• Josh Safdie firma en solitario una obra magistral sobre la autodestrucción humana, con Timothée Chalamet construyendo uno de los antihéroes más complejos del cine contemporáneo.
• Esta película demuestra que el cine actual puede alcanzar la grandeza cuando abraza la tradición narrativa clásica sin renunciar a su propia identidad estética.
• Una experiencia cinematográfica de 150 minutos que recupera el arte perdido del estudio psicológico profundo, recordando a los mejores retratos de personajes del Hollywood dorado.
En tiempos donde el séptimo arte parece haber olvidado el valor de la construcción de personajes, Josh Safdie nos entrega una lección magistral de cómo el cine puede seguir siendo el medio más poderoso para explorar las contradicciones del espíritu humano.
«Marty Supreme» trasciende cualquier clasificación superficial como «película deportiva» para convertirse en un estudio de carácter que habría hecho las delicias de Billy Wilder.
El arte de la mentira como forma de supervivencia
Ambientada en los años cincuenta —esa década que considero fundamental para entender el cine americano—, la película nos presenta a Marty, un joven empleado de zapatería que persigue la gloria en el ping-pong profesional.
La premisa podría parecer menor, pero Safdie comprende algo esencial: las grandes historias nacen de los conflictos internos, no de los escenarios grandilocuentes.
Timothée Chalamet, ese actor que ha demostrado una inteligencia poco común para navegar entre el cine comercial y de autor, se enfrenta aquí a su interpretación más desafiante.
Construye un personaje que podría haber brotado de la pluma de los grandes guionistas clásicos: un mentiroso compulsivo cuyas falsedades lo convierten paradójicamente en alguien profundamente humano.
Hay algo en su trabajo que evoca a los grandes antihéroes que James Cagney o Kirk Douglas sabían encarnar con esa mezcla perfecta de carisma y autodestrucción.
La herencia Safdie: ansiedad al servicio del personaje
Josh Safdie, trabajando esta vez sin su hermano Benny, mantiene esa estética nerviosa que ya conocíamos de «Uncut Gems», pero con una madurez narrativa notable.
La comparación con Adam Sandler en aquella película es inevitable: ambos personajes comparten esa constitución autodestructiva, esa tendencia a convertir cada oportunidad en crisis.
Sin embargo, mientras el protagonista de «Uncut Gems» era víctima de sus circunstancias, Marty es el arquitecto consciente de su propio caos.
La dirección demuestra una comprensión profunda del lenguaje cinematográfico. Cada encuadre está al servicio de la construcción psicológica.
No hay exhibicionismo técnico gratuito. Es cine puro, que confía en la fuerza de su historia y en la capacidad interpretativa.
Un viaje de Nueva York a Japón: geografía de la autodestrucción
El periplo de Marty desde Nueva York hasta Japón, persiguiendo campeonatos mientras se enreda en relaciones cada vez más complicadas, funciona como mapa emocional de un hombre incapaz de mantener estabilidad.
Su aventura con Rachel, una mujer casada, y su posterior implicación con Kay Stone, esposa de un empresario adinerado, no son meros elementos argumentales.
Son manifestaciones de su incapacidad constitucional para la estabilidad en cualquier aspecto vital.
La construcción del mundo de los cincuenta es meticulosa sin resultar ostentosa. Safdie entiende que la época debe servir a la historia, no exhibirse.
Una banda sonora audaz: los ochenta en los cincuenta
Una de las decisiones más arriesgadas es la banda sonora: éxitos pop de los ochenta en una historia ambientada en los cincuenta.
Esta elección, que en principio podría parecer un error, funciona de manera sorprendente.
La música anacrónica crea una distancia temporal que nos permite contemplar la historia con perspectiva, como un recuerdo distorsionado.
Es una decisión audaz que recuerda a las mejores innovaciones del cine de autor, cuando directores como Kubrick se atrevían a romper convenciones para crear nuevos significados.
El reparto: un ensemble al servicio del protagonista
Junto a Chalamet, el reparto incluye a Odessa A’zion, Kevin O’Leary, Gwyneth Paltrow y Abel Ferrara.
Cada intérprete aporta una pieza fundamental al puzzle narrativo, creando un mundo creíble y vivido.
Paltrow demuestra una vez más su capacidad para desaparecer en sus personajes, mientras que la presencia de Ferrara añade una credibilidad underground que enriquece la textura fílmica.
La mentira como arte: Chalamet y la construcción del antihéroe
Lo que eleva «Marty Supreme» por encima de otras propuestas contemporáneas es la manera en que Chalamet aborda las mentiras de su personaje.
Marty eleva el engaño a forma artística. Sus falsedades no son simples trampas, sino formas desesperadas de crear una realidad alternativa donde pueda ser quien desea ser.
Es una interpretación que requiere comprensión profunda de la psicología humana y técnica actoral refinada.
Los 150 minutos de duración están plenamente justificados. Safdie construye su narrativa con la paciencia de los grandes maestros, permitiendo que los personajes respiren.
El cine como espejo del alma humana
«Marty Supreme» honra las mejores tradiciones del cine americano mientras encuentra su propia voz contemporánea.
Es el tipo de obra que me recuerda por qué me enamoré del séptimo arte: por su capacidad única para mostrar la complejidad humana en toda su gloria contradictoria.
Josh Safdie ha creado no sólo una gran película, sino una experiencia cinematográfica que perdurará en la memoria.
En un panorama dominado por franquicias y efectos digitales, «Marty Supreme» se erige como recordatorio de que el verdadero poder del cine reside en su capacidad para contar historias humanas con honestidad y profundidad.
Es una obra que cualquier amante del séptimo arte debería experimentar, no sólo por su calidad técnica, sino por su compromiso inquebrantable con la verdad emocional del personaje.
Una película que confirma que el cine contemporáneo puede alcanzar la grandeza cuando se compromete con la tradición sin renunciar a la innovación.

