• «Fly», el episodio más controvertido de Breaking Bad, no fue un relleno presupuestario sino una declaración artística que anticipaba la filosofía narrativa que Vince Gilligan desarrollaría plenamente en Pluribus.
• La incapacidad del público para valorar la contención formal en televisión revela nuestra adicción al estímulo constante y nuestro desprecio por el tempo contemplativo que el gran cine siempre ha cultivado.
• Quince años después, ha llegado el momento de reconocer que quienes no supimos apreciar «Fly» fuimos nosotros, no Gilligan.
Hay episodios que dividen aguas. «Fly», el décimo capítulo de la tercera temporada de Breaking Bad, lleva quince años cargando con el sambenito de ser el peor episodio de la serie. Un «bottle episode» rodado en un único decorado que supuestamente rompía el ritmo trepidante de la narración.
Walter White encerrado en su laboratorio, persiguiendo obsesivamente una mosca. Nada más. O eso creímos.
Ahora, con la llegada de Pluribus, la nueva serie de Vince Gilligan para Apple TV, ese juicio sumario merece ser revisado. Porque Gilligan no ha cambiado. Sigue creyendo en lo mismo: que el verdadero conflicto dramático no necesita explosiones ni giros cada diez minutos.
Necesita tiempo, silencio y la valentía de observar a un personaje enfrentarse consigo mismo.
Cuando la contención se confunde con la pereza
Durante años, «Fly» ha sido tratado como el hijo bastardo de Breaking Bad. Un episodio nacido de la necesidad presupuestaria, un parche narrativo para llegar a fin de temporada sin arruinar las arcas de AMC.
Pero reducir ese capítulo a un mero ejercicio de supervivencia productiva es no entender nada de cine. Es como decir que La soga de Hitchcock es solo un truco técnico, o que 12 hombres sin piedad de Sidney Lumet es teatro filmado.
«Fly» es, ante todo, un ejercicio de contención formal. Gilligan encierra a Walter White en su laboratorio y lo enfrenta a lo único que no puede controlar: el azar, representado por un insecto diminuto.
La mosca no es una mosca. Es el caos. Es la mancha en la pureza obsesiva de un hombre que cree poder dominar cada variable de su existencia.
Y mientras Walter salta, tropieza y delira por falta de sueño, nosotros asistimos a algo mucho más valioso que cualquier tiroteo: la desintegración psicológica de un personaje.
Recuerdo perfectamente la primera vez que vi ese episodio. Fue en su emisión original, y recuerdo también la sensación de desconcierto. Esperaba adrenalina, y me dieron introspección.
Pero al terminar, algo resonaba. Esa conversación nocturna entre Walter y Jesse, con la guardia bajada, revelaba más sobre su relación que diez episodios de acción. Era puro Bergman en mitad de un thriller criminal.
Y eso, para muchos, fue imperdonable.
La reivindicación del tempo lento
Ahora llega Pluribus, estrenada en Apple TV el 6 de noviembre de 2025, y Gilligan vuelve a lo mismo. La serie, protagonizada por Rhea Seehorn, cuenta la historia de Carol, una mujer en un escenario postapocalíptico que debe elegir entre la conexión humana y salvar al mundo.
Y lo hace despacio. Muy despacio.
Hay escenas donde Carol simplemente observa. Mira fuegos artificiales. Descansa. Procesa. Y los mismos espectadores que crucificaron «Fly» repiten: «No pasa nada». «Es lenta».
Pero esta vez, la crítica especializada ha sabido ver lo que entonces no vio. Pluribus está siendo celebrada como una de las mejores series de ciencia ficción de 2025 precisamente por esa valentía narrativa.
Porque Gilligan entiende algo fundamental: el drama no está en lo que ocurre, sino en cómo lo vive el personaje. Carol no necesita persecuciones ni batallas CGI para ser fascinante. Necesita tiempo para que veamos cómo el peso de sus decisiones la va transformando.
Exactamente igual que Walter White necesitaba ese laboratorio vacío y esa mosca para mostrarnos hasta qué punto había perdido el control de su vida.
La diferencia entre 2010 y 2025 no es Gilligan. Es que ahora, tras años de prestige TV y el agotamiento del modelo Marvel de estímulo constante, hemos aprendido —algunos— a valorar la pausa.
El cine de cámara en la era del streaming
Lo que Gilligan hizo en «Fly» tiene un nombre en la historia del cine: cine de cámara. Esas películas íntimas, despojadas, donde la acción se subordina al estudio psicológico.
Dreyer lo hizo en La pasión de Juana de Arco, donde los primeros planos de Renée Jeanne Falconetti construyen todo el drama sin necesidad de movimiento. Bresson en Pickpocket, donde el robo es solo la excusa para observar la soledad de un hombre. Ozu en prácticamente toda su filmografía, donde las conversaciones banales revelan abismos emocionales.
No es un invento de la televisión moderna, pero sí es una rareza en ella.
La televisión, por su propia naturaleza serial, tiende al momentum. Cada episodio debe empujar al siguiente. Cada escena debe «servir» a la trama.
Pero esa lógica industrial mata la contemplación. Y sin contemplación, no hay verdadero retrato de personaje. Solo hay marionetas moviéndose de un punto argumental a otro.
«Fly» rompió esa lógica. Se atrevió a decir: este episodio no avanza la trama, avanza al personaje. Y eso, en 2010, era herejía.
Hoy, con Pluribus, Gilligan demuestra que no fue un error. Fue una declaración de principios.
La mosca como símbolo
Volvamos a «Fly». ¿Qué es realmente ese episodio? Es un hombre intentando eliminar una imperfección en un entorno que él cree controlar.
Es la metáfora perfecta de Walter White: un profesor de química que pensó que podía cocinar metanfetamina sin que su vida se contaminara. La mosca es Jane. Es Gus. Es Skyler. Es todo aquello que escapa a su dominio y que, eventualmente, lo destruirá.
Rian Johnson, que dirigió ese episodio, entendió perfectamente la tarea. Cada encuadre está medido. La cámara observa a Walter desde ángulos imposibles, como si fuera la propia mosca.
El laboratorio, normalmente un espacio de poder, se convierte en una jaula. Y Jesse, testigo agotado de la obsesión de su socio, funciona como nuestro proxy: el único cuerdo en un mundo que ha perdido el norte.
Hay un momento, hacia el final del episodio, donde Walter casi confiesa su responsabilidad en la muerte de Jane. Casi. Pero no lo hace.
Y ese «casi» es más devastador que cualquier confesión explícita. Es puro Pinter. Es el subtexto elevado a arte. Y requiere tiempo, silencio y confianza en la inteligencia del espectador.
Tres cosas que, lamentablemente, escasean en la televisión contemporánea.
La paciencia como virtud narrativa
Pluribus no es Breaking Bad. Es ciencia ficción, no thriller criminal. Pero comparte con «Fly» una misma fe: la fe en que el espectador puede soportar —y disfrutar— la ausencia de acción si a cambio recibe verdad emocional.
Carol, interpretada magistralmente por Seehorn, pasa largos minutos en pantalla simplemente existiendo. Observando su nuevo mundo. Procesando su trauma.
Y esos minutos son los que construyen el personaje.
Gilligan ha declarado en varias ocasiones su admiración por el cine europeo de los sesenta y setenta. Por Antonioni, por Tarkovsky, por esos directores que entendieron que el tedio puede ser dramático si está bien filmado.
Pluribus bebe de esa tradición. Y «Fly» también lo hacía, aunque en 2010 nadie quisiera verlo.
Ahora, con la perspectiva que da el tiempo y con Pluribus como espejo, resulta imposible no reevaluar aquel episodio. No fue un error. No fue relleno.
Fue Gilligan siendo fiel a sí mismo, a su visión del drama como exploración interior. Y si entonces no estuvimos a la altura, quizá sea el momento de reconocerlo.
Quince años después, «Fly» sigue siendo el episodio peor valorado de Breaking Bad. Pero las valoraciones, como sabemos, no siempre reflejan la calidad.
A veces reflejan nuestras limitaciones como espectadores. Nuestra incapacidad para aceptar que el silencio también cuenta historias. Que la quietud puede ser más dramática que la explosión.
Pluribus no redime a «Fly» porque «Fly» nunca necesitó redención. Simplemente nos recuerda que Vince Gilligan siempre supo lo que hacía.
Y que quizá, solo quizá, deberíamos aprender a confiar en los creadores que se atreven a ir despacio. Porque en el cine, como en la vida, las cosas importantes rara vez ocurren a toda velocidad.
Ocurren en el espacio entre los acontecimientos. En la mosca que no puedes atrapar. En la mirada que lo dice todo sin decir nada.

