• Dwayne Johnson reflexiona sobre su papel en Star Trek: Voyager de 2000, uno de sus primeros trabajos como actor antes de convertirse en superestrella de Hollywood.

• La experiencia le marcó profundamente por la generosidad de Jeri Ryan, quien le acogió con una calidez que contrasta con el escepticismo habitual hacia los luchadores que intentan actuar.

• Este pequeño episodio revela cómo los momentos de humanidad genuina pueden definir trayectorias profesionales, algo que Johnson aún recuerda 25 años después.

Hay algo fascinante en observar los primeros pasos de quienes después conquistarían el mundo del entretenimiento. Como esos momentos en Blade Runner donde vemos a los replicantes descubriendo su humanidad, a veces los actores encuentran su verdadera esencia en los lugares más inesperados.

Para Dwayne Johnson, ese momento llegó no en un ring de lucha libre, sino en las cubiertas de una nave espacial del siglo XXIV.

La intersección entre el wrestling y la ciencia ficción siempre ha tenido algo de teatral, de espectáculo que trasciende la realidad inmediata. Ambos mundos construyen narrativas épicas sobre el bien y el mal, sobre la lucha y la redención.

Quizás por eso el salto de Johnson desde el cuadrilátero hasta las estrellas no resulta tan extraño como podría parecer a primera vista.

En el año 2000, cuando Dwayne Johnson aún era conocido principalmente como «The Rock» en el mundo del wrestling, dio sus primeros pasos en la interpretación con una aparición en Star Trek: Voyager.

El episodio «Tsunkatse» de la sexta temporada le permitió interpretar al Campeón Pendari, un luchador alienígena que se enfrentaba a Siete de Nueve en una competición de combate.

Lo que podría haber sido simplemente una aparición promocional se convirtió en algo mucho más significativo para Johnson. En sus reflexiones recientes sobre aquella experiencia, destaca especialmente la actitud de Jeri Ryan, quien interpretaba a Siete de Nueve.

Según Johnson, Ryan mostró una generosidad y una calidez excepcionales hacia alguien que entonces era un completo novato en el mundo de la interpretación.

La humanidad detrás de las cámaras

Esta anécdota me recuerda a esas escenas de Her donde la inteligencia artificial muestra más empatía que muchos humanos. Ryan, sin conocer siquiera la fama de Johnson en el wrestling, le trató con una consideración que él aún recuerda décadas después.

«Jeri fue increíble, tan genial y preciosa. Me impresionó lo maravillosamente acogedora que fue», reflexiona Johnson.

Es curioso cómo Ryan desconocía por completo quién era «The Rock» hasta que el equipo de rodaje se lo explicó. Esta ignorancia inicial, lejos de crear distancia, permitió una conexión más auténtica.

Sin las expectativas o prejuicios que podrían haber surgido del conocimiento previo, la interacción fluyó de manera natural.

El episodio en sí permitió a Johnson incorporar elementos de su persona luchística, incluyendo movimientos característicos como el «Rock Bottom» y su icónico gesto de levantar la ceja. Esta fusión entre su identidad como wrestler y su nueva faceta actoral creó un puente interesante entre dos formas de entretenimiento aparentemente distintas.

El poder transformador de la amabilidad

«La gente siempre recuerda cómo la tratas», comenta Johnson, y en esa frase simple se esconde una verdad profunda sobre las relaciones humanas en cualquier industria.

En un mundo como Hollywood, donde el ego y la competitividad pueden dominar las interacciones, gestos genuinos de amabilidad adquieren un peso especial.

Esta experiencia llegó apenas un año antes de que Johnson debutase en el cine con The Mummy Returns, el papel que realmente lanzaría su carrera cinematográfica. Voyager se convirtió así en una especie de laboratorio de pruebas, un espacio seguro donde experimentar con la interpretación sin la presión de ser el protagonista.

La ciencia ficción, con su capacidad para explorar la condición humana a través de contextos extraordinarios, proporcionó el marco perfecto para esta transición.

Star Trek siempre ha sido una franquicia que celebra la diversidad y la inclusión, valores que se extendían claramente al trato hacia los invitados del reparto.

Reflexiones sobre el legado

Veinticinco años después, cuando Johnson se ha convertido en una de las estrellas más taquilleras de Hollywood, sigue recordando con cariño aquellos primeros pasos.

Hay algo hermoso en esta persistencia de la memoria, en cómo los momentos de humanidad genuina trascienden el tiempo y las circunstancias cambiantes.

La trayectoria de Johnson desde entonces ha sido meteórica, pero esta anécdota nos recuerda que detrás de cada superestrella hay momentos de vulnerabilidad y aprendizaje.

Como en las mejores historias de ciencia ficción, el crecimiento personal a menudo surge de encuentros inesperados con la bondad ajena.

Esta pequeña historia dentro de la gran narrativa de Star Trek nos enseña algo fundamental sobre la naturaleza humana. En un universo donde la tecnología avanza a velocidad vertiginosa y las relaciones se vuelven cada vez más digitales, gestos simples de amabilidad conservan su poder transformador.

Johnson encontró en las cubiertas de Voyager no solo una oportunidad profesional, sino una lección sobre la importancia de tratar a los demás con dignidad y respeto.

Quizás esa sea la verdadera ciencia ficción: imaginar un mundo donde la bondad no sea excepcional, sino la norma.