• Del Toro estrena su adaptación de Frankenstein el 7 de noviembre en Netflix, tras cincuenta años de gestación creativa y un estreno teatral selectivo el 17 de octubre.
• El director mexicano demuestra una madurez artística excepcional al alejarse del terror para explorar la paternidad y la responsabilidad del creador, recordando a los mejores dramas psicológicos de los años cuarenta.
• Con Jacob Elordi, Oscar Isaac y Christoph Waltz, esta adaptación promete restaurar la dignidad del mito de Shelley frente a décadas de versiones mediocres.
Cuando Guillermo del Toro confiesa haber esperado medio siglo para adaptar Frankenstein, uno no puede evitar recordar la paciencia de Kubrick con Eyes Wide Shut o la obsesión de Hitchcock por encontrar el momento preciso para cada proyecto. El cineasta tapatío, artífice de la fantasía gótica contemporánea, se enfrenta ahora al mito de Mary Shelley con la misma meticulosidad que desplegó en El laberinto del fauno.
Esta no es una decisión caprichosa. Como los grandes maestros del cine clásico, del Toro entiende que ciertos proyectos requieren décadas de maduración. Su confesión —»Es una película que he querido hacer durante 50 años desde que vi el primer Frankenstein»— revela la profundidad de un compromiso que trasciende lo meramente profesional.
La sabiduría de la espera
Netflix ha confirmado el estreno de Frankenstein para el 7 de noviembre, precedido por una exhibición teatral selectiva el 17 de octubre. Esta estrategia de distribución honra tanto la experiencia cinematográfica tradicional como las nuevas formas de consumo, algo que los directores clásicos habrían aplaudido.
La decisión más reveladora de del Toro es su alejamiento consciente del género de terror. «No estoy haciendo una película de terror, nunca», declara categóricamente. En su lugar, el director se adentra en territorio más complejo: la exploración de la paternidad y la responsabilidad moral del artista hacia su creación.
Esta aproximación recuerda a los mejores dramas psicológicos de los años cuarenta, cuando directores como Billy Wilder o William Wyler encontraban profundidad emocional en historias aparentemente fantásticas. Del Toro, como aquellos maestros, comprende que el verdadero horror no reside en lo monstruoso, sino en lo profundamente humano.
Un reparto al servicio de la visión
La elección de Jacob Elordi como la criatura sugiere una aproximación humanizada, alejada de los estereotipos del monstruo grotesco que han plagado adaptaciones menores. Oscar Isaac, actor de probada versatilidad, encarna a Victor Frankenstein con la intensidad que el papel requiere.
La presencia de Christoph Waltz como el Dr. Septimus Pretorius añade esa sofisticación europea que recuerda a los mejores thrillers de la época dorada. Waltz posee esa cualidad que tenían actores como Claude Rains o George Sanders: la capacidad de elevar cualquier diálogo con su mera presencia.
Mia Goth, Lars Mikkelsen y Ralph Ineson completan un elenco que promete funcionar como las piezas de un mecanismo de relojería, donde cada interpretación debe encajar perfectamente en el engranaje narrativo. En el mejor cine, los actores no compiten por protagonismo, sino que sirven a una visión superior.
La arquitectura de la decadencia
Según las primeras informaciones, gran parte de la acción transcurre entre ruinas de estructuras que un día fueron grandiosas. Esta elección escenográfica conecta directamente con la tradición del cine gótico, desde Rebecca de Hitchcock hasta El resplandor de Kubrick.
La metáfora resulta transparente: como las estructuras derruidas que sirven de escenario, el propio mito de Frankenstein ha sufrido el desgaste de innumerables adaptaciones mediocres. Del Toro se propone restaurar no solo la dignidad del relato original, sino también su relevancia contemporánea.
En el mejor cine, la puesta en escena nunca es decorativa. Cada encuadre, cada elemento del decorado debe servir a la narrativa. Del Toro, heredero de esta tradición, comprende que los espacios deben reflejar los estados emocionales de los personajes.
El núcleo emocional
Lo que distingue a del Toro de otros directores de género es su capacidad para encontrar verdad emocional en historias fantásticas. Su Frankenstein promete ser «una historia emocional sobre ser padre e hijo», según sus propias palabras.
Esta aproximación eleva el material por encima de la mera adaptación literaria para convertirlo en una reflexión sobre la responsabilidad artística. En tiempos donde la inteligencia artificial plantea nuevas preguntas sobre la creación, la visión de del Toro adquiere resonancia inesperada.
Como los grandes directores clásicos, del Toro entiende que el espectáculo visual debe servir a una verdad emocional más profunda. No se trata de impresionar con efectos, sino de conmover con autenticidad.
El compromiso del artesano
El anuncio de esta Frankenstein llega en un momento crucial para el cine de género, saturado de productos manufacturados sin alma. Del Toro, con su aproximación artesanal, se erige como baluarte contra la mediocridad imperante.
Su promesa de cincuenta años de gestación no es retórica vacía, sino el compromiso de un artista maduro con su oficio. Como Kurosawa con Ran o Bergman con Fanny y Alexander, del Toro ha esperado el momento preciso para abordar su obra más personal.
Cuando llegue noviembre, tendremos la oportunidad de comprobar si el tiempo de espera ha valido la pena. Conociendo la trayectoria del director, las expectativas no pueden sino ser elevadas. En un panorama necesitado de voces autorales genuinas, del Toro se prepara para recordarnos por qué ciertos mitos perduran y por qué el cine, en manos adecuadas, sigue siendo el arte más poderoso de nuestro tiempo.