• La lesión de Henry Cavill durante el entrenamiento ha paralizado indefinidamente el remake de Highlander, retrasando su estreno hasta 2027 o 2028.
• Este contratiempo revela los riesgos de una industria obsesionada con la espectacularidad física, olvidando que el cine clásico encontraba su fuerza en la creatividad ante las limitaciones.
• El retraso podría ser una bendición disfrazada que permita reflexionar sobre si este proyecto honrará el legado del original o se convertirá en otro remake fallido más.
En el panorama cinematográfico actual, donde los remakes proliferan con la misma insistencia que las secuelas innecesarias, pocas noticias logran despertar tanto interés como inquietud. La industria hollywoodiense ha puesto sus ojos en Highlander, aquella singular fantasía de 1986 que, pese a sus evidentes limitaciones técnicas, conquistó a toda una generación con su premisa audaz y la inolvidable banda sonora de Queen.
Sin embargo, cuando el destino conspira contra una producción antes de que las cámaras rueden, uno no puede evitar recordar las palabras de Billy Wilder: «Si tienes un problema con el tercer acto, el verdadero problema está en el primer acto». Quizás los dioses del cine nos estén enviando una señal.
Henry Cavill, quien había asumido el desafío de encarnar a un maestro espadachín inmortal, ha sufrido una lesión durante el entrenamiento que ha paralizado completamente la producción. El proyecto, dirigido por Chad Stahelski —conocido por su trabajo en John Wick—, se encuentra ahora en un limbo temporal tan irónico como apropiado para una historia sobre inmortales.
La elección de Stahelski no era casual. Su experiencia como coordinador de dobles y su comprensión del lenguaje visual de la acción prometían dotar al proyecto de una coherencia que el original, con todo su encanto, jamás poseyó. Aquí radica una diferencia fundamental con los maestros del pasado: mientras Kurosawa coreografiaba sus duelos de samuráis con la precisión de un ballet, priorizando siempre la narrativa sobre la pirotecnia, las producciones actuales parecen invertir esta ecuación.
El reparto anunciado —Russell Crowe, Karen Gillan, Djimon Hounsou y Dave Bautista— sugiere ambiciones considerables. No obstante, la ausencia de detalles sobre la lesión de Cavill ha generado una incertidumbre que se extiende como sombra sobre todo el proyecto.
Lo que debía comenzar su rodaje en septiembre de 2024 podría no materializarse hasta 2026, con estreno en 2027 o 2028. En una industria donde el tiempo es dinero y la relevancia cultural se mide en ciclos cada vez más breves, semejante retraso puede resultar letal.
Habiendo presenciado la evolución del cine de acción desde los días de Peckinpah y Leone, resulta inevitable establecer paralelismos con otros remakes que intentaron revitalizar propiedades de los ochenta. La historia está plagada de intentos fallidos de capturar la magia de obras que, pese a sus imperfecciones técnicas, poseían una autenticidad difícil de replicar.
El Highlander original de Russell Mulcahy era producto de una época donde las limitaciones presupuestarias obligaban a ser creativos. Recordemos cómo Hitchcock transformó las restricciones de La ventana indiscreta en pura genialidad cinematográfica, o cómo Kubrick convirtió el modesto presupuesto de 2001 en una odisea visual imperecedera. Las limitaciones, paradójicamente, liberaban la creatividad.
La premisa de situar la historia en Nueva York y Hong Kong contemporáneos plantea desafíos narrativos considerables. El guión de Michael Finch deberá encontrar el equilibrio entre la nostalgia por el material original y las exigencias de un público que ha visto evolucionar exponencialmente las técnicas cinematográficas.
Este contratiempo evidencia los riesgos inherentes a las producciones modernas que priorizan la espectacularidad física por encima de la preparación meticulosa. En mis primeros años escribiendo críticas en foros cinéfilos, ya observaba esta tendencia preocupante: la sustitución gradual del oficio por el espectáculo, de la mise-en-scène por los efectos digitales.
La lesión de Cavill, aunque lamentable, podría ofrecer una oportunidad inesperada para reflexionar sobre la dirección deseada. En ocasiones, los contratiempos aparentemente negativos se revelan como bendiciones que permiten mayor maduración creativa. Bergman solía decir que sus mejores películas nacían de las crisis, no de la comodidad.
Este retraso nos recuerda que el cine, pese a toda su maquinaria industrial, sigue siendo un arte fundamentalmente humano, vulnerable a los caprichos del destino. En una época donde la inmediatez parece norma, quizás sea reconfortante saber que algunas cosas aún requieren tiempo, paciencia y respeto por el proceso creativo.
Cuando Highlander finalmente llegue a las pantallas —si es que lo hace—, llevará consigo no solo el peso de las expectativas, sino también el de una espera que habrá puesto a prueba la paciencia de sus seguidores. Solo el tiempo dirá si esta demora habrá servido para forjar una obra digna de su legado o si, como tantos otros proyectos víctimas de su propia ambición, quedará como nota al pie en la historia de los remakes fallidos.
Al fin y al cabo, como bien sabía Wilder, en el cine —como en la vida— no solo importa la historia que cuentas, sino cómo la cuentas. Y eso, estimados lectores, requiere algo más que músculos y efectos especiales.