• Dwayne Johnson adelgaza para interpretar a un hombre de 70 años en «Lizard Music», abandonando su físico habitual en una transformación que recuerda a las grandes metamorfosis de De Niro o Brando.

• Esta decisión artística representa un salto al vacío comparable a las reinvenciones más arriesgadas del Hollywood clásico, donde las estrellas sacrificaban su imagen por la credibilidad del personaje.

• La colaboración con Benny Safdie sitúa al actor en territorio de cine de autor, alejándose del entretenimiento de masas hacia una búsqueda de legitimidad artística genuina.

En la historia del cine, las grandes transformaciones físicas han marcado momentos decisivos en las carreras de los intérpretes más memorables. Desde Robert De Niro engordando treinta kilos para «Toro salvaje» hasta la metamorfosis de Charlize Theron en «Monster», estos cambios trascienden lo meramente cosmético para convertirse en declaraciones artísticas.

Dwayne Johnson se encuentra ahora ante una encrucijada similar. Su decisión de adelgazar para interpretar al «Hombre Pollo» de 70 años en «Lizard Music» no es simplemente preparación actoral; es el síntoma de una búsqueda más profunda que todo intérprete serio debe afrontar: ¿estoy viviendo mis propios sueños artísticos o cumpliendo expectativas ajenas?

La metamorfosis del coloso

Johnson ha iniciado un proceso de adelgazamiento que le ha llevado a perder la mayor parte de los 14 kilos de músculo ganados para «The Smashing Machine». Esta transformación física representa una declaración de intenciones que trasciende lo superficial.

Durante el Festival Internacional de Cine de Toronto, el actor expresó con sinceridad poco habitual su deseo de liberarse del corsé interpretativo que le ha proporcionado fama y fortuna. «¿Estoy viviendo mi sueño o los sueños de otros?», se preguntaba Johnson, una reflexión que cualquier artista genuino reconocerá como fundamental.

Esta búsqueda recuerda inevitablemente a Marlon Brando cuando decidió alejarse de los galanes de Hollywood para explorar territorios más complejos. O a Alec Guinness, capaz de desaparecer completamente en cada personaje hasta volverse irreconocible.

El proyecto: entre Buñuel y la fantasía

«Lizard Music», basada en la novela de Daniel Pinkwater, narra la historia de un joven que conoce al Hombre Pollo y se embarca en una aventura con islas invisibles y lagartos músicos inteligentes. El material, de naturaleza surrealista, evoca el espíritu de las obras más experimentales del cine europeo.

La respuesta inmediata de Johnson al director Benny Safdie —»Soy vuestro Hombre Pollo»— revela una intuición artística que va más allá del cálculo comercial. Hay algo profundamente conmovedor en esa declaración, una entrega que recuerda a los grandes actores cuando encuentran el papel definitorio.

Los hermanos Safdie han demostrado una capacidad excepcional para extraer interpretaciones memorables de actores trabajando fuera de su zona de confort, como hicieron con Adam Sandler en «Diamantes en bruto». Su cine nervioso y visceral representa exactamente el tipo de desafío que puede redefinir una carrera.

El contexto de una reinvención necesaria

Esta colaboración sitúa a Johnson en un territorio cinematográfico completamente diferente. Durante años, el actor ha expresado su frustración por verse encasillado en papeles que, aunque exitosos, no le permiten explorar su rango interpretativo completo.

La búsqueda de legitimidad artística es un camino que han transitado muchas estrellas. Will Smith lo intentó con «Ali» y «En busca de la felicidad». Matthew McConaughey lo logró con su «McConaissance», abandonando las comedias románticas por el drama existencial de «True Detective» y «Dallas Buyers Club».

Pero pocos han estado dispuestos a sacrificar su imagen más reconocible de manera tan radical. Johnson está perdiendo deliberadamente esa presencia física imponente que ha sido su marca registrada, demostrando una comprensión profunda del oficio actoral.

El riesgo como motor creativo

Lo fascinante de esta transformación es que Johnson prioriza la credibilidad del personaje sobre su imagen comercial. Es una decisión que habla de madurez artística y recuerda a los grandes intérpretes del método, aquellos que entienden que la transformación física es solo el primer paso hacia una metamorfosis más profunda.

En el Hollywood clásico, esta dedicación era la norma. Pensemos en Charles Laughton desapareciendo bajo el maquillaje de «El jorobado de Notre Dame», o en Lon Chaney Sr., «el hombre de las mil caras», reinventándose completamente en cada película.

El cine contemporáneo, dominado por franquicias y fórmulas seguras, raramente permite estos saltos al vacío. Ver a una estrella de calibre de Johnson apostar por lo desconocido resulta, paradójicamente, refrescante.

La aventura de Johnson en «Lizard Music» representa algo más que diversificación profesional; es un acto de fe en el poder transformador del cine como arte. Su decisión de priorizar la búsqueda artística sobre la comodidad del éxito garantizado merece reconocimiento.

Queda por ver si el público acompañará a Johnson en esta travesía hacia territorios inexplorados. Pero independientemente del resultado comercial, su apuesta por lo desconocido recuerda por qué el cine sigue siendo un medio capaz de sorprendernos de maneras inesperadas.

Al fin y al cabo, las grandes interpretaciones nacen del riesgo, no de la comodidad.