• Edgar Wright adapta «The Running Man» de Stephen King con un final completamente nuevo que ha recibido la aprobación del propio autor.
• Esta nueva versión promete superar la fallida adaptación de Schwarzenegger de 1987, manteniendo por fin la complejidad narrativa de la obra original.
• Glen Powell protagoniza esta visión contemporánea que convierte la supervivencia en espectáculo televisivo, una premisa inquietantemente actual.
En el panorama cinematográfico contemporáneo, pocas empresas resultan tan arriesgadas como reescribir el desenlace de una obra de Stephen King. Sin embargo, Edgar Wright, ese virtuoso del montaje que nos obsequió con «Shaun of the Dead» y «Baby Driver», se ha atrevido a hacerlo con «The Running Man». Lo extraordinario del asunto es que el propio Rey del Terror ha bendecido esta audacia creativa.
La adaptación de obras literarias ha sido, desde los albores del séptimo arte, territorio minado de expectativas. Cuando hablamos de King, la cosa se complica. Recordemos el desafortunado precedente de 1987 con Schwarzenegger, una película que apenas rozaba la superficie narrativa de King, como tantas adaptaciones que olvidan que el cine es, ante todo, lenguaje visual al servicio de la historia.
El retorno a las raíces literarias
Wright parece decidido a enmendar esa injusticia histórica. Su nueva versión de «The Running Man» promete honrar verdaderamente el material fuente. Glen Powell encarna a Ben Richards, padre desesperado obligado a participar en un macabro concurso televisivo para costear el tratamiento de su hija enferma.
La premisa, tan vigente hoy como en 1982, nos presenta una sociedad distópica donde entretenimiento y supervivencia se entrelazan perversamente. Treinta días de caza humana televisada, con un premio de mil millones de dólares para quien logre sobrevivir. Una metáfora que Kubrick habría sabido explotar magistralmente en sus reflexiones sobre la deshumanización social.
Wright, junto a Michael Bacall, ha trabajado meticulosamente para crear lo que él define como «una forma diferente que mantiene el mismo fuego». Esta declaración revela comprensión profunda del material original, algo que escaseaba en adaptaciones anteriores.
La bendición del maestro
Lo verdaderamente notable es la participación activa de King en el proceso creativo. El autor no sólo revisó el guión, sino que expresó entusiasmo particular por el nuevo desenlace propuesto por Wright.
Esta aprobación no es detalle menor. King, quien ha visto cómo Hollywood ha maltratado repetidamente sus obras, raramente se muestra tan complaciente con las libertades creativas. Su respaldo sugiere que Wright ha logrado algo excepcional: mantener la esencia mientras aporta visión personal genuina.
Hitchcock solía decir que el libro era sólo el primer borrador de la película. Wright parece haber comprendido esta máxima, respetando el espíritu original mientras construye su propia interpretación cinematográfica.
El peso de las expectativas
Wright ha confesado sentir presión adicional al intentar satisfacer tanto su visión artística como las expectativas del autor. «Cuando haces una película, siempre intentas estar a la altura de la versión que tienes en tu cabeza», reflexiona el director.
Esta honestidad creativa resulta refrescante en una industria donde las adaptaciones suelen ser ejercicios de marketing más que de arte cinematográfico. Wright entiende que adaptar no es traducir literalmente, sino capturar el alma de la obra y reinterpretarla.
La elección de Glen Powell como protagonista merece reconocimiento. Lejos del físico imponente de Schwarzenegger, Powell aporta vulnerabilidad más humana al personaje, alineándose mejor con la visión original de King sobre Ben Richards como hombre común empujado a circunstancias extraordinarias.
Una distopía para nuestros tiempos
La relevancia contemporánea de «The Running Man» resulta casi profética. En una era donde los reality shows han alcanzado niveles de crueldad psicológica impensables, la visión de King cobra dimensión inquietante.
Wright, conocedor de estos paralelismos, parece decidido a explorar estas conexiones sin caer en la obviedad. Su habilidad para equilibrar comentario social con entretenimiento puro ha sido demostrada anteriormente, y esta obra representa oportunidad perfecta para expandir ese talento.
Bergman decía que el cine debía ser espejo de la sociedad. Wright parece haber interiorizado esta lección, utilizando el género distópico para reflexionar sobre nuestro presente mediático.
El veredicto final
La fecha de estreno, fijada para el 14 de noviembre, sitúa la película estratégicamente lejos del bullicio veraniego pero cerca de la temporada de premios.
Wright ha demostrado que el cine de género puede ser tanto inteligente como visceral. Su «The Running Man» promete ser no sólo adaptación fiel, sino obra cinematográfica que justifique su existencia más allá del material original.
El verdadero triunfo no residirá únicamente en su fidelidad al texto, sino en su capacidad para dialogar con nuestro presente. Wright ha comprendido que las mejores adaptaciones no son transcripciones, sino reinterpretaciones que iluminan tanto la obra fuente como el momento histórico en que se realizan.
Si logra mantener esa delicada alquimia entre respeto y renovación, «The Running Man» podría convertirse en esa rara avis: una adaptación que honra el pasado mientras construye su propio futuro cinematográfico. El cine, al fin y al cabo, es el arte de hacer visible lo invisible.

