Villanos de TV: más crueles y complejos que los del cine clásico

Explora cómo la televisión ha transformado a los villanos en figuras de maldad pura, resistiendo la tendencia a humanizarlos y alcanzando nuevas profundidades psicológicas.

✍🏻 Por Tomas Velarde

septiembre 5, 2025

• La televisión contemporánea ha logrado crear villanos que superan en crueldad y complejidad psicológica a muchos de los grandes antagonistas del cine clásico, estableciendo un nuevo paradigma narrativo.

• Estos personajes representan la maldad absoluta sin concesiones redentoras, resistiéndose a la tendencia actual de humanizar a los villanos y manteniendo así su poder perturbador genuino.

• La construcción de estos antagonistas demuestra que la televisión ha alcanzado una madurez artística comparable al mejor cine de autor, aprovechando su formato extenso para desarrollar profundidades psicológicas extraordinarias.

En mis más de dos décadas analizando narrativas audiovisuales, he sido testigo de una transformación que jamás imaginé posible. La televisión, ese medio que en los años 90 considerábamos menor cuando escribía mis primeras críticas en foros especializados, ha evolucionado hasta convertirse en el lienzo donde se despliegan algunas de las creaciones más sofisticadas de nuestro tiempo.

Esta revolución silenciosa ha traído consigo algo extraordinario: villanos que no buscan nuestra comprensión ni nuestra simpatía. En una época donde la tendencia narrativa se inclina hacia la humanización de los antagonistas, estos personajes se erigen como monumentos a la maldad pura.

Me recuerdan a los grandes maestros del suspense que tanto admiro, pero con una ventaja que el cine no posee: el tiempo para desarrollar una complejidad psicológica que rivaliza con las mejores novelas.

La Metamorfosis del Antagonista Televisivo

La construcción del villano televisivo ha experimentado una evolución notable desde el cambio de milenio. Mientras que en décadas anteriores los antagonistas televisivos solían ser figuras unidimensionales, la nueva era dorada nos ha regalado creaciones que rivalizan con los Norman Bates o los Hannibal Lecter del séptimo arte.

Esta transformación no es casual. Responde a una madurez narrativa que permite explorar las profundidades más oscuras del alma humana sin necesidad de justificar o redimir.

Es una aproximación que me evoca la maestría con la que Hitchcock construía sus villanos en «Psicosis» o «Los Pájaros»: figuras que nos fascinan precisamente por su capacidad de encarnar nuestros miedos más primordiales.

La diferencia radica en que la televisión actual puede permitirse el lujo de la paciencia, desarrollando estos personajes con una precisión que recuerda a la meticulosidad de Kubrick en la construcción de Alex DeLarge.

Los Déspotas de Poniente

En el vasto universo narrativo de «Juego de Tronos», dos figuras destacan por su maldad cristalina: Joffrey Baratheon y Ramsay Bolton. Ambos representan arquetipos diferentes del mal, pero comparten una característica fundamental: la ausencia total de empatía.

Joffrey encarna la crueldad del poder sin límites. Su sadismo no nace de la necesidad o la supervivencia, sino del puro placer de infligir sufrimiento.

Cada escena en la que aparece está impregnada de una tensión que me recuerda a los mejores momentos del suspense hitchcockiano, donde la amenaza es constante e impredecible. El uso del primer plano en sus expresiones de crueldad posee la misma precisión técnica que admiraba en «La Ventana Indiscreta».

Ramsay Bolton representa una evolución más sofisticada del mal. Su crueldad es metódica, casi artística en su precisión.

La forma en que los guionistas construyen su personaje, revelando gradualmente las profundidades de su depravación, demuestra un dominio narrativo que honra las mejores tradiciones del cine psicológico europeo. Hay ecos de la frialdad calculada que Bergman exploraba en sus estudios sobre la naturaleza humana.

El Superhéroe Corrompido

«The Boys» nos presenta en Homelander una subversión brillante del arquetipo del superhéroe. Este personaje funciona como un espejo distorsionado de Superman, mostrando qué sucede cuando el poder absoluto se combina con una psique narcisista y sociopática.

La construcción de Homelander es particularmente efectiva porque subvierte nuestras expectativas culturales. Donde esperamos encontrar virtud y heroísmo, hallamos vanidad y crueldad.

Es una inversión que me recuerda a las mejores obras de la ciencia ficción cinematográfica, donde los tropos familiares se utilizan para explorar verdades incómodas sobre la condición humana.

La interpretación de Antony Starr merece mención especial. Su capacidad para alternar entre el carisma público y la frialdad privada del personaje demuestra una comprensión profunda del papel.

Cada sonrisa forzada, cada gesto calculado, construye un retrato de la psicopatía que resulta genuinamente perturbador. El trabajo de cámara que captura estas transiciones posee la precisión técnica que tanto valoraba en los primeros planos de «2001: Una Odisea del Espacio».

El Horror Psicológico Personalizado

Kilgrave, el antagonista de «Jessica Jones», representa quizás la forma más insidiosa de maldad: el control mental. Este villano trasciende la violencia física para adentrarse en territorios más perturbadores, donde la autonomía personal se convierte en una ilusión.

La brillantez de este personaje radica en cómo encarna miedos muy reales sobre el consentimiento y el control.

No es casualidad que su presencia genere una tensión psicológica que permea cada escena, creando una atmósfera de horror que no depende de efectos especiales sino de la pura fuerza narrativa.

David Tennant logra una transformación notable al interpretar este papel, alejándose completamente de sus personajes más conocidos para crear algo genuinamente siniestro.

Su Kilgrave es seductor y repulsivo a la vez, una contradicción que mantiene al espectador en constante desasosiego. Me recuerda a la dualidad que Anthony Hopkins conseguía con Hannibal Lecter, pero desarrollada a lo largo de una temporada completa.

La Arquitectura del Mal Absoluto

Lo que distingue a estos villanos de sus predecesores es su resistencia férrea a la redención. En una época donde incluso los antagonistas más despiadados reciben arcos narrativos que buscan explicar o justificar sus acciones, estos personajes se mantienen firmes en su maldad.

Esta decisión creativa requiere una valentía narrativa considerable. Es más fácil, y quizás más comercial, crear villanos con los que el público pueda simpatizar.

Pero estos personajes nos recuerdan que el mal genuino existe, y que no siempre tiene una explicación satisfactoria o una resolución redentora.

La construcción de estos antagonistas también demuestra una comprensión sofisticada de la psicología humana. Cada uno representa diferentes manifestaciones del mal: el sadismo del poder (Joffrey), la crueldad metódica (Ramsay), el narcisismo destructivo (Homelander), y la manipulación psicológica (Kilgrave).

Sin embargo, debo señalar que algunos de estos desarrollos, particularmente en las temporadas finales de «Juego de Tronos», carecen de la coherencia narrativa que caracterizaba a los grandes estudios psicológicos del cine clásico.

El Legado de los Maestros

Como estudioso del cine que ha dedicado décadas al análisis de los grandes directores, no puedo evitar trazar paralelos entre estos villanos televisivos y los antagonistas inmortales de la pantalla grande.

Hay ecos de la frialdad calculada de los villanos de Kubrick, de la tensión psicológica de los thrillers de Hitchcock, y de la exploración moral de los dramas de Bergman.

Recuerdo vívidamente mi primera visión de «Psicosis» en una retrospectiva de Hitchcock a finales de los 90. La construcción de Norman Bates me enseñó que el verdadero horror surge de la mente humana, no de efectos externos.

Estos villanos televisivos han aprendido esa lección magistralmente.

La televisión ofrece algo que el cine no puede: tiempo. La capacidad de desarrollar estos personajes a lo largo de múltiples episodios y temporadas permite una profundidad psicológica que rivaliza con las mejores novelas.

Es una ventaja que los mejores showrunners han sabido explotar con la paciencia de un Kurosawa construyendo sus épicas narrativas.

La Función Catártica del Antagonista

Estos personajes cumplen una función social fundamental: nos permiten confrontar nuestros miedos más profundos desde la seguridad de la ficción. Son espejos distorsionados que reflejan aspectos oscuros de la naturaleza humana que preferimos no reconocer.

En un mundo donde las líneas entre el bien y el mal se difuminan constantemente, estos villanos nos ofrecen claridad moral.

Son puntos de referencia que nos permiten calibrar nuestros propios valores y reafirmar nuestro compromiso con la decencia humana.

La presencia de estos personajes en la cultura popular también refleja una madurez narrativa que celebro como crítico. Demuestra que el público está preparado para enfrentar narrativas complejas y perturbadoras.

Sin embargo, echo en falta la sutileza que caracterizaba a los grandes maestros del suspense. Algunos de estos villanos, particularmente Ramsay Bolton, rozan ocasionalmente la gratuidad que tanto criticaba en el cine de terror contemporáneo.


La televisión contemporánea ha demostrado que puede crear villanos tan memorables y perturbadores como los mejores del cine clásico. Estos personajes no sólo entretienen, sino que nos desafían, nos incomodan y nos obligan a reflexionar sobre la naturaleza del mal.

En una época donde la tendencia es humanizar a todos los personajes, estos antagonistas se mantienen firmes en su maldad, recordándonos que algunas personas simplemente eligen ser monstruos.

Como cinéfilo que ha dedicado su vida al estudio de las narrativas audiovisuales, debo reconocer que estos villanos televisivos representan algunos de los logros más notables del medio en las últimas décadas.

Han elevado el listón de lo que esperamos de los antagonistas, creando un nuevo estándar de excelencia que futuras producciones deberán esforzarse por alcanzar.

En definitiva, nos han recordado que el mal puro, cuando está construido con la precisión de un Hitchcock y la profundidad de un Bergman, puede ser tan fascinante como cualquier héroe de la pantalla.


Cinéfilo empedernido, coleccionista de vinilos de bandas sonoras y defensor de la sala de cine como templo cultural. Llevo más de una década escribiendo sobre cine clásico, directores de culto y el arte de la narrativa visual. Creo que no hay nada como un plano secuencia bien ejecutado y que el cine perdió algo cuando dejó de oler a celuloide.

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