• La tercera entrega de «Ahora me ves» reúne a los Cuatro Jinetes originales con una nueva generación de magos activistas para ejecutar un elaborado robo de diamantes.
• La película mantiene la esencia lúdica y engañosa de la saga, aunque uno no puede evitar preguntarse si la fórmula no comienza a mostrar cierto desgaste tras tantas iteraciones.
• Jesse Eisenberg ofrece una interpretación más dominante y autoritaria que en entregas anteriores, marcando una evolución interesante en su personaje.
En una época donde el cine comercial parece obsesionado con universos expandidos y secuelas interminables, resulta curioso observar cómo ciertas franquicias logran mantener su identidad mientras otras se diluyen en la mediocridad. La saga «Ahora me ves» siempre ha ocupado un territorio peculiar dentro del panorama cinematográfico contemporáneo.
Ni puramente blockbuster ni completamente independiente, sino algo intermedio que juega con las convenciones del género de atracos desde la perspectiva del ilusionismo. Me recuerda a aquellos thrillers de los años setenta que dependían más de la astucia narrativa que de los efectos digitales para sorprender al espectador.
El regreso de los maestros del engaño
Ruben Fleischer toma las riendas de esta tercera entrega con la responsabilidad de mantener viva una fórmula que, reconozcámoslo, ya ha mostrado sus cartas principales en ocasiones anteriores. El argumento nos presenta nuevamente a los Cuatro Jinetes, liderados por el J. Daniel Atlas de Jesse Eisenberg.
Esta vez se ven obligados a colaborar con una nueva generación de magos activistas: Bosco, June y Charlie. La premisa central gira en torno al robo del Diamante del Corazón, propiedad de la magnate sudafricana Veronika van der Berg.
Esta misión, orquestada por la misteriosa organización conocida como el Ojo, sirve como pretexto para desplegar una serie de secuencias elaboradas. Persecuciones en helicóptero, castillos plagados de trampas y múltiples desafíos temáticos relacionados con la magia componen el arsenal narrativo.
La tensión generacional como motor dramático
Lo que resulta más interesante desde una perspectiva puramente cinematográfica es cómo Fleischer maneja la tensión generacional entre los magos veteranos y los novatos. Esta dinámica recuerda, salvando las distancias, a aquellas comedias de Howard Hawks donde el conflicto entre personajes servía tanto para generar humor como para desarrollar la trama de manera orgánica.
Jesse Eisenberg ofrece una interpretación notablemente más autoritaria y dominante que en entregas previas. Su Atlas ha evolucionado hacia una figura más madura, menos neurótica, lo cual aporta una nueva dimensión al personaje.
Woody Harrelson mantiene su registro habitual, mientras que la incorporación de Rosamund Pike y el regreso de Morgan Freeman proporcionan el peso dramático necesario para equilibrar los momentos más espectaculares.
El artificio como virtud cinematográfica
La película funciona mejor cuando abraza su naturaleza inherentemente artificial. Estas películas comparten ADN con la saga «Fast and Furious», sustituyendo las persecuciones automovilísticas por engaños de prestidigitación.
Esta comparación no es casual: ambas franquicias han encontrado su nicho precisamente en la exageración consciente de sus propias premisas. Existe una autoconciencia en el tratamiento del material que resulta refrescante en un panorama cinematográfico a menudo demasiado solemne consigo mismo.
Sin embargo, uno no puede evitar cierta sensación de déjà vu. La estructura narrativa sigue patrones demasiado familiares: el planteamiento del golpe, la ejecución aparentemente fallida, las revelaciones múltiples y el giro final que recontextualiza todo lo anterior.
Técnica competente sin brillantez
Desde el punto de vista técnico, Fleischer demuestra competencia sin llegar a la brillantez. Las secuencias de acción están bien ejecutadas, aunque carecen de la elegancia visual que caracterizaba a los mejores thrillers de décadas pasadas.
La puesta en escena cumple su función, pero raramente trasciende lo meramente funcional. Los elementos de activismo social que incorporan los nuevos personajes añaden una capa temática contemporánea, aunque tratada de manera superficial.
El reparto coral funciona adecuadamente, aunque ninguna interpretación destaca de manera particular. Es cine de conjunto, donde el espectáculo prima sobre la profundidad psicológica de los personajes.
El equilibrio entre entretenimiento y ambición
Al final, «Ahora me ves: Ahora no me ves» cumple con las expectativas que genera su propia premisa. No aspira a la trascendencia artística, sino al entretenimiento competente dentro de los parámetros de su género.
En una época donde tantas secuelas parecen existir únicamente por imperativo comercial, al menos esta mantiene cierto respeto por su propia identidad. La pregunta que queda flotando tras los créditos finales es hasta qué punto puede una franquicia seguir reinventándose sin traicionar su esencia original.
Esta cuarta entrega sugiere que aún queda combustible en el depósito, aunque quizás no el suficiente para muchas más vueltas de tuerca. Como en todo buen truco de magia, el secreto está en saber cuándo retirarse del escenario antes de que el público descubra completamente el mecanismo.
En definitiva, nos encontramos ante un entretenimiento honesto que no pretende ser más de lo que es. El cine comercial necesita productos que respeten tanto al espectador como a sus propias limitaciones, y esta película logra ese equilibrio con notable destreza.

