Naruto: el anime que hizo que la muerte doliera de verdad

Naruto revolucionó el shonen al tratar la muerte y el dolor con realismo, marcando a toda una generación y cambiando para siempre el anime.

✍🏻 Por Aiko Tanaka

septiembre 15, 2025

• Naruto revolucionó el shonen al tratar la muerte como algo permanente y significativo, alejándose de las resurrecciones fáciles típicas del género.

• La serie evolucionó de una historia escolar ninja a una narrativa compleja sobre vínculos, consecuencias y crecimiento personal que influyó en toda una generación.

• Personalmente creo que Kishimoto logró algo que pocos mangakas se atreven: hacer que cada pérdida duela de verdad y transforme tanto a los personajes como a nosotros como lectores.

¿Alguna vez habéis llorado viendo anime? Yo sí, y no me da vergüenza admitirlo. De hecho, creo que las mejores historias son las que nos hacen sentir algo profundo, esas que nos dejan con un nudo en la garganta y nos acompañan días después de haberlas visto. Y si hay una serie que cambió para siempre mi percepción de lo que podía ser el shonen, esa fue Naruto.

Cuando empecé a ver Naruto allá por los 2000, pensaba que sería otra serie más de peleas y poderes increíbles. No me malinterpretéis, me encantan las batallas épicas tanto como a cualquiera, pero lo que Masashi Kishimoto logró fue algo completamente diferente. Creó una obra que no tenía miedo de hacernos daño, de quitarnos personajes queridos y de mostrarnos que las acciones tienen consecuencias reales.

Y eso, queridos lectores, cambió el shonen para siempre.

La muerte como motor narrativo

Durante 15 años, desde 1999 hasta 2014, Kishimoto nos regaló una historia que comenzó siendo aparentemente sencilla: un chaval rubio y ruidoso que quería ser Hokage. Pero conforme avanzaba la serie, nos dimos cuenta de que estábamos ante algo mucho más profundo.

Lo que diferenciaba a Naruto de sus predecesores como Dragon Ball era su aproximación a la muerte. Mientras que Toriyama podía resucitar a Goku con las Dragon Balls cuando le apetecía, Kishimoto tomó una decisión valiente: cuando un personaje moría, se quedaba muerto. Punto.

Esta filosofía se convirtió en el corazón palpitante de la serie. Cada muerte importaba, cada pérdida dejaba una marca indeleble tanto en los personajes como en nosotros. No había resurrecciones milagrosas ni resets convenientes.

Recuerdo vívidamente cuando vi por primera vez la muerte de Haku y Zabuza. Tenía quince años y pensé: «Esto no es lo que esperaba de un shonen». Me quedé ahí, delante de la tele, con los ojos llorosos, preguntándome cómo una serie de ninjas podía hacerme sentir tanto por dos personajes que técnicamente eran los «malos».

Cuando el dolor se vuelve transformación

Recordad la muerte de Jiraiya. Dios mío, todavía se me pone la piel de gallina pensando en esa secuencia. Studio Pierrot se superó a sí mismo en esos episodios, creando una atmósfera que te preparaba para lo inevitable sin que te dieras cuenta.

No fue una muerte heroica con discursos épicos y música dramática. Fue brutal, definitiva y terriblemente real. La muerte puede llegar instantáneamente, sin tiempo para melodramas, y Kishimoto lo demostró de la manera más cruda posible.

Pero lo genial no fue solo la muerte en sí, sino cómo afectó a Naruto. Nuestro protagonista no se limitó a ponerse más fuerte para vengarse. Se transformó. Aprendió. Creció de una manera que me recordó a cómo los personajes de Ghibli evolucionan: orgánicamente, dolorosamente, pero siempre hacia adelante.

Esta aproximación al desarrollo de personajes era revolucionaria en el shonen. Los personajes no evolucionaban porque el guión lo necesitara, sino porque las experiencias los cambiaban de verdad.

La humanización del enemigo

Una de las cosas que más me fascina de Naruto es cómo el protagonista comenzó a ver a los enemigos como humanos, no solo como rivales a los que derrotar. Esta evolución marcó un antes y un después en el género, y aunque algunos critiquen el famoso «talk no jutsu», yo creo que representa algo profundo sobre la cultura japonesa.

Pensad en Pain, en Gaara, incluso en Sasuke. Kishimoto no nos presentaba villanos unidimensionales sedientos de poder. Nos mostraba personas rotas, con traumas reales y motivaciones comprensibles. Era como si hubiera tomado la complejidad emocional de series como Berserk y la hubiera adaptado para un público más amplio.

Y lo más importante: nos enseñaba que la comprensión podía ser más poderosa que la fuerza bruta. Una lección que trasciende el manga y que resuena en nuestro mundo real.

Sí, reconozco que a veces el «talk no jutsu» se sentía un poco forzado, especialmente hacia el final de la serie. Pero la intención detrás era hermosa: la idea de que entender al otro es el primer paso hacia la paz.

El legado que cambió todo

El impacto de Naruto en el shonen moderno es innegable. Series como Attack on Titan, Jujutsu Kaisen o My Hero Academia beben directamente de esta fuente. Todas han aprendido que se puede ser espectacular y emocionalmente sofisticado a la vez.

Hajime Isayama no habría podido crear la brutalidad emocional de Attack on Titan sin el precedente de Naruto. Cuando WIT Studio y luego MAPPA adaptaron esa serie, sabían que el público ya estaba preparado para historias que no tuvieran miedo de hacernos daño.

Gege Akutami tampoco habría explorado la muerte y el trauma en Jujutsu Kaisen sin ver antes cómo Kishimoto lo hacía funcionar. Y MAPPA, que ahora adapta JJK, entiende perfectamente esa herencia emocional.

Incluso Horikoshi, con My Hero Academia, comprende que los momentos más poderosos no vienen de los quirks más espectaculares, sino de las conexiones humanas y las pérdidas que duelen de verdad.

Más allá del entretenimiento

Lo que Kishimoto logró fue demostrar que el shonen podía ser un vehículo para explorar temas profundos sin perder su esencia. Naruto siguió siendo divertido, emocionante y lleno de acción, pero añadió capas de complejidad emocional que elevaron todo el género.

Me recuerda a lo que hace Ghibli con las películas familiares: nunca subestiman a su audiencia. Nos tratan como seres humanos capaces de procesar emociones complejas, no como consumidores que solo quieren peleas flashy.

La serie se convirtió en un fenómeno cultural global precisamente porque respetaba nuestra inteligencia emocional. Y esa es quizás la lección más importante: que tratar al público con respeto no solo es posible, sino que es la clave para crear algo verdaderamente memorable.

Cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que Naruto no solo cambió el shonen; nos cambió a nosotros. Nos enseñó que está bien llorar, que está bien sentir, que las mejores historias son las que nos acompañan mucho después de que terminen.

Kishimoto creó algo que trasciende el entretenimiento: creó una experiencia emocional que marcó a toda una generación. Y aunque han pasado años desde que terminó, su influencia sigue viva en cada nueva serie que se atreve a hacernos sentir de verdad.

Porque al final, ¿no es eso lo que buscamos todos? Historias que nos recuerden que estar vivos, con todo lo que eso conlleva de alegría y dolor, es algo extraordinario.

Dattebayo.


Nunca sé si el próximo anime me romperá el corazón o me hará reír como una loca. Aunque no lo parezca, soy española y crecí devorando mangas y soñando con Japón mientras preparaba ramen en casa. Maratones de Miyazaki y juegos de mesa con amigos son mi combustible diario.

Document

Ediciones Especiales

AL MEJOR PRECIO

books

SOLO EN

Ediciones Especiales

AL MEJOR PRECIO

SOLO EN

{"email":"Email address invalid","url":"Website address invalid","required":"Required field missing"}
>