• El año 2025 ha consolidado al cine de terror como un territorio de exploración artística genuina, alejándose definitivamente de las fórmulas comerciales vacías.
• Como crítico que ha seguido la evolución del género desde los foros cinéfilos de finales de los noventa, considero que esta cosecha representa la madurez definitiva del horror contemporáneo.
• Maestros consagrados como Soderbergh, Cronenberg y Boyle han demostrado que el terror puede alcanzar las cotas más elevadas del arte cinematográfico.
El cine de terror vive una época dorada que no habíamos presenciado desde los años setenta. Aquellos tiempos en que el género se conformaba con sobresaltos baratos y efectos de maquillaje rudimentarios han quedado definitivamente atrás.
El 2025 nos ha obsequiado con una selección de films que recuperan la esencia del horror como vehículo de introspección psicológica y crítica social. Me recuerda a aquellos días en que descubría las obras de Roman Polanski o los primeros trabajos de David Cronenberg en las cinematecas universitarias.
Esta renovación no es casual. Refleja una industria que ha comprendido que el público contemporáneo, educado visualmente por décadas de cine, exige propuestas que trasciendan el mero espectáculo.
Busca, como siempre ha ocurrido con el gran cine, una experiencia que perdure en la memoria mucho después de abandonar la sala.
El virtuosismo técnico de los maestros consagrados
Steven Soderbergh nos sorprende con «Presence», una historia de fantasmas que abandona todos los convencionalismos del subgénero. El realizador de «Traffic» demuestra una vez más su capacidad camaleónica para reinventarse sin perder su identidad autoral.
La propuesta es audaz: filmar íntegramente desde la perspectiva del espíritu que habita la casa. Cada encuadre se convierte en un ejercicio de virtuosismo técnico que evoca los mejores momentos de «La ventana indiscreta».
Recuerdo vívidamente aquella secuencia en la que Hitchcock nos convertía en voyeurs cómplices de James Stewart. Soderbergh logra algo similar, pero desde una perspectiva sobrenatural que resulta inquietante y fascinante a partes iguales.
La película funciona como un estudio sobre la percepción y la presencia. Conceptos que Soderbergh explora con la precisión quirúrgica que caracteriza su mejor trabajo.
Cada movimiento de cámara está calculado para generar una inquietud creciente. Jamás recurre al sobresalto gratuito. Es cine de terror intelectual, el tipo de propuesta que honra la tradición del género mientras la empuja hacia nuevos horizontes expresivos.
Danny Boyle regresa al universo zombie con «28 Years Later». El director británico, que revolucionó el subgénero con su obra seminal de 2002, encuentra nuevos ángulos para explorar la descomposición social.
La película funciona como una reflexión madura sobre las consecuencias a largo plazo del colapso civilizatorio. Se aleja del espectáculo gore para centrarse en la dimensión humana de la catástrofe.
La fotografía de Boyle mantiene esa textura granulosa que caracterizó la primera entrega. Pero ahora incorpora una paleta cromática más apagada que refleja el paso del tiempo y la desesperanza acumulada.
La inteligente reinvención de las franquicias
«Final Destination: Bloodlines» representa todo lo que una secuela debería ser. Una expansión inteligente del concepto original que respeta la esencia de la franquicia mientras aporta elementos frescos.
La sexta entrega de esta saga recupera la inventiva macabra que convirtió la primera película en un fenómeno cultural. Los elaborados mecanismos de muerte alcanzan aquí un nivel de sofisticación narrativa que trasciende el mero exhibicionismo.
La película comprende que el verdadero terror de «Final Destination» no reside en la espectacularidad de las muertes. Sino en la inevitabilidad del destino.
Esta premisa existencial conecta con las grandes tradiciones del fatalismo cinematográfico. Desde el cine negro de los cuarenta hasta las tragedias griegas que tanto influyeron en los primeros maestros del séptimo arte.
El horror de autor y la experimentación narrativa
Ryan Coogler nos entrega con «Sinners» una de las propuestas más ambiciosas del año. El director de «Black Panther» construye un universo de terror que integra elementos musicales de forma orgánica.
La experiencia sensorial que crea recuerda a los mejores momentos del cine de género de los setenta. Esa época dorada en que directores como Brian De Palma o John Carpenter exploraban las posibilidades expresivas del horror sin complejos.
Michael B. Jordan, en un registro completamente alejado de sus trabajos anteriores, demuestra una versatilidad actoral excepcional. Su interpretación enriquece considerablemente la propuesta de Coogler.
La película funciona como un estudio sobre la culpa y la redención. Temas universales que Coogler aborda con una madurez narrativa excepcional.
Cada secuencia musical está integrada en la estructura dramática de forma que potencia la tensión narrativa. Nunca la interrumpe. Es un ejemplo perfecto de cómo el cine de género puede servir como vehículo para la exploración de temas profundos.
David Cronenberg, el maestro canadiense del body horror, continúa su exploración de las fronteras entre lo orgánico y lo artificial. Su nueva propuesta confirma su estatus como uno de los cineastas más singulares de nuestro tiempo.
Su capacidad para convertir la transformación corporal en metáfora de ansiedades contemporáneas permanece intacta. La edad no ha mellado su capacidad visionaria.
La mise en scène de Cronenberg mantiene esa frialdad clínica que caracteriza su obra. Cada plano está compuesto con la precisión de un cirujano, creando una atmósfera de inquietud constante.
El terror como espejo de la sociedad contemporánea
«The Toxic Avenger» demuestra que incluso las propiedades más aparentemente irreverentes pueden servir como base para reflexiones serias. La reimaginación del clásico de Troma aborda la degradación ambiental y la corrupción social con inteligencia.
La película equilibra hábilmente el tono entre la sátira y el horror genuino. Crea una experiencia que funciona tanto como entretenimiento como comentario social.
«Heart Eyes» explora el territorio del slasher con una perspectiva contemporánea. Actualiza los códigos del subgénero sin traicionar su esencia.
La película comprende que el verdadero terror del slasher reside en la vulnerabilidad de sus víctimas. No en la espectacularidad de la violencia.
El montaje recupera esa cadencia rítmica que caracterizó a los mejores exponentes del subgénero. Desde el «Halloween» de Carpenter hasta el «Viernes 13» de Sean S. Cunningham.
Menciones destacadas y nuevas promesas
Entre las menciones honoríficas, «Bring Her Back» destaca por su aproximación intimista al horror sobrenatural. La dirección de fotografía crea una atmósfera opresiva con recursos mínimos.
«Clown in a Cornfield» recupera la tradición del terror rural americano con resultados sorprendentemente efectivos. La película evoca los mejores momentos de «La matanza de Texas» sin caer en la imitación burda.
«Drop» completa este trío de propuestas menores pero dignas de atención. Su capacidad para generar tensión con recursos limitados demuestra que el buen cine de terror no depende de presupuestos millonarios.
Estas películas confirman que la capacidad para crear atmósfera y desarrollar personajes creíbles sigue siendo la base de cualquier propuesta exitosa en el género.
El año 2025 quedará recordado como un momento de inflexión para el cine de terror. La diversidad de propuestas, la calidad técnica y narrativa de las producciones, y la presencia de directores consagrados junto a nuevas voces prometen un futuro esperanzador.
Como crítico que ha presenciado la evolución del terror desde sus manifestaciones más primitivas hasta estas sofisticadas exploraciones contemporáneas, no puedo sino celebrar esta edad dorada que estamos viviendo.
Recuerdo aquellos primeros debates en los foros cinéfilos de finales de los noventa. Discutíamos apasionadamente sobre si el terror podía considerarse arte legítimo. Hoy, esa discusión ha quedado zanjada definitivamente.
La lección más importante de esta cosecha es que el terror, cuando se aborda con respeto al oficio y comprensión de sus posibilidades expresivas, trasciende las limitaciones del género.
Se convierte en cine puro. Estos films no solo asustan: inquietan, perturban y, en sus mejores momentos, iluminan aspectos oscuros de la condición humana que otros géneros no se atreven a explorar.

