“Good Boy”: el experimento canino que revoluciona el terror moderno

“Good Boy” narra terror desde la mirada de un perro. 400 días de rodaje, cero artificios digitales y una lealtad que revela traumas y auténtico cine de género.

✍🏻 Por Tomas Velarde

octubre 4, 2025

El cine de terror ha encontrado en los últimos años nuevas formas de reinventarse, alejándose de los sobresaltos fáciles y los efectos digitales gratuitos para explorar territorios narrativos inexplorados. Cuando un director se atreve a contar una historia de casas encantadas desde la perspectiva de un perro, uno no puede sino preguntarse si estamos ante un ejercicio de estilo vacuo o ante una propuesta genuinamente innovadora.

• «Good Boy» narra una historia de terror sobrenatural enteramente desde la perspectiva de Indy, un perro que percibe amenazas que su dueño no puede ver.

• La propuesta de Leonberg demuestra que aún es posible innovar en el género de terror sin recurrir a artificios digitales, confiando en la puesta en escena y la interpretación.

• El rodaje de 400 días evidencia un compromiso artístico que, aunque admirable, plantea interrogantes sobre si tal dedicación temporal se traduce realmente en superioridad cinematográfica.

Una mirada canina al horror clásico

Ben Leonberg ha conseguido algo que pocos cineastas logran en la actualidad: sorprender sin artificios. «Good Boy» recupera la esencia del cine de terror clásico, ese que no necesitaba mostrar para sugerir, que comprendía que el miedo más profundo nace de lo que no vemos pero intuimos.

Al elegir a Indy, un Retriever de Nueva Escocia, como protagonista y narrador visual de su historia, Leonberg abraza una tradición cinematográfica que valora la innovación formal al servicio de la narrativa. Recuerdo haber defendido en foros de cinéfilos, allá por los primeros años 2000, que los mejores experimentos narrativos son aquellos que no se perciben como tales, sino como evoluciones naturales del lenguaje cinematográfico.

La decisión de rodar durante 400 días habla de una comprensión del oficio que escasea en estos tiempos de producciones apresuradas. Como bien sabían Kubrick con sus múltiples tomas o Tarkovsky con sus planos secuencia, el cine auténtico requiere tiempo y paciencia. Sin embargo, uno no puede evitar preguntarse si tal extensión temporal responde a una necesidad artística genuina o a una búsqueda de prestigio autoral.

La perspectiva como lenguaje cinematográfico

Lo verdaderamente notable de «Good Boy» reside en su comprensión de que el punto de vista no es meramente una decisión narrativa, sino el fundamento mismo del lenguaje cinematográfico. Al situar la cámara a la altura de los ojos de Indy, Leonberg transforma por completo nuestra relación con el espacio narrativo.

Esta elección recuerda a los mejores momentos de «Los pájaros» de Hitchcock, donde la amenaza se percibe antes de materializarse. En aquella magistral secuencia del parque infantil, Hitchcock nos mostraba cómo la tensión nace de la diferencia entre lo que vemos y lo que comprende el protagonista.

La casa abandonada que hereda Todd se convierte así en un laberinto de sensaciones filtradas por la percepción canina. Indy detecta presencias que escapan a la comprensión humana, y es precisamente en esa brecha donde reside la verdadera maestría de la propuesta. No se trata de un truco narrativo, sino de una exploración sobre los límites de la percepción.

El arte de la interpretación animal

Conseguir una interpretación convincente de un actor humano ya es suficientemente complejo; lograr que un animal transmita las sutilezas emocionales que requiere una narrativa de terror es una hazaña que merece reconocimiento. Indy no se limita a ejecutar órdenes de adiestramiento, sino que logra comunicar estados emocionales complejos.

La expresividad de Indy recuerda a los grandes intérpretes del cine mudo, esos actores que debían comunicar exclusivamente a través del gesto y la mirada. Su constante estado de alerta, su manera de dirigir la atención hacia rincones aparentemente vacíos de la casa, construyen un discurso cinematográfico que trasciende las limitaciones del lenguaje verbal.

El reconocimiento con el premio «Howl of Fame» en el festival SXSW no es una anécdota simpática, sino el justo reconocimiento a una interpretación genuinamente cinematográfica. Aunque debo confesar cierto escepticismo hacia estos premios especiales que a veces parecen más publicitarios que artísticos.

Terror psicológico y lealtad inquebrantable

«Good Boy» funciona en múltiples niveles narrativos, pero es en la exploración de la lealtad donde encuentra su corazón emocional. Todd ha heredado algo más que una casa de su abuelo; parece haber recibido también una condición misteriosa que Indy percibe con claridad cristalina.

Esta dinámica entre lo conocido y lo oculto genera una tensión que va más allá del terror convencional. La película sugiere que los verdaderos fantasmas no siempre son entidades sobrenaturales, sino las herencias familiares, los traumas no resueltos que se transmiten de generación en generación.

Indy se convierte así en algo más que un testigo: es el guardián que protege a su dueño de amenazas que éste no puede comprender. Su lealtad inquebrantable se transforma en el verdadero motor dramático de la historia, recordando a esos grandes personajes secundarios del cine clásico cuya función trasciende lo meramente argumental.

Una lección de cine puro

En una época dominada por el espectáculo digital y los efectos especiales grandilocuentes, «Good Boy» demuestra que el cine más efectivo sigue siendo aquel que confía en los fundamentos del lenguaje audiovisual. Leonberg ha construido su película sobre pilares sólidos: una premisa original, una puesta en escena cuidadosa y una comprensión profunda de lo que significa contar una historia a través de imágenes.

La elección de mantener las amenazas en el terreno de lo sugerido conecta directamente con la tradición del mejor cine de género. Es una aproximación que requiere confianza en el espectador y, sobre todo, respeto por el oficio.

Sin embargo, queda la duda de si esta propuesta logra trascender completamente su condición de experimento para convertirse en obra perdurable. El tiempo, ese juez implacable que separa las modas pasajeras del arte auténtico, tendrá la última palabra.


«Good Boy» se presenta como una de esas raras ocasiones en las que la innovación formal sirve a un propósito narrativo genuino. Leonberg ha demostrado que aún es posible sorprender en el cine contemporáneo sin renunciar a los valores fundamentales del arte cinematográfico: la paciencia, la observación y la comprensión profunda de que cada encuadre debe servir a la historia.

Indy no es sólo el protagonista de esta historia; es la prueba de que la autenticidad sigue siendo el ingrediente más poderoso del arte cinematográfico. Aunque uno no puede evitar preguntarse si esta autenticidad resistirá el paso del tiempo o si quedará como una curiosidad más en la historia del cine de género.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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