La mejor de Tarantino del siglo XXI desaparece de Netflix

Malditos Bastardos abandona Netflix el 30/11: madurez de Tarantino, tensión quirúrgica y un villano legendario de Christoph Waltz. Imperdible antes de que se vaya.

✍🏻 Por Tomas Velarde

noviembre 29, 2025

• La obra maestra de Tarantino del siglo XXI, Malditos Bastardos, abandona Netflix el 30 de noviembre tras consolidarse como una de las cumbres del cine contemporáneo.

• Una película que demuestra la madurez narrativa del director californiano, combinando su característico estilo con una reflexión profunda sobre la historia y la venganza.

• La interpretación magistral de Christoph Waltz como Hans Landa representa uno de los villanos más memorables del cine moderno, merecedora del Oscar que obtuvo.

En el vasto panorama del cine contemporáneo, pocas figuras resultan tan polarizantes como Quentin Tarantino. Sus detractores le acusan de excesos estilísticos y violencia gratuita; sus defensores ven en él a uno de los últimos artesanos del séptimo arte.

Como alguien que ha seguido su trayectoria desde Reservoir Dogs, debo reconocer que Malditos Bastardos representa la síntesis perfecta de su talento: la madurez narrativa que a veces echábamos en falta en sus primeras obras, sin renunciar a esa energía cinematográfica que le caracteriza.

La noticia de que esta obra maestra abandone Netflix no debería sorprendernos en estos tiempos de derechos de distribución efímeros. Pero sí debe servirnos como recordatorio de la fragilidad de nuestro acceso al buen cine.

Porque Malditos Bastardos no es simplemente entretenimiento; es una lección magistral de cómo el cine puede reescribir la historia, no para falsearla, sino para ofrecernos la catarsis que la realidad nos negó.

Estrenada en 2009, la película llegó en un momento crucial de la carrera de Tarantino. Tras el díptico Kill Bill y el experimento Death Proof, el director necesitaba demostrar que su cine podía trascender el mero ejercicio de estilo.

La película, ambientada en la Francia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial, narra las peripecias de un grupo de soldados judío-estadounidenses cuya misión es sembrar el terror entre las filas nazis.

Lo que eleva esta obra por encima del resto de la filmografía tarantiniana del siglo XXI no es únicamente su ambición narrativa, sino la precisión quirúrgica de su puesta en escena. Cada secuencia está construida con la meticulosidad de un relojero suizo.

La famosa escena de apertura en la granja francesa, donde el coronel Hans Landa interroga al granjero, constituye una masterclass de tensión cinematográfica que habría hecho las delicias de Hitchcock. La cámara se demora en los rostros, el diálogo se construye como una sinfonía de silencios y palabras medidas.

Christoph Waltz, en su interpretación del «Cazador de Judíos», nos ofrece uno de los villanos más complejos y aterradores del cine reciente. Su Hans Landa no es el nazi estereotípico del cine bélico tradicional; es un intelectual refinado, políglota y cortés, lo que le convierte en infinitamente más inquietante.

El Oscar al Mejor Actor de Reparto que recibió Waltz no fue una concesión de la Academia; fue el reconocimiento a una interpretación que redefine los códigos del antagonista cinematográfico.

La estructura narrativa de Malditos Bastardos revela la madurez alcanzada por Tarantino como narrador. Dividida en capítulos, la película teje múltiples líneas argumentales que convergen en el clímax del cine parisino.

Esta construcción coral recuerda a las mejores tradiciones del cine épico, pero filtrada a través de la sensibilidad posmoderna del director.

Mención especial merece la secuencia de la taberna, donde la tensión se construye a través del detalle aparentemente insignificante de cómo se cuentan los números con los dedos. Es cine puro, donde cada gesto, cada mirada, cada pausa contribuye a crear una atmósfera de suspense insoportable.

Estas son las secuencias que separan a los verdaderos cineastas de los meros fabricantes de entretenimiento.

La fotografía de Robert Richardson aporta una textura visual que oscila entre la elegancia clásica y la modernidad estilizada. Los interiores dorados del cine parisino contrastan con la brutalidad de los bosques franceses, creando un universo visual coherente.

El tratamiento que Tarantino hace de la historia resulta especialmente interesante desde una perspectiva cinematográfica. Al reescribir el final de la Segunda Guerra Mundial, el director no comete una frivolidad; nos recuerda que el cine siempre ha sido un espacio de fantasía y catarsis.

Como espectadores, necesitábamos ver arder a Hitler en una sala de cine, necesitábamos esa venganza simbólica que la historia real nos negó.

Malditos Bastardos también destaca por su tratamiento de los idiomas. Las secuencias en francés, alemán e italiano no están subtituladas por capricho; forman parte integral de la experiencia cinematográfica.

El multilingüismo se convierte en elemento dramático, especialmente en las secuencias donde el dominio o desconocimiento de un idioma puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.

La partida de esta obra maestra de Netflix nos recuerda la importancia de valorar el buen cine cuando lo tenemos al alcance. En una época donde el streaming nos ha acostumbrado a la disponibilidad inmediata, conviene recordar que las grandes obras cinematográficas merecen algo más que un visionado distraído.

Malditos Bastardos no es simplemente la mejor película de Tarantino del siglo XXI; es una demostración de que el cine comercial y el cine de autor no tienen por qué estar reñidos.

Es una obra que honra las tradiciones del séptimo arte mientras las reinventa para las nuevas generaciones. Su marcha de Netflix debería ser una oportunidad para redescubrirla con la atención que merece, preferiblemente en la pantalla más grande que tengamos a nuestro alcance.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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