• Paul Thomas Anderson regresa con una adaptación de Pynchon que reúne a Penn, DiCaprio y del Toro en un thriller político que aspira a la grandeza cinematográfica clásica.
• La interpretación de Sean Penn como el coronel Lockjaw recuerda a los grandes antagonistas del Hollywood dorado, construyendo un personaje de complejidad moral digno de los maestros del género.
• Anderson demuestra que el cine contemporáneo puede alcanzar la profundidad artística de los clásicos cuando se conjuga la maestría narrativa con intérpretes de primer nivel.
Cuando Paul Thomas Anderson decide abordar una obra de Thomas Pynchon, uno no puede evitar recordar las grandes adaptaciones literarias que han marcado la historia del cine. Su nueva incursión, «One Battle After Another», inspirada en la compleja novela «Vineland», se presenta con la ambición de aquellas producciones que antaño definían el prestigio de los estudios. Con un presupuesto que supera los 130 millones de dólares, Anderson busca fusionar el thriller político con esa profundidad psicológica que caracterizó a maestros como Billy Wilder en «El crepúsculo de los dioses» o a Kubrick en «Senderos de gloria».
La elección del reparto revela una comprensión profunda del star system clásico. Sean Penn, Leonardo DiCaprio y Benicio del Toro no son meros nombres comerciales, sino intérpretes cuya presencia evoca la solidez actoral de las grandes épocas del cine americano. Anderson, consciente de que el cine es ante todo dirección de actores, ha reunido un conjunto que promete elevar el material original hacia cotas de excelencia artística.
Penn y la construcción del antagonista perfecto
La interpretación de Sean Penn como el coronel Steven J. Lockjaw constituye una lección magistral de construcción actoral. Penn, que siempre ha poseído esa intensidad que caracterizaba a los grandes del método, encuentra aquí un personaje que le permite desplegar toda su gama interpretativa sin caer en el exhibicionismo.
Su coronel no es un villano al uso, sino una figura que recuerda a los complejos antagonistas que George C. Scott o Lee J. Cobb supieron crear en sus mejores momentos. Penn construye a Lockjaw desde la contención, permitiendo que la corrupción del personaje se filtre gradualmente a través de gestos calculados y silencios elocuentes.
Hay una secuencia particularmente brillante en la que Penn, simplemente ajustándose los gemelos mientras observa un interrogatorio, logra transmitir más sobre la naturaleza del poder que páginas enteras de diálogo. Es el tipo de actuación que nos recuerda por qué el cine, en su esencia más pura, sigue siendo un arte de la sugerencia antes que de la explicación.
DiCaprio y la transformación del método
Leonardo DiCaprio, en su papel de Bob Ferguson, demuestra una madurez interpretativa que evoca a los grandes transformistas del cine clásico. Su capacidad para desaparecer en el personaje recuerda a aquellos actores que, como Marlon Brando o Montgomery Clift, revolucionaron la interpretación cinematográfica.
El DiCaprio de «One Battle After Another» construye a Ferguson desde la vulnerabilidad, mostrando a un hombre cuyas convicciones del pasado chocan con las realidades del presente. Hay ecos de «Todos los hombres del presidente» en la forma en que DiCaprio navega por los dilemas morales de su personaje, pero sin caer nunca en la imitación.
La química entre DiCaprio y Chase Infiniti, quien interpreta a su hija, añade esa dimensión emocional que los mejores thrillers políticos han sabido explotar. Es una relación construida con la precisión de un mecanismo de relojería, donde cada intercambio de miradas o cada silencio compartido contribuye al engranaje narrativo general.
Anderson y la herencia de los maestros
Paul Thomas Anderson ha demostrado a lo largo de su carrera una comprensión profunda de la gramática cinematográfica clásica. En «One Battle After Another», esta sensibilidad se manifiesta en la forma en que orquesta las interpretaciones de su reparto coral.
Anderson entiende, como entendían Wilder o Hawks, que el cine es fundamentalmente un arte de la dirección de actores. Su puesta en escena permite que cada intérprete brille sin eclipsar a los demás, creando esa sinfonía interpretativa que caracteriza a las grandes obras del séptimo arte.
La adaptación de material tan complejo como el de Pynchon requiere una sensibilidad especial hacia los matices. Anderson logra que sus actores naveguen por las aguas turbulentas de una narrativa política sin perder nunca la humanidad esencial de sus personajes.
El conjunto coral y sus matices
Chase Infiniti emerge como una de las grandes revelaciones del reparto. Su doble papel como Charlene/Willa Ferguson requiere una versatilidad que la actriz resuelve con notable solvencia. Infiniti evita los clichés habituales del género, construyendo un personaje con agencia propia que recuerda a las grandes heroínas del cine clásico.
Benicio del Toro, como Sergio St. Carlos, aporta esa intensidad contenida que le caracteriza. Del Toro, veterano en este tipo de papeles complejos, comprende perfectamente su función dentro del engranaje narrativo, ofreciendo una interpretación sólida que cumple su cometido sin aspavientos innecesarios.
Teyana Taylor y Regina Hall completan un reparto que funciona como un mecanismo perfectamente engrasado. Cada interpretación, por pequeña que sea, contribuye al todo de manera orgánica, recordándonos que el cine, en su mejor expresión, sigue siendo un arte colaborativo.
Reflexiones sobre el cine contemporáneo
«One Battle After Another» se erige como un recordatorio de que el cine contemporáneo puede aspirar a la grandeza artística sin renunciar al impacto emocional. En una época dominada por los efectos visuales y las franquicias, Anderson demuestra que la interpretación magistral sigue siendo el corazón del séptimo arte.
Las actuaciones reunidas en esta película posicionan a la obra como un serio contendiente en la temporada de premios. Penn, en particular, ofrece el tipo de trabajo actoral que suele ser reconocido por la Academia, construyendo un personaje de complejidad moral que trasciende las categorías habituales del género.
Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse si el presupuesto de 130 millones de dólares era realmente necesario para contar esta historia. Los mejores thrillers políticos de la historia del cine se construyeron sobre la fuerza de las interpretaciones y la solidez del guión, no sobre la espectacularidad visual.
Anderson, no obstante, parece consciente de esta tensión entre arte y comercio. Su dirección mantiene el foco en lo esencial: los personajes, sus motivaciones y las consecuencias de sus actos. Es una aproximación que honra la tradición del gran cine americano mientras abraza las posibilidades técnicas del presente.
Cuando el talento se encuentra con la visión artística, el resultado trasciende las categorías habituales para convertirse en algo verdaderamente memorable. «One Battle After Another» promete ser precisamente eso: una experiencia cinematográfica que perdurará en la memoria mucho después de que se enciendan las luces de la sala, recordándonos por qué el cine, en sus mejores momentos, sigue siendo el arte más completo de nuestro tiempo.