacio o las limitaciones humanas.
Pero propone que la ciencia, la cooperación internacional y la determinación individual pueden superar obstáculos aparentemente imposibles. Esta visión conecta con la mejor tradición de la ciencia ficción, esa que ve en la tecnología y el conocimiento herramientas de liberación más que de opresión.
Es la misma fe en el progreso humano que animaba a autores como Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, pero actualizada para una audiencia que ha visto tanto las promesas como las traiciones de la era digital.
Scott, que había explorado los aspectos más oscuros del futuro en Blade Runner y el terror cósmico en Alien, demuestra aquí su capacidad para abrazar una perspectiva diferente sin perder sofisticación narrativa.
El regreso del maestro
The Martian funciona también como recordatorio de por qué Ridley Scott sigue siendo relevante después de más de cuatro décadas de carrera. Su dominio visual permanece intacto: los paisajes marcianos son a la vez hermosos y hostiles, la tecnología se siente creíble sin ser exhibicionista.
Pero más importante es su capacidad para encontrar lo humano en lo épico. Como en sus mejores trabajos, Scott entiende que la ciencia ficción no trata realmente sobre el futuro o la tecnología, sino sobre nosotros. Sobre cómo respondemos cuando se nos ponen a prueba, sobre qué valores mantenemos cuando todo lo familiar desaparece.
El verdadero logro de The Martian es más sutil: devolver la dignidad a la ciencia ficción optimista sin sacrificar inteligencia o complejidad emocional.
The Martian no es sólo la mejor película de ciencia ficción de Ridley Scott en lo que va de siglo; es un recordatorio de lo que el género puede lograr cuando combina rigor intelectual con corazón humano.
Quizás la lección más importante sea que la ciencia ficción no necesita ser sombría para ser profunda, ni espectacular para ser emocionante. A veces, la historia más poderosa es la de un hombre cultivando patatas en un planeta hostil, riéndose de su propia situación mientras resuelve un problema tras otro.
En esa risa y esa determinación encontramos algo esencial sobre lo que significa ser humano, algo que trasciende géneros y épocas. Y eso, al final, es lo que distingue a los grandes cineastas de los meramente competentes.