• La nueva adaptación de ‘La Guerra de los Mundos’ con Ice Cube convierte el terror existencial de Wells en un anuncio extendido de Amazon, donde los productos se presentan como solución a la invasión alienígena.
• Esta película trasciende la categoría de «cine malo» para convertirse en un síntoma inquietante: el momento en que el algoritmo comercial devora completamente la narrativa cinematográfica.
• El formato de «pantalla» y el rodaje durante la pandemia no justifican lo que realmente presenciamos: la colonización definitiva del arte por la lógica publicitaria.
Hay algo profundamente inquietante en ver cómo el capitalismo devora incluso nuestras pesadillas más primordiales. La invasión alienígena, ese terror ancestral que Wells codificó hace más de un siglo, se ha convertido en el vehículo perfecto para vendernos productos.
No es casualidad: cuando el miedo se transforma en mercancía, perdemos algo esencial sobre lo que significa ser humanos enfrentados a lo desconocido.
Esta nueva adaptación de ‘La Guerra de los Mundos’ con Ice Cube no es simplemente una película mala. Es un síntoma de algo mucho más perturbador: la completa absorción del arte por el algoritmo comercial.
Como esas distopías que tanto me fascinan, aquí el verdadero invasor no viene del espacio exterior, sino de las entrañas mismas de nuestro sistema económico.
El Espectáculo de la Invasión Comercial
Cuando H.G. Wells escribió ‘La Guerra de los Mundos’ en 1898, estaba explorando los miedos de una era imperial: ¿qué pasaría si nosotros fuésemos los colonizados? Era una reflexión profunda sobre el poder, la tecnología y la fragilidad de la civilización.
Más de un siglo después, esta nueva adaptación convierte esa pregunta existencial en una oportunidad de marketing.
La película adopta el formato de «screenlife» —esa tendencia cinematográfica donde la historia se desarrolla a través de pantallas de ordenador y dispositivos digitales. En teoría, es un enfoque interesante para nuestro tiempo hiperconectado.
En la práctica, se convierte en el vehículo perfecto para bombardearnos con productos de Amazon.
No estamos hablando de colocación de productos sutil. Esto es algo completamente diferente: una película donde los servicios de Amazon se presentan literalmente como la solución a una invasión alienígena.
Los trípodes marcianos, esos símbolos icónicos del terror extraterrestre, quedan reducidos a obstáculos menores comparados con «el futuro de la entrega a domicilio».
La Desconexión Digital
Lo más perturbador no son los efectos visuales deficientes —aunque los trípodes parezcan escandalosamente falsos— sino la completa desconexión entre forma y contenido.
Ice Cube, un artista que una vez canalizó la rabia y la autenticidad del hip-hop, aparece aquí como un actor perdido en un laberinto de interfaces digitales y diálogos sin sentido.
El formato de pantalla, que en películas como ‘Searching’ o ‘Host’ servía para crear intimidad y tensión, aquí se convierte en una jaula narrativa. Los personajes no interactúan realmente; simplemente aparecen en ventanas digitales, como avatares en una videoconferencia corporativa interminable.
Esta desconexión me recuerda a las advertencias de Philip K. Dick sobre la simulación y la realidad. Pero mientras Dick exploraba estas ideas con profundidad filosófica, aquí la simulación es puramente comercial.
No hay reflexión sobre qué significa vivir mediados por pantallas; solo hay productos que vender.
El Algoritmo Como Director
La película fue rodada durante la pandemia de COVID-19, y eso explica parcialmente su formato. Pero hay algo más siniestro en juego.
Esta no es una adaptación creativa a las circunstancias; es la lógica del algoritmo aplicada al cine.
Cada decisión narrativa parece dictada por métricas de engagement y oportunidades de colocación de productos. Los personajes no actúan según motivaciones humanas comprensibles, sino según las necesidades del guión publicitario.
Clark Gregg y Eva Longoria aparecen como figuras fantasmales, actores reales atrapados en un producto artificial.
El resultado es algo que trasciende la categoría de «película mala» para convertirse en un artefacto cultural fascinante y aterrador. Es el cine como lo concebiría una inteligencia artificial entrenada exclusivamente en datos de marketing.
La Verdadera Invasión
Wells entendía que las mejores historias de invasión alienígena no hablan realmente de extraterrestres, sino de nosotros. ¿Qué dice esta versión de ‘La Guerra de los Mundos’ sobre nuestra sociedad actual?
Dice que hemos llegado a un punto donde la distinción entre contenido y publicidad ha desaparecido completamente. Donde una plataforma puede producir una película cuyo único propósito es promocionar sus propios servicios, y presentarla como entretenimiento legítimo.
La invasión ya ha ocurrido, pero no viene del espacio. Viene de la lógica comercial que ha colonizado cada aspecto de nuestra cultura.
Los verdaderos trípodes son los algoritmos que determinan qué vemos, cuándo lo vemos y cómo lo interpretamos.
El Futuro de la Narrativa
Esta película representa un punto de inflexión. No es simplemente mala; es proféticamente mala.
Nos muestra un futuro donde el arte queda completamente subordinado al comercio, donde las historias existen únicamente para vender productos.
En ese sentido, es más efectiva como distopía que como entretenimiento. Nos obliga a preguntarnos: ¿es esto lo que queremos del cine? ¿Estamos dispuestos a aceptar que nuestras narrativas más fundamentales se conviertan en anuncios extendidos?
Quizás la ironía más cruel es que esta ‘Guerra de los Mundos’ logra algo que Wells nunca pretendió: nos hace sentir genuinamente invadidos. No por marcianos con rayos de calor, sino por una lógica comercial que no reconoce límites ni fronteras.
La película es tan mala que se vuelve involuntariamente honesta sobre el estado actual de nuestra cultura.
Al final, los verdaderos alienígenas somos nosotros: una especie que ha permitido que sus historias más profundas sean secuestradas por algoritmos de marketing.
Y a diferencia de la novela de Wells, en esta invasión no hay bacterias que nos salven. Solo queda la esperanza de que, reconociendo la amenaza, podamos empezar a resistir.