El final alternativo de Weapons que nos hubiese volado la cabeza a TODOS

Descubre el final alternativo de Weapons, donde brujas luchaban en guerras opuestas, un camino no tomado que revela la madurez artística del cine.

✍🏻 Por Alex Reyna

agosto 12, 2025

• Zach Cregger revela un final alternativo para Weapons que habría convertido la película en una guerra de brujas entre dos bandos opuestos.

• La decisión de elegir contención sobre espectáculo refleja una madurez artística que el cine contemporáneo necesita desesperadamente.

• Esta elección creativa demuestra cómo las mejores historias a menudo residen en lo que decidimos no mostrar.

Hay algo profundamente revelador en los finales que nunca llegamos a ver. Esas versiones alternativas que quedan enterradas en los archivos de los estudios, como ecos de realidades paralelas donde las historias toman caminos completamente diferentes. Me recuerdan a los multiversos de la ciencia ficción: infinitas posibilidades colapsando en una sola decisión creativa.

En el caso de Weapons, la nueva película de terror de Zach Cregger, ese final fantasma habría transformado por completo la naturaleza de la obra. Lo que finalmente vimos en cines es apenas un susurro comparado con el rugido que el director tenía originalmente en mente. Y quizás, precisamente por eso, funciona mejor.

Es curioso cómo esta decisión me transporta a esos momentos en El Imperio Contraataca donde Lucas eligió no mostrar la caída de Luke tras conocer la verdad sobre Vader. La fuerza de la escena reside en lo que no vemos, en el vacío que nuestra imaginación debe llenar.

El camino no tomado hacia la guerra total

Cregger ha desvelado recientemente los detalles de un final alternativo que habría llevado Weapons por territorios mucho más salvajes y ambiciosos. En esta versión descartada, el personaje de Julia Garner, Justine Gandy, y el de Amy Madigan, Gladys Lilly, habrían protagonizado lo que el director describe como «una guerra de pandillas alimentada por brujería».

La premisa suena a algo sacado de una pesadilla febril: dos brujas enfrentadas, cada una reclutando seguidores para formar ejércitos opuestos. «Iban a ir recolectando gente para formar sus pequeños ejércitos, y luego se iban a enfrentar con Gladys y su pequeño ejército», explica Cregger.

Es una imagen que me evoca inmediatamente los conflictos entre Jedi y Sith, esas guerras galácticas donde el poder sobrenatural se manifiesta a través de ejércitos enfrentados. Pero también me recuerda a las distopías de Mad Max, donde la supervivencia se convierte en una cuestión tribal.

Sin embargo, hay algo más profundo en esta decisión creativa que va más allá de la mera espectacularidad. En una época donde el cine de género tiende hacia la escalada constante, donde cada secuela debe ser más grande, más ruidosa, más extrema que la anterior, Cregger eligió el camino de la contención. Y en esa elección, encuentro ecos de la filosofía que hace grande a la ciencia ficción: no se trata de cuánto puedes mostrar, sino de cuánto puedes hacer sentir.

La sabiduría de la contención como acto revolucionario

El final que finalmente llegó a las salas es considerablemente más íntimo. En lugar de ejércitos enfrentados, vemos a Cary Christopher interpretando a Alex realizando un ritual que rompe el control de Gladys sobre los niños, llevando a la muerte de la bruja. Es un desenlace que privilegia lo psicológico sobre lo espectacular, lo emocional sobre lo visual.

«Me di cuenta de que esa película habría sido muy larga y también menos genial», admite Cregger con una honestidad refrescante. Es una reflexión que habla de madurez artística, de entender que no siempre más es mejor.

Esta decisión me transporta a esos momentos en que pausé Arrival para reflexionar sobre cómo Villeneuve eligió mostrar la comunicación alienígena a través de círculos de tinta en lugar de espectaculares batallas espaciales. La efectividad residía precisamente en lo que no se mostraba, en lo que se sugería más que en lo que se explicitaba.

En el cine de terror, como en la ciencia ficción, la verdadera fuerza a menudo reside en lo invisible. Alien de Scott funcionaba mejor cuando la criatura permanecía en las sombras. Blade Runner nos impactaba más por sus preguntas existenciales que por sus persecuciones. Hay una lección aquí sobre el poder de la sugestión frente a la exhibición, una lección que nuestra sociedad hiperconectada y sobreestimulada necesita recordar.

El arte de saber cuándo parar en la era del exceso

La elección de Cregger también revela algo importante sobre el proceso creativo en el cine contemporáneo. En una industria obsesionada con los universos expandidos y las secuelas infinitas, decidir conscientemente hacer menos en lugar de más es casi un acto revolucionario.

Vivimos en una época donde la tentación del «más» es constante. Más efectos, más acción, más ruido. Es la misma lógica que lleva a las redes sociales a bombardearnos con contenido infinito, la misma que convierte cada franquicia en un multiverso interminable. Pero Cregger eligió la vía opuesta: la economía narrativa como forma de resistencia.

El director no solo descartó una secuencia que probablemente habría costado considerablemente más dinero en efectos y producción, sino que eligió un final que sirve mejor a la historia que quería contar. Es el tipo de decisión que separa a los cineastas de los meros fabricantes de entretenimiento.

Me recuerda a Denis Villeneuve explicando por qué Dune no necesitaba más batallas épicas, o a cómo Christopher Nolan construyó Interstellar alrededor de momentos íntimos entre padre e hija en lugar de espectaculares secuencias espaciales. La grandeza, paradójicamente, a menudo reside en la pequeñez.

Reflexiones sobre lo no visto y lo no dicho

Hay algo melancólico en conocer estos finales alternativos. Por un lado, satisfacen nuestra curiosidad sobre el proceso creativo, nos permiten asomarnos al taller del artista. Por otro, nos recuerdan que cada película es solo una de las infinitas versiones posibles de sí misma.

En el caso de Weapons, el final descartado habría creado una obra completamente diferente. Más espectacular, quizás, pero también más convencional en su aproximación al género. La guerra de brujas suena emocionante, pero también predecible en su escalada hacia la violencia.

El final elegido, en cambio, mantiene cierta ambigüedad, cierta quietud inquietante que resuena más allá de los créditos finales. Es el tipo de conclusión que te acompaña a casa, que se instala en tu mente y se niega a marcharse. Como esas preguntas que Her plantea sobre la naturaleza del amor en la era digital, o como la incertidumbre existencial que Blade Runner deja flotando sobre qué significa ser humano.

Lo que esta decisión dice sobre nosotros

La recepción positiva que ha tenido Weapons tanto entre críticos como entre el público parece validar esta elección, pero también dice algo importante sobre el momento cultural que vivimos. Quizás, después de décadas de escalada constante en el entretenimiento, estamos empezando a valorar la contención.

En una sociedad saturada de estímulos, donde cada notificación compite por nuestra atención y cada contenido debe ser más impactante que el anterior, hay algo profundamente subversivo en un director que elige la quietud sobre el ruido. Es una forma de resistencia cultural, una manera de decir que no todo debe ser maximizado para ser efectivo.

Esta tendencia hacia la contención la veo también en series como The Leftovers o películas como Under the Skin, obras que confían en la inteligencia del espectador para llenar los espacios vacíos. Es cine que respeta nuestra capacidad de reflexión, que no nos subestima.


La decisión de Cregger de descartar su final alternativo para Weapons es, en última instancia, una lección sobre la importancia de servir a la historia por encima de nuestros propios impulsos como creadores. A veces, la versión más espectacular no es la más efectiva, y reconocer esa diferencia es lo que separa el buen cine del meramente competente.

En un mundo saturado de contenido donde la atención es el bien más preciado, hay algo profundamente valioso en un director que elige la contención sobre la exhibición, la sugerencia sobre la explicación. Weapons funciona precisamente porque Cregger entendió cuándo parar, cuándo decir «esto es suficiente».

Y en esa contención, paradójicamente, encontró su mayor fuerza. Como los mejores relatos de ciencia ficción, que nos impactan no por lo que muestran, sino por lo que nos hacen pensar. Como las mejores historias de terror, que nos persiguen no por lo que vemos, sino por lo que imaginamos. En el silencio entre las notas, a veces, reside la música más hermosa.


Sobre Alex Reyna

Mi primer recuerdo de infancia es ver El Imperio Contraataca en VHS. Desde entonces, la ciencia ficción ha sido mi lenguaje. He montado Legos, he visto Interstellar más veces de las que debería, y siempre estoy buscando la próxima historia que me vuele la cabeza. Star Wars, Star Trek, Dune, Nolan… si tiene naves o viajes temporales, cuenta conmigo.

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