• Steven Lisberger reconoce que Tron fue ingenuamente optimista sobre la inteligencia artificial y los programas conscientes.
• El director abraza las imperfecciones actuales de la IA y cree que los errores son parte natural del desarrollo tecnológico.
• Su mensaje clave es que la comunidad creativa debe experimentar activamente con la IA antes de que ésta los supere.
Hay algo profundamente irónico en que el hombre que nos dio el MCP —ese programa tiránico que controlaba el mundo digital de Tron— sea ahora uno de los defensores más optimistas de la inteligencia artificial.
Steven Lisberger, cuarenta y tres años después de crear una de las primeras reflexiones cinematográficas sobre la consciencia artificial, mira hacia atrás con la sabiduría de quien ha visto el futuro convertirse en presente.
Como alguien que pausó Blade Runner 2049 para anotar reflexiones sobre la naturaleza de la consciencia artificial, encuentro fascinante esta evolución del pensamiento de Lisberger. Su película no solo fue pionera en efectos visuales; fue una de las primeras en preguntarse qué ocurriría si nuestras creaciones digitales desarrollaran vida propia.
La ingenuidad de los pioneros
Lisberger es brutalmente honesto sobre las limitaciones conceptuales de Tron. La película imaginaba programas conscientes con personalidades definidas, capaces de rebelarse o colaborar como seres humanos digitales.
«Fuimos ingenuamente optimistas», admite el director. Y tenía razón. La IA de 1982 existía principalmente en la imaginación de escritores y cineastas.
Los ordenadores apenas podían procesar gráficos básicos, y la idea de que pudieran desarrollar consciencia parecía ciencia ficción pura. Pero quizás esa ingenuidad era necesaria.
Como ocurrió con las visiones de Asimov sobre los robots o las predicciones de Arthur C. Clarke sobre los satélites, a veces necesitamos soñar antes de poder construir.
Los errores como virtud
Lo que más me llama la atención de la perspectiva actual de Lisberger es su fascinación por las imperfecciones de la IA moderna.
«Estaré mucho más asustado si la IA nunca comete errores. Ahí es cuando empezará el verdadero problema», reflexiona.
Esta observación toca algo fundamental sobre nuestra relación con la tecnología. Los errores nos tranquilizan porque nos recuerdan que estas herramientas siguen siendo, en cierto modo, humanas en su imperfección.
Cuando un algoritmo de traducción produce una frase absurda o cuando una IA generativa crea una imagen con demasiados dedos, nos reímos porque reconocemos algo familiar: el proceso de aprendizaje.
Es una perspectiva que contrasta radicalmente con el MCP de su película original. Aquel programa era implacablemente eficiente, sin fisuras ni dudas.
La responsabilidad creativa
El mensaje más poderoso de Lisberger trasciende la nostalgia tecnológica: «Es imperativo que nosotros, como comunidad artística, jugueteemos con esta tecnología antes de que ella juguetee con nosotros».
Esta frase resuena con particular fuerza en un momento donde muchos creativos ven la IA como una amenaza existencial. Lisberger propone lo contrario: el compromiso activo, la experimentación, la apropiación creativa de estas herramientas.
Me recuerda a los primeros días del cine digital, cuando directores como George Lucas fueron criticados por abandonar la película tradicional. Ahora, esas decisiones parecen inevitables pasos evolutivos.
Quizás estemos en un momento similar con la IA.
El legado de Tron en la era de la IA
La influencia de Tron va más allá de sus innovaciones visuales. La película planteó preguntas sobre la naturaleza de la consciencia, la relación entre creador y creación, y el potencial tanto liberador como opresivo de la tecnología.
Con Tron: Ares en desarrollo, Disney enfrenta sus propios dilemas sobre el uso de personajes completamente generados por IA. Es una tensión perfecta entre la innovación tecnológica y las preocupaciones creativas que Lisberger anticipó décadas atrás.
La franquicia que una vez imaginó programas conscientes ahora debe decidir hasta qué punto permitir que la IA real participe en su propia recreación.
Cuarenta y tres años después, Steven Lisberger nos ofrece una lección valiosa sobre la humildad tecnológica y la curiosidad creativa. Su evolución desde el temor al MCP hasta el abrazo de las imperfecciones de la IA moderna refleja nuestra propia maduración como sociedad digital.
Al final, Tron no acertó en los detalles técnicos de la inteligencia artificial, pero sí en algo más importante: nos enseñó que nuestras creaciones tecnológicas son, inevitablemente, reflejos de nosotros mismos.
Y si vamos a convivir con ellas, mejor hacerlo con curiosidad que con miedo, con creatividad que con resistencia.