• «Chief of War» representa un ejercicio de descolonización narrativa que devuelve la voz histórica a quienes fueron silenciados por las narrativas dominantes.
• La serie me recuerda a esas distopías donde las culturas luchan por preservar su identidad ante fuerzas externas abrumadoras, solo que aquí es historia real.
• Momoa y Sibbett logran algo que trasciende el entretenimiento: crear un puente temporal que conecta resistencias pasadas con batallas culturales contemporáneas.
Hay historias que funcionan como máquinas del tiempo, no porque nos transporten a épocas lejanas, sino porque nos ayudan a entender que ciertos conflictos son eternos. «Chief of War» es una de esas narrativas que, mientras explora el pasado hawaiano, ilumina patrones que cualquier aficionado a la ciencia ficción reconocerá inmediatamente: la tensión entre preservar la identidad y adaptarse a fuerzas externas inevitables.
Jason Momoa regresa a sus raíces para construir algo que va más allá del entretenimiento. Junto a Thomas Pa’a Sibbett, crea un relato que funciona como esos espejos temporales que tanto me fascinan en obras como «Arrival»: reflejan no solo lo que fuimos, sino lo que seguimos siendo cuando las fuerzas del cambio amenazan con borrar nuestra esencia.
La serie se desarrolla en el umbral del siglo XVIII, ese momento liminal donde el mundo hawaiano estaba a punto de transformarse para siempre. Seguimos a un guerrero en su misión de unificar las islas antes de que lleguen las fuerzas coloniales. Es una premisa que me recuerda inevitablemente a «Dune»: un líder que debe navegar entre la política interna y las amenazas externas, sabiendo que cada decisión determinará el futuro de su pueblo.
Lo que inmediatamente llama la atención es la decisión de contar esta historia principalmente en lengua hawaiana. No es una elección estética, sino política. Me pausé a reflexionar sobre esto, igual que hice con «Arrival» cuando reflexionaba sobre cómo el lenguaje moldea la percepción de la realidad. Cada palabra pronunciada en el idioma ancestral es un acto de resistencia contra el olvido.
Momoa encuentra aquí un territorio mucho más complejo que cualquier reino fantástico. Su interpretación no busca el heroísmo hollywoodiense, sino algo más profundo: la conexión con una herencia que trasciende la ficción. Hay algo profundamente conmovedor en ver a un actor reconectar con sus raíces de esta manera, especialmente cuando esas raíces han sido sistemáticamente invisibilizadas.
El reparto, formado por actores polinesios como Temuera Morrison, Luciane Buchanan y Cliff Curtis, no es casualidad. Es una declaración de intenciones que me recuerda a esas distopías donde la autenticidad se convierte en acto de rebeldía. Cada rostro en pantalla lleva consigo la memoria genética de estas islas.
La cinematografía merece una reflexión aparte. Las cámaras no se limitan a mostrar la belleza paisajística; capturan el espíritu del lugar. Hay una diferencia fundamental entre filmar un territorio y comprenderlo, entre mostrar una cultura y habitarla. «Chief of War» pertenece claramente a la segunda categoría.
La brutalidad que presenta la serie no es gratuita. Es la brutalidad de la historia real, de los conflictos que precedieron a la colonización. Pero también está la belleza: la de una cosmovisión que entiende la tierra como algo sagrado, la de rituales que conectan lo humano con lo divino.
En un momento histórico donde las narrativas de identidad cobran relevancia especial, «Chief of War» funciona como esas obras de ciencia ficción que usan el pasado o el futuro para hablar del presente. No se trata de victimización, sino de dignificación. No es nostalgia, sino memoria activa.
La serie plantea preguntas que resuenan más allá de su contexto específico. ¿Qué significa la unidad cuando las diferencias internas parecen irreconciliables? ¿Cómo se preserva la identidad ante fuerzas externas abrumadoras? Son dilemas que he visto explorados en «Blade Runner» o «Her», solo que aquí no hablamos de replicantes o inteligencias artificiales, sino de seres humanos enfrentando la transformación de su mundo.
Thomas Pa’a Sibbett aporta una perspectiva que va más allá del conocimiento académico. Su conexión con la cultura hawaiana se percibe en cada detalle. No hay exotización ni folclorización; hay respeto y comprensión profunda.
Apple TV+ demuestra que las plataformas de streaming pueden ser espacios para narrativas que el cine comercial tradicional difícilmente habría respaldado. Hay algo esperanzador en ver cómo las nuevas formas de distribución permiten que historias como esta encuentren su audiencia.
El uso del idioma hawaiano como lengua principal es quizás la decisión más radical de la serie. En un mundo donde las lenguas indígenas desaparecen a ritmo alarmante, escuchar el hawaiano en una producción de esta envergadura es un acto de resistencia lingüística que trasciende el entretenimiento.
«Chief of War» nos invita a reflexionar sobre cómo contamos la historia y quién tiene el derecho de contarla. En una época donde la descolonización de las narrativas se vuelve urgente, esta serie se presenta como un modelo de cómo devolver la voz a quienes históricamente han sido hablados por otros.
La serie llega cuando las audiencias buscan historias que vayan más allá del entretenimiento superficial. Hay una sed creciente de narrativas que nos conecten con algo más profundo, que nos ayuden a entender no solo de dónde venimos, sino hacia dónde vamos como sociedad global.
Me quedé pensando en cómo «Chief of War» funciona como esas obras de ciencia ficción que más me impactan: no por sus efectos especiales o su espectáculo, sino por su capacidad de usar una historia específica para iluminar verdades universales sobre la condición humana.
Al final, «Chief of War» trasciende su condición de serie histórica para convertirse en algo más ambicioso: un puente entre pasado y presente, una forma de entender que las luchas por la identidad y la soberanía cultural no son reliquias del pasado, sino batallas que se libran cada día.
En un universo mediático donde las narrativas indígenas han sido sistemáticamente marginalizadas, esta obra se alza como un faro que ilumina no solo el pasado hawaiano, sino el futuro de una industria que finalmente comienza a escuchar voces que siempre estuvieron ahí, esperando el momento de ser amplificadas.