De Spielberg a hoy: un verano (2025) que entra en la historia del cine

Descubre cómo el verano de 2025 ha revitalizado la magia del cine con una diversidad inigualable de géneros y calidades tras las huelgas de 2023.

✍🏻 Por Tomas Velarde

agosto 19, 2025

• El verano cinematográfico de 2025 ha demostrado ser una temporada excepcionalmente sólida, con una diversidad de géneros y calidades que no veíamos desde hace años.

• La recuperación tras los efectos de las huelgas de 2023 ha permitido que tanto las grandes producciones como el cine independiente encuentren su lugar en las salas.

• Esta variedad demuestra que el público cinéfilo dispuesto a buscar calidad siempre encuentra recompensa, independientemente de su presupuesto o procedencia.

Hay veranos que quedan grabados en la memoria colectiva del cine. Recordemos 1975, cuando Spielberg nos aterrorizó con Tiburón, o 1982, año en que E.T. y Blade Runner compartieron cartelera. Estos períodos dorados no surgen por casualidad, sino por una confluencia de factores: estudios dispuestos a apostar, directores en plenitud creativa y, sobre todo, un público hambriento de experiencias cinematográficas auténticas.

El verano de 2025 parece haber recuperado esa magia perdida. Tras años de sequía creativa y los inevitables efectos de las disrupciones industriales, las salas han vuelto a ser ese templo donde convergen la artesanía y el espectáculo.

No se trata únicamente de taquilla o efectos digitales, sino de algo más profundo: la capacidad del cine para sorprender, emocionar y, en definitiva, recordarnos por qué este arte sigue siendo indispensable.

La temporada estival de 2025 ha supuesto un respiro necesario para quienes creíamos que el cine comercial había perdido definitivamente el rumbo. Tras el discreto verano de 2024, lastrado por las consecuencias de las huelgas de guionistas y actores del año anterior, la industria ha demostrado una capacidad de recuperación que merece reconocimiento.

Lo que más llama la atención no es tanto la cantidad de estrenos, sino su diversidad cualitativa. Hemos asistido a una programación que abarca desde las grandes superproducciones hasta propuestas independientes de notable factura, pasando por comedias inteligentes, thrillers de género y animación de primer nivel.

Esta variedad no es casual. Responde a una industria que ha comprendido, quizás por necesidad, que el público no es una masa homogénea.

Existe el espectador que busca la experiencia sensorial del blockbuster, pero también aquel que valora la sutileza narrativa o la innovación formal. El verano de 2025 ha sabido atender a ambos sin condescendencia.

El regreso de la diversidad de géneros

Durante demasiados años, el verano cinematográfico se había convertido en un territorio casi exclusivo de superhéroes y franquicias. Esta temporada ha roto esa monotonía con una programación que recupera géneros tradicionalmente relegados a otros períodos del año.

El terror, por ejemplo, ha encontrado su hueco con propuestas que van más allá del susto fácil. Hemos visto películas que entienden que el miedo cinematográfico nace de la tensión narrativa, no del estruendo sonoro.

Esto me recuerda a los mejores momentos de Hitchcock, cuando el suspense se construía con la precisión de un relojero. En La ventana indiscreta, el maestro británico nos enseñó que la verdadera tensión surge de lo que no vemos, de la sugerencia más que de la mostración explícita.

La comedia, género particularmente castigado en los últimos años, también ha mostrado signos de recuperación. No hablamos de productos manufacturados para el consumo inmediato, sino de obras que entienden que el humor inteligente requiere tiempo, observación y, sobre todo, respeto hacia el espectador.

Billy Wilder solía decir que la comedia es la cosa más seria del mundo, y algunas de las propuestas de este verano parecen haber recuperado esa filosofía.

La coexistencia entre lo comercial y lo autoral

Uno de los aspectos más esperanzadores de esta temporada ha sido la capacidad de las salas para acoger simultáneamente grandes producciones y cine de autor. Esta coexistencia, que antaño parecía natural, se había vuelto cada vez más difícil en un mercado dominado por la lógica de la saturación.

Las grandes producciones han demostrado que espectáculo no es sinónimo de vacuidad. Hemos visto blockbusters que respetan la inteligencia del público, que construyen sus mundos con coherencia interna y que no renuncian a la emoción genuina en favor de la pirotecnia digital.

Sin embargo, no todo ha sido ejemplar. Algunas superproducciones han seguido pecando de esa sobreproducción vacía que tanto daño ha hecho al cine comercial. Filmes que confunden el ruido con la emoción y la saturación visual con la riqueza narrativa.

Paralelamente, el cine independiente ha encontrado su espacio sin necesidad de gritar para hacerse oír. Películas de presupuesto modesto han conseguido conectar con audiencias amplias gracias a la solidez de sus propuestas narrativas y la honestidad de su ejecución.

La importancia de la puesta en escena

Lo que más me ha llamado la atención de muchas de las películas destacadas de este verano es el retorno a los valores cinematográficos fundamentales. Directores que entienden que el cine es, ante todo, un arte visual, y que cada encuadre debe justificar su existencia.

Hemos visto un uso inteligente de la cámara, montajes que respetan el ritmo narrativo y, sobre todo, una comprensión de que la tecnología debe estar al servicio de la historia, nunca al revés. Esto contrasta favorablemente con la tendencia reciente de subordinar la narrativa a las posibilidades técnicas.

La dirección de actores también ha mostrado un nivel notable. Interpretaciones que van más allá de la mera funcionalidad, que aportan capas de significado y que demuestran que el star system, cuando se ejerce con profesionalidad, sigue siendo una herramienta narrativa poderosa.

Me viene a la memoria la precisión con que Kubrick dirigía a sus intérpretes, exigiéndoles decenas de tomas hasta conseguir esa perfección casi matemática que caracterizaba su obra. Algunos directores de este verano parecen haber recuperado esa exigencia artística.

El público como cómplice necesario

Pero quizás lo más relevante de este verano cinematográfico ha sido la respuesta del público. Espectadores que han demostrado estar dispuestos a apostar por la diversidad, que no se conforman con la oferta más evidente y que buscan activamente experiencias cinematográficas enriquecedoras.

Esta actitud del público es fundamental. Como bien señalaba el crítico Matt Singer, «si no pudiste encontrar algo que ver este verano, simplemente no estabas buscando lo suficiente».

Esta afirmación, que podría sonar severa, encierra una verdad incómoda: la calidad cinematográfica existe, pero requiere un espectador activo, dispuesto a salir de su zona de confort.

La programación de este verano ha premiado esa actitud. Cada dos semanas parecía surgir un título que merecía atención, que justificaba el desplazamiento a la sala y que recompensaba la inversión de tiempo y dinero del espectador comprometido.

Lecciones para el futuro

Esta temporada deja varias enseñanzas importantes para la industria. La primera es que la diversidad no solo es deseable, sino rentable. El público responde cuando se le ofrece variedad de calidad, cuando se respeta su inteligencia y cuando se le proponen experiencias genuinas.

La segunda lección es que la coexistencia entre diferentes tipos de cine es posible y necesaria. El blockbuster bien ejecutado no compite con el cine de autor; lo complementa.

Ambos forman parte de un ecosistema cinematográfico saludable que beneficia a todos los implicados. Como demostró la Nueva Hollywood de los años 70, cuando Coppola, Scorsese y Spielberg convivían en las mismas salas sin menoscabo de sus respectivas identidades artísticas.

No obstante, permanezco cauto ante el futuro inmediato. La industria tiene una tendencia preocupante a malinterpretar sus propios éxitos, confundiendo las causas con los efectos.

El verano de 2025 pasará a la historia como el momento en que el cine comercial recuperó parte de su dignidad perdida. No hablamos de una revolución, sino de una evolución necesaria hacia un modelo más sostenible y respetuoso con el arte cinematográfico.

Las salas han vuelto a ser lugares de encuentro entre creadores y espectadores, espacios donde la magia del cine puede manifestarse en toda su plenitud.

Queda por ver si esta tendencia se consolidará o si volveremos a los viejos vicios de la saturación y la mediocridad. La historia del cine está plagada de falsos renacer que se desvanecieron tan rápido como aparecieron.

Pero por ahora, podemos celebrar que el cine, ese arte centenario que tantas veces hemos dado por muerto, sigue demostrando su capacidad de reinvención y su poder para emocionarnos. En definitiva, este verano nos ha recordado por qué seguimos creyendo en la pantalla grande como el lugar privilegiado para contar historias.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

Document

Ediciones Especiales

AL MEJOR PRECIO

books

SOLO EN

Ediciones Especiales

AL MEJOR PRECIO

SOLO EN

{"email":"Email address invalid","url":"Website address invalid","required":"Required field missing"}
>