• Netflix ha demostrado con «The Last Kingdom» que la televisión puede superar al cine épico cuando se trata de narrativa histórica auténtica y desarrollo de personajes complejos.
• La serie trasciende las comparaciones fáciles con «Juego de Tronos» al explorar temas universales sobre identidad y lealtad a través de la Inglaterra medieval del siglo IX.
• Con un 91% en Rotten Tomatoes, esta adaptación de las novelas de Bernard Cornwell representa lo mejor del drama histórico contemporáneo: espectáculo visual al servicio de ideas profundas.
Hay algo fascinante en cómo las mejores historias del pasado logran hablarnos del presente. Como cuando pausé Arrival para apuntar esa frase sobre el lenguaje que cambia la percepción del tiempo, los grandes dramas históricos funcionan como máquinas del tiempo conceptuales. «The Last Kingdom» pertenece a esa categoría especial de narrativas que utilizan el espectáculo no como fin, sino como vehículo para explorar preguntas fundamentales sobre quiénes somos.
En una época donde el entretenimiento histórico suele caer en la trampa de la simplificación, esta serie de Netflix se erige como una anomalía. Una producción que respeta tanto la complejidad de la historia como la inteligencia de su audiencia.
La Autenticidad Como Filosofía Narrativa
«The Last Kingdom» nace de las novelas de Bernard Cornwell, conocido por su meticulosa investigación histórica. La serie, ambientada en el año 872 durante la invasión danesa, no se conforma con recrear batallas espectaculares.
Lo que distingue a esta producción es su comprensión de que la autenticidad no reside únicamente en los detalles visuales. Como en Blade Runner, donde la pregunta no es si los replicantes son reales, sino qué significa ser real, aquí la verdadera autenticidad surge de algo más profundo.
La serie entiende que la historia está hecha de decisiones humanas, no de eventos inevitables. Cada personaje enfrenta dilemas que trascienden su época. Es esa universalidad lo que convierte a «The Last Kingdom» en algo más que un ejercicio de recreación histórica.
El Conflicto de Identidad Como Metáfora Universal
Alexander Dreymon interpreta a Uhtred, un personaje que encarna uno de los conflictos más contemporáneos que existen: la crisis de identidad. Nacido sajón pero criado por daneses, navega entre dos mundos que se perciben como irreconciliables.
Esta dualidad cultural me recuerda a los protagonistas de la mejor ciencia ficción. Como el oficial Spock dividido entre lógica vulcaniana y emoción humana, Uhtred representa esa tensión universal entre pertenencias múltiples.
¿Cuántas veces nos encontramos divididos entre lealtades aparentemente contradictorias? ¿Entre tradición y progreso? ¿Entre pertenencia e individualidad?
La genialidad de la serie radica en no ofrecer respuestas fáciles. Uhtred no «elige un bando» de manera definitiva. Su viaje refleja la realidad de que la identidad no es una decisión binaria, sino un proceso continuo de negociación interna.
Más Allá de las Comparaciones Obvias
Inevitablemente, «The Last Kingdom» ha sido comparada con «Juego de Tronos» y «Vikingos». Pero estas comparaciones resultan superficiales.
Mientras que «Juego de Tronos» explora el poder como corrupción absoluta, «The Last Kingdom» se centra en algo diferente. Examina cómo las sociedades se transforman, cómo las culturas se fusionan y cómo los individuos encuentran su lugar en medio del cambio.
Es una reflexión sobre la adaptación, tema especialmente relevante en nuestra era de transformación tecnológica acelerada. Como en las mejores distopías, no se trata del futuro o del pasado, sino del eterno presente humano.
El 91% de aprobación crítica en Rotten Tomatoes no es casualidad. Los críticos han reconocido que la serie logra algo difícil: mantener la tensión narrativa sin sacrificar la profundidad temática.
El Poder de la Narrativa Televisiva
«The Last Kingdom» demuestra algo que el cine épico a menudo olvida: que el tiempo es el mejor aliado de la complejidad narrativa. Cinco temporadas permiten un desarrollo de personajes imposible de lograr en dos horas de película.
La serie no tiene prisa por resolver conflictos. Permite que las relaciones evolucionen, que las lealtades se transformen, que los personajes cometan errores y aprendan de ellos.
Esta paciencia narrativa resulta especialmente valiosa cuando se trata de temas históricos. La historia real no tiene actos de tres partes ni resoluciones limpias. «The Last Kingdom» respeta esa complejidad inherente.
Lecciones Para el Presente
Al final, lo que hace especial a «The Last Kingdom» no son sus batallas épicas ni sus intrigas políticas. Es su capacidad para utilizar el pasado como laboratorio de ideas sobre el presente.
Como las mejores obras de ciencia ficción que proyectan el futuro para entender el ahora, esta serie utiliza el siglo IX para iluminar el XXI. La pregunta que plantea Uhtred —¿quién soy realmente cuando mis lealtades se dividen?— es la misma que enfrentamos en un mundo cada vez más interconectado.
«The Last Kingdom» se despide después de cinco temporadas habiendo logrado algo extraordinario: demostrar que el entretenimiento histórico puede ser tanto espectacular como intelectualmente honesto.
Como esas películas que nos acompañan días después de verlas, «The Last Kingdom» planta semillas que germinan lentamente en nuestra reflexión. Nos deja con preguntas más que con respuestas, y quizás esa sea su mayor virtud.
Porque las mejores historias, al final, no nos dicen qué pensar, sino que nos invitan a pensar. Y en esa invitación reside su verdadero poder transformador.