• La polémica surgida por los comentarios de Snoop Dogg sobre una escena lésbica en Lightyear de Pixar ha reavivado el debate sobre la representación LGBTQ+ en el cine familiar.
• Como cinéfilo que ha presenciado décadas de censura y autocensura en Hollywood, considero que estas controversias revelan más sobre nuestras limitaciones sociales que sobre la calidad artística de las obras.
• La respuesta de la guionista Lauren Gunderson, defendiendo con orgullo su decisión creativa, representa un momento significativo en la evolución del lenguaje cinematográfico contemporáneo.
En una época donde cada fotograma es diseccionado en las redes sociales antes incluso de que las luces de la sala se enciendan, resulta fascinante contemplar cómo una simple elección narrativa puede desencadenar polémicas mediáticas de proporciones épicas.
La reciente controversia en torno a Lightyear nos recuerda que el cine, ese arte que creíamos universal, sigue siendo un campo de batalla ideológico donde cada decisión creativa se convierte en declaración política.
Como alguien que ha dedicado décadas al estudio del séptimo arte, he aprendido que las polémicas más reveladoras no suelen girar en torno a la técnica o la narrativa, sino a aquellos momentos en que el cine se atreve a reflejar la realidad tal como es.
En este caso, la realidad ha llegado de la mano de una pareja de mujeres en una película de animación.
La Tormenta Mediática
La controversia estalló cuando Snoop Dogg expresó públicamente su desconcierto ante una escena en la que aparece un beso entre dos mujeres en Lightyear, la película de Pixar estrenada en 2022.
El rapero confesó haberse sentido «pillado por sorpresa» y sin respuestas para explicar la situación a su nieto, comentarios que desataron una oleada de críticas en las redes sociales.
La reacción no se hizo esperar. Algunos llegaron a pedir su retirada de actuaciones programadas, mientras que el debate se extendía por todos los rincones de internet.
Snoop Dogg, consciente del revuelo causado, publicó posteriormente una disculpa en Instagram, pidiendo que le «educasen» sobre el tema y subrayando que sus amigos homosexuales seguían apoyándole.
La Respuesta Creativa
Pero si hay algo que merece nuestra atención en esta historia, es la respuesta de Lauren Gunderson, una de las guionistas de la película.
Con una elegancia que recuerda a los grandes profesionales del oficio, Gunderson no sólo defendió su trabajo, sino que se enorgulleció de él.
«Línea pequeña, gran importancia», declaró, explicando que escribir «ella» en lugar de «él» había sido una decisión natural y un momento crucial de representación.
Esta actitud me resulta especialmente admirable. En una industria donde muchos creadores se esconden tras declaraciones ambiguas cuando surge la polémica, Gunderson ha mostrado la integridad artística que caracteriza a los verdaderos profesionales del cine.
Su frase «el amor es amor» no es un eslogan publicitario, sino una declaración de principios creativos.
El Contexto Industrial
Lightyear resultó ser un fracaso comercial, recaudando 226 millones de dólares a nivel mundial y causando pérdidas de aproximadamente 100 millones a Disney y Pixar.
Algunos han querido establecer una relación causal entre la inclusión LGBTQ+ y el bajo rendimiento en taquilla, un análisis que me parece tan simplista como erróneo.
La realidad es que el fracaso de una película responde a múltiples factores: narrativa, puesta en escena, timing de estreno, competencia, y sí, también factores sociales.
Reducir el análisis a un único elemento es hacer un flaco favor al arte cinematográfico.
Una Perspectiva Histórica
Como estudioso del cine clásico, no puedo evitar establecer paralelismos con controversias pasadas.
Recordemos que en los años del Código Hays, Hollywood se autocensuraba hasta extremos ridículos, evitando cualquier representación que pudiese resultar «controvertida».
El resultado fueron décadas de cine edulcorado, donde la realidad humana quedaba mutilada en aras de una supuesta moralidad.
Hitchcock, maestro de la sugerencia, tuvo que camuflar durante años elementos fundamentales de sus narrativas. Kubrick enfrentó censuras constantes por su honestidad brutal.
Bergman, en Europa, luchaba por mostrar la complejidad emocional humana sin concesiones.
Hoy, cuando veo a una guionista defender con orgullo su decisión de incluir personajes diversos, no puedo sino pensar en todos aquellos creadores del pasado que tuvieron que sugerir o directamente eliminar aspectos fundamentales de la experiencia humana.
El progreso, en el cine como en la vida, nunca ha sido lineal ni exento de resistencias.
La polémica de Lightyear pasará, como han pasado tantas otras. Pero lo que permanecerá es el precedente establecido por profesionales como Lauren Gunderson, que han demostrado que la integridad artística no se negocia.
En una industria cada vez más dominada por algoritmos y estudios de mercado, gestos como el suyo nos recuerdan que el cine, en su esencia más pura, sigue siendo un acto de valentía creativa.
Al final, las mejores películas no son aquellas que evitan la controversia, sino las que la abrazan como parte inevitable de contar historias auténticas.
Y aunque Lightyear no pasará a la historia como una obra maestra, su pequeña contribución a la normalización de la diversidad en pantalla merece nuestro reconocimiento y respeto.