De desastre a triunfo: El inesperado regreso de Shyamalan con The Visit

Shyamalan volvió a sus raíces con The Visit, demostrando que el talento brilla más en proyectos íntimos y personales que en superproducciones millonarias.

✍🏻 Por Tomas Velarde

septiembre 12, 2025

The Visit marcó el regreso de M. Night Shyamalan a sus raíces tras una década perdido en superproducciones huecas y presupuestos desmesurados.

• La película demuestra que el verdadero talento del director reside en el thriller íntimo, donde la puesta en escena y la construcción de tensión prevalecen sobre los efectos digitales.

• Diez años después, esta obra merece ser reivindicada como una lección magistral sobre la importancia de que un cineasta conozca sus propias fortalezas artísticas.

Hay algo profundamente reconfortante en presenciar el regreso de un cineasta a su verdadera esencia. Como esos viejos maestros que, tras perderse en laberintos ajenos, encuentran de nuevo el camino hacia su propia voz.

M. Night Shyamalan, ese artesano de la inquietud que nos regaló El sexto sentido y Señales, había vagado durante años por territorios hostiles: las superproducciones huecas, los presupuestos desmesurados, la tiranía de los estudios. Parecía que el director que una vez supo susurrarnos al oído los secretos más perturbadores había perdido para siempre su don.

Pero en 2015, algo extraordinario ocurrió. Shyamalan regresó a casa, no sólo metafóricamente, sino también económicamente, autofinanciando con cinco millones de dólares una pequeña película que habría de recordarnos por qué su nombre figuraba entre los grandes del suspense contemporáneo.

The Visit no era simplemente una película más; era una declaración de principios, un manifiesto silencioso sobre la importancia de conocerse a uno mismo como artista.

El largo camino de vuelta a casa

Para comprender la magnitud del logro que supone The Visit, es necesario recorrer el tortuoso sendero que llevó a Shyamalan hasta ese punto de inflexión.

Recordemos que estamos hablando del mismo hombre que nos hizo contener la respiración con la revelación final de El sexto sentido, que convirtió una invasión alienígena en una reflexión sobre la fe en Señales, y que exploró los límites de la identidad humana en El protegido.

Sin embargo, la segunda mitad de la década de 2000 y principios de la siguiente fueron implacables con su reputación. El último maestro del aire y After Earth no sólo fracasaron comercialmente, sino que parecían obras de un director completamente distinto.

La puesta en escena, otrora tan precisa y calculada, se perdía entre efectos digitales desalmados. La narrativa, antes tan cuidadosamente construida, se desmoronaba bajo el peso de expectativas ajenas.

Como observador de la evolución del cine durante décadas, he visto cómo muchos directores sucumben a la presión de los grandes estudios. Shyamalan no fue una excepción, pero tuvo la lucidez de reconocer su error.

La decisión de autofinanciar The Visit no fue meramente económica; fue un acto de resistencia artística.

El retorno al terror íntimo

The Visit nos presenta una premisa aparentemente sencilla: dos hermanos visitan a sus abuelos, a quienes nunca han conocido, en una granja remota.

Becca, aspirante a cineasta, documenta el encuentro con su cámara, mientras su hermano Tyler aporta el alivio cómico necesario. Lo que comienza como un reencuentro familiar se transforma gradualmente en una pesadilla que explora nuestros miedos más primordiales.

La genialidad de Shyamalan reside en su capacidad para convertir lo cotidiano en siniestro. Esa abuela que hornea galletas pero se comporta de manera extraña por las noches. Ese abuelo que parece cariñoso pero esconde secretos perturbadores.

El director recupera aquí su maestría para la construcción de la tensión, esa habilidad que lo emparenta con los grandes maestros del suspense. Hay ecos de Hitchcock en la manera en que cada plano parece esconder una amenaza latente.

El uso del formato found footage podría haber sido un mero recurso comercial, pero Shyamalan lo integra orgánicamente en la narrativa. La cámara de Becca no es sólo un dispositivo técnico; es una extensión de su personalidad, una herramienta que le permite procesar la realidad que la rodea.

Hay reminiscencias aquí de La ventana indiscreta, donde la cámara subjetiva nos convertía en cómplices involuntarios del horror que se desarrollaba ante nuestros ojos.

La alquimia del horror y la comedia

Uno de los aspectos más arriesgados de The Visit es su deliberada mezcla de géneros. Shyamalan no se conforma con el terror puro; introduce elementos cómicos que podrían haber desestabilizado por completo el tono de la película.

Sin embargo, logra un equilibrio que recuerda a los mejores trabajos de Sam Raimi en Posesión infernal, donde el horror y la comedia se alimentaban mutuamente en lugar de anularse.

Tyler, el hermano menor, funciona como válvula de escape emocional, pero también como recordatorio de la inocencia que está siendo gradualmente corrompida. Sus improvisaciones de rap, lejos de resultar forzadas, aportan una humanidad que hace más creíbles a los personajes.

La película explora territorios temáticos complejos: el envejecimiento, la enfermedad mental, el abandono familiar. Shyamalan aborda estos temas con una crudeza que resulta visceralmente efectiva.

Hay algo profundamente perturbador en la manera en que la película nos confronta con nuestros propios prejuicios y miedos sobre la vejez, recordándonos que el horror más auténtico surge de nuestras propias vulnerabilidades.

La revelación y sus ecos

Como es habitual en el cine de Shyamalan, The Visit construye hacia una revelación final que recontextualiza todo lo anterior.

Sin desvelar detalles, baste decir que el giro argumental funciona tanto a nivel narrativo como emocional. No es simplemente un truco de guionista; es una pieza que encaja perfectamente en el rompecabezas temático que el director ha ido construyendo.

La revelación nos obliga a reconsiderar no sólo los eventos de la película, sino también nuestras propias asunciones sobre la familia, la confianza y la vulnerabilidad.

Es el tipo de final que permanece contigo días después del visionado, obligándote a reexaminar escenas aparentemente inocuas bajo una nueva luz. En esto, Shyamalan demuestra que no ha perdido su capacidad para la construcción narrativa rigurosa.

Una pequeña gran lección de cine

The Visit demostró algo fundamental: que Shyamalan es, ante todo, un director de thriller y terror, no un realizador de espectáculos.

Sus fortalezas residen en la construcción de atmósferas, en la dirección de actores, en la creación de tensión a través de medios cinematográficos puros. Los efectos digitales y las secuencias de acción elaboradas simplemente no forman parte de su vocabulario natural.

La película recaudó más de 98 millones de dólares mundialmente con un presupuesto de apenas cinco millones, pero su verdadero éxito fue artístico. Recordó a la industria y al público que Shyamalan seguía siendo un narrador formidable cuando trabajaba dentro de sus parámetros naturales.

Diez años después de su estreno, The Visit merece ser reconocida como algo más que una simple película de comeback. Es una obra que funciona tanto como entretenimiento puro como reflexión sobre temas universales.

Su mezcla de horror y comedia, su uso inteligente del formato found footage, y su exploración de dinámicas familiares complejas la convierten en una pieza singular dentro del panorama del terror contemporáneo.


The Visit no es una obra maestra, pero tampoco pretende serlo. Es algo quizás más valioso: una película honesta, realizada por un director que ha redescubierto su propia voz tras años de extravío.

En una época dominada por franquicias y espectáculos desmesurados, hay algo profundamente refrescante en esta pequeña historia de terror familiar.

Shyamalan nos recuerda que el verdadero horror no reside en los monstruos digitales o las explosiones ensordecedoras, sino en esos momentos íntimos donde la realidad se tambalea y nuestras certezas se desmoronan.

Como cinéfilo que ha presenciado demasiados talentos perderse en el laberinto de las expectativas comerciales, celebro cada pequeña victoria artística. The Visit representa una de esas victorias: modesta en escala, pero inmensa en significado.

Es la prueba de que siempre es posible volver a casa, siempre que uno recuerde dónde está realmente el hogar.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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