• Rob Reiner, artífice de películas como Cuando Harry encontró a Sally y Algunos hombres buenos, ha fallecido junto a su esposa en circunstancias trágicas que han conmocionado Hollywood.
• La muerte de un cineasta debería ser ocasión para honrar su legado artístico, no para convertirla en munición de batallas ideológicas carentes de la más elemental decencia.
• Joe Rogan y múltiples figuras del cine han condenado las declaraciones de Donald Trump sobre Reiner, evidenciando la degradación del discurso público contemporáneo.
Hay momentos en los que el cine y la política se entrelazan de formas que jamás hubiésemos deseado presenciar. La muerte de un cineasta debería ser ocasión para el recogimiento, para la reflexión sobre su legado artístico. Sin embargo, vivimos tiempos en los que incluso el duelo se ha convertido en territorio de batalla ideológica.
Rob Reiner, hijo del legendario Carl Reiner, ha fallecido junto a su esposa Michele en circunstancias que sobrecogen el ánimo. Su hijo Nick ha sido arrestado en relación con las muertes, un giro trágico que añade horror a una situación ya de por sí devastadora.

Reiner no fue Bergman ni Kurosawa, cierto. Tampoco pretendió serlo. Fue un artesano competente del cine popular estadounidense, alguien que entendió los códigos de su industria y supo entregar entretenimiento con oficio.
Cuando Harry encontró a Sally sigue siendo una de las comedias románticas mejor construidas de los ochenta. Nora Ephron escribió los diálogos, sí, pero fue Reiner quien supo orquestar el tempo, quien entendió que Billy Crystal y Meg Ryan necesitaban espacio para respirar entre réplica y réplica.
Esa escena en el restaurante —ya sabéis cuál— funciona porque Reiner tuvo el buen criterio de no cortarla, de dejar que la cámara se quedase quieta mientras Ryan construía el momento. Hay un arte en saber cuándo no intervenir.
Algunos hombres buenos es puro oficio de dirección de actores. Conseguir que Jack Nicholson no se coma la pantalla en cada plano requiere pulso. Y esa confrontación final entre Cruise y Nicholson está filmada con la precisión de un relojero: plano, contraplano, sin florituras innecesarias.
La princesa prometida demostró que Reiner podía moverse entre géneros con soltura. Una fábula que funciona para niños y adultos por igual, algo más difícil de lo que parece. Cuenta conmigo, adaptación de Stephen King, capturó la nostalgia de la infancia con honestidad, sin caer en el sentimentalismo barato.
No estamos ante un revolucionario del lenguaje cinematográfico. Pero sí ante alguien que conocía su oficio, que respetaba a sus actores, que entendía la estructura narrativa clásica y sabía ejecutarla con dignidad.
Lo que debería haber sido un momento de luto colectivo se ha visto empañado por unas declaraciones que resultan difíciles de digerir.
Donald Trump publicó en Truth Social que la muerte de Reiner se debió «a la ira que causó en otros», atribuyéndola al llamado «Síndrome de Obsesión con Trump». Sugirió que la postura crítica del director hacia su figura política contribuyó a su fallecimiento.
Joe Rogan, presentador del podcast más escuchado del mundo, expresó su profunda decepción durante una conversación con el cómico Shane Gillis. «Lo de Rob Reiner no tiene gracia. Cuando lo ves sin empatía alguna, es cuando resulta difícil sentir simpatía», afirmó con contundencia.
Rogan trazó un paralelismo revelador: si Obama hubiese hecho declaraciones similares sobre alguien recién fallecido, la reacción habría sido de escándalo unánime. «No hay justificación para lo que hizo que tenga sentido en una sociedad compasiva», sentenció.
Lo más inquietante, según Rogan, no es que Trump pudiese albergar esos pensamientos en privado, sino que decidiese airearlos públicamente. «Es tan decepcionante. Es como… ¿por qué?», reflexionó con visible desazón.
Trump redobló su postura en una rueda de prensa posterior. Reiteró que «no era admirador» de Reiner y lo calificó de «persona trastornada». La insistencia resulta tan innecesaria como reveladora.
La reacción de Hollywood no se hizo esperar. Josh Gad publicó una respuesta demoledora en redes sociales. Jimmy Kimmel calificó a Trump de «odioso y vil», reclamando compasión en momentos de tragedia. Whoopi Goldberg condenó no solo al expresidente sino también a aquellos republicanos que permanecen en silencio.
Uno piensa en los grandes maestros del cine, en cómo Hitchcock manejaba la tensión con elegancia, en cómo Wilder sabía cuándo un personaje debía callar para que el silencio dijese más que mil palabras.
Hay un arte en saber cuándo hablar y cuándo guardar silencio. Y hay una humanidad básica que debería preceder a cualquier consideración política.
Lo que esta lamentable controversia revela es la erosión sistemática de los códigos básicos de convivencia, de esa cortesía elemental que debería unirnos incluso cuando todo lo demás nos separa.
El cine, ese arte que tanto nos ha enseñado sobre la condición humana, parece incapaz de inspirar la más mínima reflexión en quienes prefieren el ruido a la contemplación.
Reiner merece ser recordado por su trabajo, por las risas que provocó, por las historias que contó. Merece el mismo respeto que cualquier ser humano al partir.
Que tengamos que recordar algo tan obvio dice mucho sobre el momento que atravesamos. Y no dice nada bueno.

