Los “héroes” de Hollywood que en realidad son los verdaderos villanos

Analizamos protagonistas famosos que parecen héroes, pero sus acciones los convierten en villanos. ¿Estás seguro de a quién apoyas en tus películas favoritas?

✍🏻 Por Tomas Velarde

septiembre 9, 2025

• El cine contemporáneo nos presenta protagonistas que, bajo análisis riguroso, revelan comportamientos más propios de villanos que de héroes tradicionales.

• Estos personajes moralmente ambiguos representan una sofisticación narrativa que obliga al espectador a cuestionar sus propias simpatías automáticas.

• Desde Cady Heron hasta Clark Griswold, estos antihéroes inconscientes merecen una revisión crítica que enriquece nuestra comprensión cinematográfica.

En mis décadas dedicadas al análisis cinematográfico, he observado cómo el público tiende a identificarse automáticamente con el protagonista, sin detenerse a examinar sus verdaderas motivaciones. Esta tendencia nos impide apreciar una de las construcciones más sofisticadas del séptimo arte: el protagonista moralmente ambiguo.

No hablo de los antihéroes clásicos como Travis Bickle en «Taxi Driver» de Scorsese, cuya naturaleza perturbadora es evidente desde el primer acto. Me refiero a aquellos personajes que, envueltos en la pátina del heroísmo convencional, esconden comportamientos genuinamente despreciables.

Esta reflexión me lleva a recordar las palabras de Billy Wilder, quien solía decir que los mejores personajes eran aquellos que el público amaba y odiaba a partes iguales. Sin embargo, existe una categoría aún más fascinante: aquellos protagonistas que creemos amar hasta que una mirada más atenta revela su verdadera naturaleza.

Son personajes que funcionan como espejos de nuestras propias contradicciones morales, obligándonos a cuestionar no sólo a ellos, sino también nuestros propios criterios de juicio.

La Seducción del Protagonista Tóxico

Cady Heron, interpretada por Lindsay Lohan en «Chicas Malas» (2004), representa uno de los ejemplos más brillantes de esta construcción narrativa. Tina Fey, guionista del filme, construye magistralmente un arco dramático donde la supuesta víctima se convierte en el verdugo más despiadado.

Cady comienza como la forastera inocente, pero su transformación en una «abeja reina» aún más cruel que Regina George revela una ambición y una capacidad de manipulación que estaban latentes desde el principio. La genialidad de este personaje radica en cómo Fey utiliza la estructura narrativa para engañar al espectador.

Durante los primeros actos, seguimos a Cady con la simpatía reservada para los protagonistas, pero su evolución nos obliga a replantearnos nuestra lealtad. Su comportamiento hacia Janis Ian, quien la ayudó inicialmente, es particularmente revelador: la traiciona sin remordimientos cuando ya no le resulta útil.

Clark Griswold, el patriarca interpretado por Chevy Chase en «Las Vacaciones de una Chiflada Familia Americana» (1983), encarna otro arquetipo fascinante: el tirano doméstico disfrazado de padre devoto. Harold Ramis construye un personaje cuya obsesión por las vacaciones familiares «perfectas» revela un egoísmo profundo.

La secuencia en el parque temático Walley World es particularmente reveladora. Cuando Clark descubre que el parque está cerrado, su reacción no es de decepción paternal, sino de furia narcisista. Su decisión de tomar el parque por la fuerza demuestra que sus «vacaciones familiares» siempre fueron sobre su propia necesidad de control.

El Engaño de la Simpatía Narrativa

Grandpa Joe de «Charlie y la Fábrica de Chocolate» (1971) merece un análisis particular. Mel Stuart y el guionista Roald Dahl crearon, quizás sin pretenderlo, uno de los personajes más éticamente cuestionables del cine familiar.

Su transformación súbita de inválido postrado a bailarín enérgico cuando Charlie encuentra el boleto dorado revela una manipulación emocional hacia su familia que resulta perturbadora bajo escrutinio. La secuencia donde Joe se levanta de la cama cantando «I’ve Got a Golden Ticket» funciona como momento de revelación para el espectador atento.

Durante años, este hombre ha permitido que su familia viva en la pobreza extrema mientras él permanecía cómodamente en cama. Basta la promesa de aventura para que recupere milagrosamente su vitalidad. Su comportamiento posterior en la fábrica confirma su naturaleza egoísta e irresponsable.

Daniel LaRusso en «Karate Kid» (1984) presenta un caso aún más sutil. John G. Avildsen construye un protagonista que, visto desde otra perspectiva, podría considerarse el verdadero antagonista de la historia.

Su rivalidad con Johnny Lawrence comienza cuando Daniel, el recién llegado, intenta conquistar a la ex novia de Johnny en una fiesta. Su posterior humillación pública de Johnny durante el torneo, celebrada como triunfo heroico, adquiere matices más oscuros cuando consideramos el contexto social.

La Construcción del Antihéroe Inconsciente

Ferris Bueller, el carismático protagonista de «Todo en un Día» (1986), representa quizás el ejemplo más sofisticado de esta categoría. John Hughes construye un personaje cuyo encanto superficial oculta una naturaleza profundamente narcisista y manipuladora.

Su famoso día de libertad no es una celebración de la juventud, sino una demostración de su capacidad para manipular a todos los adultos de su entorno. La relación de Ferris con Cameron Frye es particularmente reveladora: no salva a su mejor amigo de la depresión; lo explota para sus propios fines.

La destrucción del Ferrari del padre de Cameron no es un acto de liberación, sino el resultado directo de la presión manipulativa de Ferris. Su famosa ruptura de la cuarta pared funciona como una extensión de su narcisismo: incluso nosotros, los espectadores, somos parte de su audiencia cautiva.

Sandy Olsson en «Grease» (1978) presenta un caso diferente pero igualmente problemático. Su arco narrativo, donde la transformación del personaje se celebra como empoderamiento, es en realidad una capitulación total ante la presión social.

Su metamorfosis final en «Bad Sandy» no representa crecimiento personal, sino la anulación completa de su identidad original. La secuencia final funciona como una traición a todo lo que el personaje representaba inicialmente.

La Responsabilidad del Espectador Crítico

Como cinéfilo formado en la tradición del análisis riguroso, considero fundamental que desarrollemos una mirada más crítica hacia estos protagonistas aparentemente simpáticos. El cine tiene la responsabilidad de presentar personajes complejos, pero nosotros tenemos la obligación de analizarlos con rigurosidad.

La construcción de estos personajes no es accidental. Directores como Hughes, Ramis o Avildsen comprenden perfectamente las implicaciones morales de sus protagonistas. Su genialidad radica en crear personajes que funcionan simultáneamente como héroes para el público general y como estudios de carácter más complejos para el espectador atento.

Esta dualidad narrativa enriquece enormemente la experiencia cinematográfica. Permite múltiples lecturas de la misma obra, convirtiendo filmes aparentemente simples en textos más sofisticados.

«Karate Kid» funciona perfectamente como historia de superación personal, pero también como estudio sobre privilegio social y agresión adolescente. «Grease» celebra el romance juvenil mientras critica sutilmente la presión social sobre la identidad femenina.

El reconocimiento de estos matices no disminuye nuestro disfrute de estas películas; lo enriquece. Nos permite apreciar la sofisticación de guionistas y directores que comprenden que los mejores personajes son aquellos que resisten el análisis simplista.

Como observaba Hitchcock, los personajes más interesantes son aquellos que nos obligan a cuestionar nuestras propias simpatías y antipatías. La verdadera maestría cinematográfica reside en esta capacidad de crear protagonistas que trascienden la dicotomía simplista entre héroe y villano.

Estos personajes nos recuerdan que la condición humana es inherentemente compleja, y que el cine, en su mejor expresión, debe reflejar esta complejidad sin concesiones. Al final, estos «héroes secretamente villanos» nos enseñan tanto sobre nosotros mismos como sobre los personajes que creemos conocer.

En última instancia, estos protagonistas moralmente ambiguos representan una de las conquistas más sofisticadas del cine narrativo moderno. Nos obligan a abandonar la comodidad de la identificación automática y a desarrollar una mirada más madura y crítica.

Como espectadores formados en la tradición del análisis cinematográfico riguroso, debemos celebrar esta complejidad mientras mantenemos nuestra capacidad de juicio moral intacta. Porque al final, el mejor cine no es aquel que nos confirma en nuestras certezas, sino aquel que nos obliga a cuestionarlas.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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