• «IT: Welcome to Derry» revela que Pennywise es una entidad cósmica que llegó a la Tierra hace millones de años, transformando el terror doméstico en horror lovecraftiano.
• La serie plantea una reflexión fascinante sobre cómo el conocimiento ancestral fue ignorado por la arrogancia colonial, permitiendo que el mal se expandiera sin control.
• El episodio funciona como ciencia ficción disfrazada de terror, explorando temas de primer contacto, militarización del poder y las consecuencias de intentar controlar lo incomprensible.
Hay algo profundamente inquietante en la idea de que el mal no sea una creación humana, sino algo anterior a nosotros. Algo que llegó desde las estrellas y que hemos intentado contener durante milenios.
La ciencia ficción y el terror comparten esa fascinación por lo cósmico, por esas fuerzas que trascienden nuestra comprensión. Me recuerda a esos momentos en Arrival cuando Louise se enfrenta a una inteligencia completamente ajena, o a la vastedad incomprensible del desierto en Dune.
Cuando Stephen King creó a Pennywise, estaba explorando algo mucho más profundo que nuestros miedos infantiles. Estaba dando forma a la naturaleza del mal como fuerza externa, como visitante no deseado que se instala en nuestras comunidades.
«IT: Welcome to Derry» nos invita a mirar aún más atrás, a los orígenes de esa presencia que ha atormentado a generaciones.
El Mal Como Visitante Cósmico
«The Great Swirling Apparatus of Our Planet’s Function» es un título que suena a ciencia ficción pura. Y no es casualidad.
Este cuarto episodio nos lleva a territorio lovecraftiano, donde el horror no nace de nuestras propias creaciones, sino de fuerzas que preceden a la humanidad. La revelación de que Pennywise llegó en una estrella caída hace millones de años transforma por completo nuestra percepción del personaje.
Ya no es simplemente un monstruo que acecha en las alcantarillas. Es un fragmento de mal cósmico, una presencia alienígena que ha estado aquí mucho antes de que existiéramos.
A través de la exploración psíquica de Hallorann, descubrimos una narrativa que me recuerda a las mejores historias de primer contacto. La llegada de algo incomprensible, una inteligencia que opera bajo reglas completamente diferentes a las nuestras.
Es el mismo terror existencial que encontramos en Solaris o en los mejores relatos de Philip K. Dick. La comprensión de que no estamos solos, y que quizás eso no sea una buena noticia.
La Sabiduría Ancestral Frente a la Arrogancia Colonial
Lo más fascinante del episodio es cómo presenta el conocimiento indígena como la primera y más efectiva respuesta a esta amenaza cósmica.
Los nativos americanos no solo descubrieron el cráter. Comprendieron intuitivamente la naturaleza de lo que habían encontrado. Forjaron armas con los fragmentos de la estrella caída, creando una tecnología primitiva pero efectiva para contener a la entidad.
Es una imagen poderosa: la humanidad en sus primeras etapas ya enfrentándose a lo desconocido con ingenio y determinación.
Pero aquí entra el elemento más perturbador de la narrativa. Los colonos, representando esa arrogancia occidental que ignora el conocimiento ancestral, desestimaron las advertencias.
Es un patrón que hemos visto repetirse a lo largo de la historia. La serie lo utiliza como metáfora de nuestras propias cegueras contemporáneas. Me hace pensar en cómo en Avatar Cameron exploraba dinámicas similares, aunque con menos sutileza.
La destrucción de estos colonos no es solo un acto de terror. Es una consecuencia directa de la ignorancia, del rechazo a escuchar a quienes ya habían aprendido a convivir con lo incomprensible.
El Terror de lo Cotidiano
Mientras la serie explora estos orígenes cósmicos, no abandona el terror más inmediato y personal.
La experiencia de Will en su viaje de pesca y el horrible incidente de Marge con sus ojos nos recuerdan que, independientemente de sus orígenes estelares, Pennywise sigue siendo una amenaza visceral y presente.
Hay algo particularmente efectivo en cómo la serie equilibra lo cósmico con lo doméstico. El mal puede venir de las estrellas, pero se manifiesta en nuestros espacios más familiares, en nuestras rutinas más cotidianas.
La dirección de 29 Neibolt Street como entrada al refugio de Pennywise es perfecta en su simplicidad. No necesitamos coordenadas galácticas o rituales complejos. El mal tiene una dirección postal, vive en nuestro vecindario.
Es la misma tensión que encontramos en Her, donde la inteligencia artificial más avanzada se manifiesta a través de un simple auricular. Lo extraordinario infiltrándose en lo ordinario.
La Tentación del Poder
Quizás el elemento más inquietante del episodio sea la figura del General Francis Shaw y su deseo de desenterrar los fragmentos de la estrella para weaponizar a la criatura.
Es una idea que resuena profundamente en nuestra era de militarización tecnológica. Shaw representa esa mentalidad que ve en cada fuerza desconocida una potencial arma, que cree que todo puede ser controlado y dirigido hacia nuestros propósitos.
Es la misma arrogancia que llevó a los colonos a ignorar las advertencias nativas, pero amplificada por el poder militar moderno. Me recuerda a los científicos de Ex Machina, convencidos de que pueden controlar lo que han creado.
La serie nos plantea una pregunta fundamental: ¿qué sucede cuando intentamos controlar fuerzas que están fundamentalmente más allá de nuestra comprensión?
La respuesta, sugiere el episodio, raramente es lo que esperamos.
«IT: Welcome to Derry» está construyendo algo más complejo que una simple precuela de terror. Está explorando cómo las sociedades se enfrentan a lo incomprensible, cómo el conocimiento se transmite o se pierde.
Es ciencia ficción disfrazada de horror, o quizás horror que revela las verdades más profundas de la ciencia ficción.
Al final, Pennywise no es solo un monstruo que devora niños. Es un espejo de nuestras propias incapacidades para escuchar, para aprender, para reconocer que hay fuerzas en el universo que quizás sea mejor dejar en paz.
Y esa, tal vez, sea la lección más aterradora de todas: que el verdadero horror no está en las estrellas, sino en nuestra persistente creencia de que podemos controlar todo lo que encontramos en ellas.

