• «The Conjuring: Last Rites» marca el final decepcionante de una franquicia que supo redefinir el terror sobrenatural moderno.
• El filme demuestra cómo la industrialización del miedo puede vaciar de alma incluso a los universos narrativos más sólidos.
• Este desenlace nos invita a reflexionar sobre cuándo las historias han dicho todo lo que tenían que decir.
Hay algo profundamente melancólico en ver morir una franquicia que una vez nos hizo creer en lo sobrenatural. Como esos últimos episodios de una serie que se alarga demasiado, o las secuelas que llegan cuando ya nadie las esperaba, «The Conjuring: Last Rites» nos enfrenta a una realidad incómoda: incluso los universos cinematográficos más sólidos pueden desmoronarse bajo el peso de sus propias expectativas.
Me recuerda a esas civilizaciones en decadencia que pueblan la ciencia ficción, donde los últimos vestigios de grandeza se desvanecen entre las ruinas de lo que una vez fue glorioso. Es como el final del Imperio en Star Wars: la estructura sigue ahí, pero el alma se ha perdido por el camino.
Al final, toda franquicia es un ecosistema narrativo que necesita cuidado, coherencia y, sobre todo, una razón de ser que vaya más allá del mero beneficio comercial.
El Peso de las Expectativas
Cuando una franquicia alcanza su novena entrega, como es el caso del universo de «The Conjuring», se enfrenta al mismo dilema que las civilizaciones longevas de Dune: mantener la esencia original mientras evoluciona.
«The Conjuring: Last Rites» tenía la responsabilidad titánica de cerrar la historia de Ed y Lorraine Warren de manera satisfactoria. Una tarea que me recuerda a cuando pausé Blade Runner 2049 para anotar cómo Denis Villeneuve había logrado honrar el legado original sin traicionarlo.
Ambientada en 1986, el filme nos lleva al caso de la familia Smurl, un episodio real que prometía el tipo de terror psicológico que caracterizó las primeras entregas. Sin embargo, lo que encontramos es una narrativa fragmentada que parece haber perdido el rumbo, como un navegante sin brújula en aguas desconocidas.
La Desintegración del Tejido Narrativo
Michael Chaves, al frente de la dirección, se enfrenta a un guión que carece de la cohesión necesaria para sostener el peso emocional que requiere un final de franquicia.
Es fascinante, desde una perspectiva casi antropológica, observar cómo una historia puede desmoronarse cuando pierde su centro gravitacional. Como esas estaciones espaciales abandonadas en la ciencia ficción, donde la estructura permanece pero la vida se ha extinguido.
El filme sufre de lo que podríamos llamar «síndrome de la casa vacía»: de repente hay demasiados personajes, luego apenas quedan algunos, y el espectador nunca logra orientarse en el espacio narrativo.
Es como si el propio filme hubiera sido poseído por una entidad que lo confunde y lo hace perderse en sus propios pasillos.
El Eco de la Grandeza Perdida
Patrick Wilson y Vera Farmiga, veteranos de esta saga, ofrecen interpretaciones que trascienden el material que tienen entre las manos.
Hay algo conmovedor en verlos intentar insuflar vida a un guión que no les devuelve el favor. Me recuerda a esos actores de teatro que siguen brillando incluso cuando las luces del escenario fallan.
Sus personajes, Ed y Lorraine Warren, merecían un final que honrase su legado dentro del universo cinematográfico. En cambio, se ven atrapados en una narrativa que recurre a los sustos predecibles.
Esos sobresaltos mecánicos que funcionan como reflejos condicionados pero que carecen del terror existencial que caracterizó las mejores entregas de la saga.
La Mecánica del Miedo Industrializado
Lo más preocupante de «Last Rites» no es que sea un filme mediocre, sino lo que representa: la industrialización del miedo.
Cuando el terror se convierte en fórmula, pierde su capacidad de conectar con nuestros miedos más profundos y se transforma en un producto de consumo rápido. Es el equivalente cinematográfico a esos replicantes de Blade Runner: técnicamente perfectos, pero carentes de alma.
El filme recurre constantemente a los jump scares, esos momentos de tensión artificial que funcionan como pequeñas descargas de adrenalina pero que no dejan huella emocional.
Es la diferencia entre un susto y el terror genuino: uno te hace saltar en el asiento, el otro te acompaña a casa y se queda contigo durante días, como me pasó la primera vez que vi Alien.
El Reflejo de Nuestro Tiempo
Quizás «The Conjuring: Last Rites» sea, sin pretenderlo, un espejo de nuestra época: la dificultad para crear finales satisfactorios en un mundo que privilegia la continuidad infinita sobre la conclusión significativa.
Vivimos en la era de las franquicias eternas, donde cada final es en realidad un nuevo comienzo disfrazado. Como esos universos expandidos que se extienden hasta el infinito, perdiendo coherencia en el proceso.
El filme nos confronta con una pregunta incómoda: ¿cuándo una historia ha dicho todo lo que tenía que decir?
El universo de «The Conjuring» comenzó con una premisa sólida y una ejecución impecable, pero «Last Rites» sugiere que quizás deberíamos haber dicho adiós hace tiempo.
La Nostalgia Como Trampa Narrativa
Hay una melancolía particular en ver cómo una franquicia que una vez nos hizo creer en fantasmas ahora se convierte ella misma en un espectro: la sombra de lo que fue.
«Last Rites» funciona más como un recordatorio de la grandeza perdida que como una experiencia cinematográfica satisfactoria por derecho propio.
El filme parece consciente de su propia inadecuación, como si supiera que está decepcionando tanto a los personajes como a la audiencia que los ha seguido durante más de una década.
Es un final que se siente más como una obligación contractual que como una conclusión artística. Como esos finales forzados que tanto abundan en la ciencia ficción televisiva, donde las limitaciones comerciales dictan el destino narrativo.
Al salir del cinema después de «The Conjuring: Last Rites», me quedé pensando en los ciclos de vida de las historias que amamos.
Como las estrellas que brillan intensamente antes de colapsar, algunas franquicias alcanzan un punto donde su propia gravedad las consume. No es necesariamente una tragedia, sino parte del orden natural del entretenimiento.
Todo tiene su momento de brillar y su momento de desvanecerse. Como aprendí viendo Her, a veces lo más humano es saber cuándo soltar.
Quizás el verdadero horror de «Last Rites» no esté en sus fantasmas mal ejecutados, sino en la realización de que incluso las mejores historias pueden perder su alma cuando se extienden más allá de su propósito original.
Al final, el filme nos enseña algo valioso sobre el arte de saber cuándo decir adiós, aunque sea una lección que llega demasiado tarde para salvar a los Warren de un final que no merecían.